Hace unas semanas reseñábamos este audaz libro tan capaz de hacernos estremecer de horror ante una muchacha quemada viva como de reír hasta el desencaje mandibular con su ritmo y tono transexual argentino-cubano-«cumbianero». La inusitada fuerza de las palabras; la forma especial y rompedora de analizar la situación social de los marginados y los desfavorecidos; el cruce de personajes milagreros y pragmáticos nos hacía reconocer sus muchos valores y disfrutar de una lectura que contenía varias lecturas, y todas ellas de calidad. Hoy hablamos con su autora para que nos destripe algunas de las claves de la originalidad de la obra y nos explique su propia visión de la novela.
Ellibrepensador: Empezaremos por una pregunta incómoda, para no perder la costumbre. ¿Es la transexualidad la nueva homosexualidad? A tenor del número de obras (ensayos, novelas, poesía) que se están publicando, y del debate abierto, parece que la transexualidad ha desplazado a la homosexualidad en el top de la modernidad. ¿Qué opinas al respecto? ¿Has querido aprovechar ese tirón mediático? ¿O dar tu propia versión?
Gabriela Cabezón Cámara: ¿Es la transexualidad la nueva homosexualidad? Buena pregunta, pero pobre respuesta: no sé. Lo que sé es que de la homosexualidad no me interesa contar nada en especial. Qué podría decir. Es una cultura, una forma de vivir. En un país como la Argentina, donde el matrimonio gay es legal, en este momento la homosexualidad me resulta tan interesante como la heterosexualidad; más allá de mi biografía, que casi no me importa ni a mí, tengo poco qué decir. Respecto de lo trans, no diría que aprovecho el empujón mediático, y acá sí que voy a mi autobiografía: uno de los descubrimientos más luminosos de mi adolescencia, y de eso hace casi 30 años, fueron las travestis. No las vi en películas, fueron mis amigas, conviví con tres de ellas durante un período. Teníamos entre 15 y 18 años. Un día llegué y vi uniformes colgando del perchero, de las sillas: había como seis policías cogiendo («follando», para ustedes) con ellas. Ese polvo sólo podía interpretarse como una violación: era delito por entonces vestirse con ropas del «sexo opuesto». Eran detenidas en las comisarías una, dos, tres veces. A la cuarta, iban presas. Para no ir presas tenían que cogerse a los policías o dejarse violar por ellos, según el gusto de los uniformados. O, para entonces, desuniformados. Por lo demás, me enseñaron a bailar La isla bonita. Me enseñaron a maquillarme. Y compartir el baño con tres seres con pija (polla) a la vez, tan inocentemente como si fuera con tres vírgenes. No son más modernas ni menos modernas que nada ni que nadie, ni siquiera modernas si lo miramos con perspectiva histórica suficiente. Pero a mí esas adolescentes abandonadas de sus padres, proletarias, prostitutas, hermosas, violadas, pobres y transgresoras y ese humor maravilloso que, pese a todo -y estoy hablando de vidas tan duras que su expectativa no pasaba de los 35- y contra todo, llevaban casi como bandera, me resultaron deslumbrantes.
El: Resulta fascinante el cruce de «españoles». Los giros argentinos, la influencia cubana, la propia lengua de los desfavorecidos. ¿No te ha resultado terriblemente complejo aunarlos todos en la protagonista y, sin embargo, hacerla inteligible?
GCC: No, tal vez me equivoqué porque son varias las personas, todas muy leídas, que me hicieron esa observación. A mí me resulta casi natural, es apenas el cruce de españoles de mis lecturas.
El: Me parece observar en la obra una crítica social implacable. Los hechos transcurren en Argentina, pero podrían darse en casi cualquier lugar del mundo en lo que al tratamiento brutal que reciben los marginados en barriadas paupérrimas donde sólo abunda la suciedad, la droga, la prostitución, el maltrato…
GCC: Me parece que sí, tenés razón, la crítica social que hay en La Virgen… es implacable. Pero más implacable es el maltrato que relato y que sí, se da en cualquier lugar del mundo hoy. Un bajón, pero la globalización, si hay algo en lo que es democrática, es en el maltrato a los marginados.
