Espero que me perdonen de antemano los lectores que no estén hoy para muchas filosofías. Comprendo que no son buenos tiempos para filosofar, sobre todo porque la materialidad de las cosas nos abruma mucho más de lo deseable y los tiempos que corren tampoco acompañan demasiado. Pero hoy, qué caramba, vamos a echar una filosofía al aire.
Se dice, y es verídico, que el criterio viene definido como la norma para conocer la verdad, y estamos convencidos de que cualquier persona medianamente formada puede organizarse mentalmente gracias a su criterio, a su manera de comprender la verdad de sí mismo y de lo que le rodea en su cotidianidad. Gracias al criterio, que a fin de cuentas no es sino un método de observación y reflexión individual, uno es capaz de analizarse en profundidad y entender cómo es y lo que piensa; y por supuesto, de observar el mundo en derredor y sacar sus conclusiones al respecto.
El hecho de fabricarse una filosofía de vida a raíz de la Filosofía tradicional no es, ni mucho menos, una locura. Todo lo contrario: resulta necesario forjarse un criterio firme de análisis, recorrer un camino íntimo de reflexión que nos lleve a la verdad de nosotros mismos, de lo que somos en lo más hondo, de cuál es nuestro sitio en el mundo, en la sociedad, en el laberinto de la existencia.
Hay que apoyar y educar a la juventud para que cada uno sea capaz de forjarse su propio criterio
Pensamos con firmeza que los principios sólo nacen en la inteligencia de las personas cuando éstas han realizado un serio recorrido por su senda de reflexión con cierto criterio, con un método práctico, con una norma de análisis sencilla de la vida y la circunstancia. Esencialmente somos eso: vida y circunstancia, latido y duda. Todo lo demás viene luego, y es aprendido y aprehendido, nace de lo más hondo de cada individuo y toma forma como un ente generado por una meditada y prolongada introversión. El hombre se mira hacia dentro para poder conocerse hacia fuera en su relación con los demás. Es necesario construirse hacia dentro –labrar la catedral íntima como el cantero medieval trabajaba los sillares de su obra- al mismo tiempo que se van consolidando las fachadas exteriores.
Muchas veces no sabemos comprender qué relación puede tener la Filosofía y sus complejos sistemas con esa otra filosofía de vida, de andar por casa. Y sin embargo estamos hablando, en el fondo, de la misma cosa. Si este discurso tuviese como destinatario un lector completamente profano e iletrado, diríamos con llaneza que la Filosofía grande, la que escribimos con mayúscula por considerarla una disciplina, se inventó para dar luz y respuestas a las esenciales interrogantes del hombre. Con el paso de los siglos, el ser humano se ha vuelto soberbio, técnico, ha inventado la velocidad y la ciencia, ha creído ser el dueño de la vida, de la acción y del universo, aunque en puridad sólo ha logrado unas maneras de vivir, una civilización engreída llena de vanas obligaciones que lo encadenan cada día en mayor medida.
Apenas quedan hombres que se pregunten de forma pública quiénes son y cuál es su papel en el mundo. Y los que lo hacen desde la Filosofía, no tienen otra meta que hallar las respuestas que ya buscaban antaño los filósofos del medioevo. Y es que el hombre, aun aprendiendo cada día, aun hallando alguna respuesta útil para sí y para los demás, parece incapaz de llegar a conocerse bien, tal y como soñaban hacer algunos filósofos indagadores del ser, del pensar, de los modos de conocer y de vivir. Un ejemplo lo tenemos en Spinoza, que tanto se ocupó de la metafísica del conocimiento, del estudio empírico de la sustancia, de la esencia de Dios, de la identidad, de los afectos y los sentimientos.
En fin, que eso del criterio debe ser cosa de minorías. Con la que está cayendo, podemos preguntarnos a quién le importa analizarse en profundidad, conocerse mejor, construirse con racional método. Para qué diantre le sirve a mi vecino –pongamos por caso- el analizarse en profundidad gracias a su criterio y entender cómo es y lo que piensa. Lo que le viene mejor, precisamente, es no pensar, aborregarse, plantarse ante la pantalla de su televisor y sentir que le late el pulso.
En realidad, dado que el criterio es la norma para conocer la verdad o, al menos, para aproximarse a ella, al hombre medio no puede interesarle eso –aparentemente tan peregrino- de forjarse un criterio. Total, la hipoteca va a tener que abonarla igual todos los meses; a la ex deberá pasarle como siempre el montante por los hijos, y la pila de facturas impagadas seguirá creciendo indefectiblemente sobre la consola del teléfono.
No son buenos tiempos para filosofar, qué va. Ni para filosofar, ni para otras muchas cosas convenientes a la buena salud del espíritu. Con criterio o sin él, lo cierto es que mañana amanecerá nublado para muchas personas. Menudo mundo éste.
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