Indiscutible por su utilidad y por la gran dosis de comodidad que ha introducido en nuestras vidas, Internet ha pasado a constituir un instrumento imprescindible para cualquier empresa, e incluso una pieza indispensable para el ocio o su planificación.
Se calcula que en España hay unos diez millones de usuarios de Internet, a los que se deberían sumar otros cinco millones de internautas que lo utilizan todas las semanas, (no a diario).
Muchas son las herramientas que permiten al usuario vincularse a grupos virtuales en virtud de un interés común, sobreponiéndose a la dificultad que entraña la distancia geográfica. Todo ello hace que sea una herramienta increíblemente ventajosa sea cual sea el ámbito desde el que se la contemple.
No obstante no todo parecen ser bondades. En 1998 Kraut et al. llegaron a la conclusión de que Internet fomentaba las relaciones débiles, favorecía a reducir el círculo social y perturbaba el bienestar psicológico. Posteriormente fueron muchos los estudios los que evidenciaron las consecuencias negativas de Internet, y se identificaron patrones similares a cualquier otro tipo de conducta adictiva. Lo definieron como la paradoja de Internet, ya que lo que parecía producir una merma en el bienestar psicológico y aislamiento social, era precisamente un medio entre cuyos objetivos se encontraba fomentar la comunicación y otros tipos de interacción. Más allá: encontraron razones empíricas para relacionar depresión e Internet, sobre todo en usuarios jóvenes, razones que han sido confirmadas con diferentes estudios entre los que destaca el de González MP, De la Rosa V (2007): “La adicción a Internet en adolescentes” en el que Internet se asocia con síntomas psiquiátricos tales como la depresión y la hostilidad.
Si bien cuando pensamos en la palabra adicción, lo primero que nos viene a la cabeza son sustancias químicas, las adicciones psicológicas (juego, trabajo, sexo o Internet) tienen cada vez más relevancia, y adquieren un significativo peso, a la luz de la gran cantidad de gente que ve limitada su vida por este trastorno de control de los impulsos, afectando a su vida familiar, relaciones sociales y laborales o a la economía. Y es que según señalaron Echeburúa y Corral (1994) cualquier conducta normal placentera, es susceptible de convertirse en un comportamiento adictivo. A la adicción a Internet se le conoce como AID (Internet Addiction Disorder), si bien cada vez es más habitual el uso de términos como “adicción a Internet”, “dependencia de Internet” o “adicción patológica a la red”. Estaremos refiriéndonos a lo mismo.
Según señala el Hospital Universitari Clinic de Barcelona se estima que el 30% de los usuarios son proclives a desarrollar una compulsión virtual, y que entre un 6-9% de los internautas sufre los síntomas de un uso problemático y abusivo, o ya son adictos a la red.
Por la fuerte necesidad de patrones firmes de referencia, y de perfiles con los que poder dialogar, la preadolescencia constituye una etapa en la que la ausencia de control o el alejamiento de responsables reales, pueden derivar en el establecimiento de un trastorno de estas características.
Los datos, en este sentido, no parecen ofrecer ningún consuelo: según el estudio “Seguridad infantil y costumbres de los menores en Internet”, realizado por ACPI (Acción Contra la Pornografía Infantil) y el Defensor del Menor, un 66%, lo concibe como una herramienta de ocio. El 30% de los menores que habitualmente utiliza Internet ha facilitado su número de teléfono en alguna ocasión, y un 44% de los menores que navega con regularidad, se ha sentido acosado/a sexualmente en Internet en alguna ocasión. Por su parte, la FAD (Fundación de Ayuda contra la Drogadicción) advierte de que la mitad de los niños españoles dedica más de dos horas diarias a los videojuegos.
El Hospital Universitari Clinic de Barcelona, ofrece unas pautas de actuación, señalando la importancia de detectar precozmente los síntomas de esta adicción. Destaca de un modo muy nítido, que la educación de padres y profesores es clave, así como la importancia que tiene la familia en el tratamiento de esta patología. Por último afirma: “En general, la deshabituación consiste en plantear seriamente el problema al paciente y ofrecerle alternativas, como ejercicio físico, actividades reales, o la comunicación con la familia”.