De esta manera titula nuestro compositor y pianista sevillano su primer trabajo discográfico. Una obra que define el propio autor como “un guión de mi biografía”, y en la que todo el proceso, el creativo, de formato, diseño gráfico, maquetación y distribución le corresponde en su integridad. No en vano, ejerce profesionalmente dentro del campo de la informática, en la especialidad de formación a distancia, del modo desarrollador de entornos de aprendizaje tridimensional y en formato web. Licenciado en Filología Árabe por la Universidad de Sevilla, vivió durante dos años académicos en El Cairo, gracias a una beca. Pues, que esta estancia en Oriente Medio le marcaría definitivamente en cuanto a su concepción del mundo. Y descubrió que su quehacer musical, cuyo interés le tocó desde muy joven –se interesó por Vangelis, Maurice y Jean Michel Jarre, Win Mertens y Michael Nyman, entre otros- sería el aditamento clave para lograr el equilibrio vital. Así que, como el mismo concertista apunta: “todo comenzó en un piano con el que me topé en un viejo molino”…
Con “Entre Dulces y Sombras”, David Postigo se sumerge en once instantes que son, sin duda, huellas imborrables. Dulces y sombras que menguan o aumentan, puesto que el artista sufre en la composición cuando tecla a tecla va taladrando el pentagrama, y se rebela en un esfuerzo gigante por envolver los momentos con el proporcionado sonido. Y en ello, el hálito que recorre la estancia; creándose la atmósfera necesaria, la precisa atmósfera que todo lo mueve y lo remueve, y los sentidos crecen justo a la medida, y se es capaz por lo mismo de visitar en vuelo el paraíso perdido de Milton. El aire apacible que mece al alma en la traslación de los interiores, con la adopción del “si” en el solfear de las notas. El soplo que suavemente va adornando las onduladas del descubierto cuerpo; de diosa el cuerpo que transparenta anhelos e induce a encuentros que se dan embelesados el complemento.
Con “Entre Dulces y Sombras”, David Postigo rastrea los ánimos bajo el hechizo de lo mágico. Bucea al través de la intimidad de las aguas, en donde el bamboleo de las plantas talofitas recrean escenas que no se ofrecen en otras orillas. Se extasía el solista en la contemplación de un manto de cristal, habitáculo de la femineidad, y lo hace suyo al momento, y al momento la incertidumbre se deshace y se clarea; y hasta los que se ciegan son capaces de apreciar el iris. Que surca los océanos quien compone, en la compaña, a la de veces, de los poetas que sin titubeo alguno echan sus versos al aire. Y a la palabra del poeta la acuna con mimo el músico elevándola más allá del ritmo o la cadencia, haciéndola aún más notable… Porque con “Entre Dulces y Sombras”, David Postigo nos deja una querencia, un reflejo centelleante: “Dejo en tus manos / este acodo / del árbol de mi vida. / Arraigarán pujantes / sus notas / allá donde suspires.”