El: ¿No temes, por otra parte recibir críticas de ateos y de religiosos al mismo tiempo? La/El protagonista de la obra cree hablar con la Virgen, mientras que su pareja llega a despreciarla por ello, por dirigirse a un pedazo de hormigón (por cierto, bastante poco agraciado). Hay una mezcla de fe capaz de milagros con una ironía paternalista respecto al hecho mismo de la creencia en imágenes de la Virgen o de los Santos.
GCC: No me interesan especialmente los ateos ni los religiosos. Una persona que le reza a un pedazo de hormigón o de yeso es tan imbécil como la que no puede entenderla. La fe, algo así como una forma proyectada al futuro del deseo, ya sea en el progreso, en el papel moneda, en la revolución o en Dios, es lo que mueve al mundo.
El: La crueldad de las mafias es tan grande que llegamos a asistir al cuerpo (más muerto que vivo) de una muchacha que ha sido quemada viva, quizá por querer escapar del mundo de prostitución al que era sometida. De hecho, se dice que la mujer que la mata de un disparo para acabar con su sufrimiento, gana desde ese momento un aura de bondad por hacerlo. Esta crudeza del texto es escalofriante.
GCC: Bueno, la crueldad de las mafias es escalofriante. Aclaremos lo de «mafias»: la trata de mujeres es el tercer negocio del mundo, detrás de las armas y las drogas. Mafia, entonces, comprende a las asociaciones cuyos únicos fines conocidos son delictivos, pero también a las que dicen tener por fin el bien común, como los gobiernos y la justicia. En la escena que relatás, creo que podemos hablar de eutanasia. Con algunas contradicciones, claro.
El: Ese humor/ritmo/acento transexual, que linda el humor drag, es muy difícil de «copiar», de «entender» y «reproducir». ¿Qué técnicas has utilizado para hacer el personaje tan real dentro de su excepcionalidad?
GCC: Como te contaba, son y fueron amigas mías varias chicas trans y travestis y en general tienen un sentido del humor muy inteligente.
El: En un momento de la obra se habla de que la Virgen le comenta al transexual protagonista que debe hacer un estanque de carpas para paliar los problemas de la barriada y todos empiezan a comer carpas… ¿Por qué carpas en concreto? ¿Ha habido algún motivo simbólico en la elección?
GCC: Las carpas son unos bichos que pueden sobrevivir a casi cualquier cosa. Casi como las cucarachas del agua, si se le puede llamar agua a esos líquidos casi sin oxígeno donde sin embargo pueden vivir y reproducirse. La FAO se ufana de sus emprendimientos ictícolas con carpas en barrios pobres de Calcuta (parece difícil imaginar algo como un barrio rico en la India, ¿habrá?). Con poca alimentación, las carpas viven. Por otra parte, son un emblema de «hijo varón», es decir prosperidad, para la cultura tradicional de Japón, un emblema de abundancia. Pero, en el contexto de La Virgen… una abundancia barrosa. Y acá hay una referencia a ese «neobarroso» que cultivaron escritores como Néstor Perlongher, un barroco orillero, sudaca, genial.
El: La transexualidad es complejísima (el mundo de la identidad, el mundo del género, el mundo del sexo todos mezclados en una misma realidad humana). ¿Cómo has llegado a él y en qué medida este libro es un libro sobre un transexual -absoluto protagonista a pesar de todo lo que sucede- o eso es algo poco más que anecdótico?
GCC: Para mí, es poco más que anecdótico. La travesti que protagoniza el libro es travesti primero por su humor, quería un personaje capaz de reírse hasta de sí misma, y luego porque sí, porque hoy lo trans es de lo más innovador en cuanto a subjetividad. Es sartreano, existencial, el hombre eligiendo lo que quiere ser, nada de esencia, pura creación de sí mismo. Estaremos de acuerdo en que es una forma de vida, la pura creación de sí mismo, más interesante que la pura repetición de los padres.
El: El estilo de esta novela es muy audaz, muy distinto, algo sorprendente y casi «noqueante» por momentos. ¿No has tenido miedo de las reacciones del público?
GCC: Poco. Más miedo tuve de que no hubiera ninguna reacción.