Sentí la voz del viento en unos ojos verdes que escarbaron mi corazón y dejaron teñidas de sangre mis primeras poesías.
Cuando se borró el ensueño de aquellos ojos, busqué en la Naturaleza reflejos de su luz, y fui novio de nieblas, nubes y nieves que acunaron los inviernos de mi juventud en soledad.
Al faltarme las lluvias que suplían el llanto desconocido de mi voz, comprendí que todo lo que me rodeaba era vida marchita y pinté la muerte de mis cosas queridas con la impotencia de mis quejidos.
Vi llegada la hora de iniciar la búsqueda de algún rostro que me condujera a la fuente de toda poesía: el alma.
En el camino me entretuve en arroyos que creí destinados a ahogar mi orfandad y que no fueron sino ensayos de mi amor en mujeres que desaparecieron sin desplegar sus alas ante mí.
En la agonía del desengaño, dirigí mis ojos al Buendios que sonríe cuando le hablan; mas tampoco duró mucho sus sonrisa en mi rostro, y ya sin agarraderos, se adueñó el vacío de mi existencia y cubrió el frío el corazón.
Llegó la hora de irme….; de volar y deshacerme en la brisa de una tarde mustia.
Todo fueron preparativos para mi marcha a las estrellas; me despedí de las nubes y las flores que acompañaron mis pasos, y como testamento de mi neurosis, dejé herederas de mi llanto a las primeras nieves que cubrieran mis huellas.
Me hallé por fin decidido a raptar mi vida en estas hojas y llevarla conmigo hasta el azul…
Sin embargo, el destino inescrutable volvió a hacerse nítido para mí y me encontré naciendo de nuevo, condenado a vivir hasta que una sonrisa se dibuje en mis pupilas.
GERMÁN GORRAIZ LOPEZ