Todas las maldiciones del mundo
atraía nuestra atención hace unos días. La obra, independiente en su concepción, ajena a influencias de moda en muchos sentidos, es capaz de generar su propio mundo literario y cerrarlo como un círculo hecho a base de pequeños tramos, como aquellos dibujos que trazábamos de pequeños con los punzones, apenas unos agujeros breves que generaban la circunferencia finalmente recortada. En esta novela se dice mucho más de lo que parecería por su extensión.
Se nos ponen, directamente frente a los ojos, varias preguntas bastante difíciles de responder: ¿preferimos el dolor o el olvido? ¿Hasta dónde estaríamos dispuestos a llegar por olvidar? Con la esperanza de que Javier Quevedo pueda ponernos sobre la pista le preguntamos directamente:
Ellibrepensador: ¿No dicen que el dolor nos hace crecer? ¿Por qué olvidarlo entonces? ¿Debemos ser entonces niños permanentemente?
Javier Quevedo Puchal: En realidad, Todas las maldiciones del mundo es un poco un relato a favor de la memoria y, en última instancia, de la realidad. Obviamente, como autor, e incluso como persona, valoro mucho la imaginación, la fantasía, pero me parece peligroso que uno vuelque su vida por completo en ello y deje que esos elementos jueguen con su vida, en lugar de ser él quien juegue con esos elementos. Todo el mundo tiene derecho a olvidar, pero una cosa es eso y otra obcecarse en engañarse a uno mismo por completo. A Gabriel lo que le ocurre es precisamente esto que estoy comentando, que cierra los ojos para no ver, para no enfrentarse frontalmente al problema que tiene, y al final esa es una elección que acaba pasándole factura.
El: Toda persona tiene un límite diferente frente al dolor. ¿Hay una línea objetiva que nadie debería soportar? ¿Hay alguien que tiene derecho a olvidar?
JQP: Como decía antes, creo que todo el mundo tiene derecho a olvidar. O por lo menos, a desearlo, porque está claro que una cosa es lo que uno quiere y otra lo que uno puede… y, ya para rizar el rizo, otra cosa más es que sea o no sea realmente de alguna utilidad para alguien olvidar lo que se quiera olvidar. La memoria es un asunto muy complejo. Por otro lado, hay que tener en cuenta que, a veces, en los casos de sufrimiento más traumático, las víctimas acaban cayendo en un estado de shock que es como una barrera de olvido para protegerse de eso que les ha provocado tanto sufrimiento, o sea que supongo que ahí debe estar la línea objetiva que comentas, el límite que impone nuestra mente frente al dolor.
El: Hablas en tu novela desde un futuro cercano sin mucha tecnología, ni coches volando por los aires… sino con una serie de drogas que localizan los recuerdos y los eliminan, que generan otros… ingeniería química. ¿Por qué utilizar drogas en la historia siendo un tema tan sensible?
JQP: Si te soy sincero, no me paré mucho a pensar en las implicaciones de crítica social que pudieran tener las drogas cuando las escogí como agente alterador de la conciencia dentro de la novela. Sencillamente, para mí era un elemento que funcionaba bien en la historia. Pero si lo pensamos detenidamente, las drogas son uno de los negocios que más dinero mueve en el mundo al cabo del año y, a pesar de la supuesta lucha contra la droga, continúan siendo un negocio que no parece remitir. Visto bajo esa óptica, probablemente tiene cierto sentido que pudiera seguir siendo uno de los mercados que más flujo de dinero generara en un futuro cercano.
El: ¿Qué esperas del futuro? ¿Cómo crees que será el hombre frente al dolor? Parece que, en el mundo occidental, en el que está muriendo el concepto del estado del bienestar, cada vez rechazamos más todo sacrificio, todo sufrimiento, toda frustración…
JQP: Hace poco estuve viendo una entrevista al escritor Javier García Sánchez y me asombré de lo mucho que nos parecemos en nuestra visión sobre hacia dónde van encaminadas las relaciones humanas (una visión que, desgraciadamente, tiene bien poco de optimista). Para mí está claro que vivimos en un mundo donde impera cada vez más el culto al ego… y no me refiero sólo al terreno de lo estético o lo físico, sino en general, un culto a veces menos consciente de lo que nos pensamos. En estas circunstancias, cada vez hay menos gente que esté preparada para tolerar la más mínima fricción con ese objeto de su culto y fascinación muda que son ellos mismos, lo cual de todo punto imposibilita poder acceder a desarrollar una relación plena y satisfactoria con otra persona. Esto yo creo que, en algunos casos, acaba generando cierta frustración de la que esas personas pueden o no pueden ser conscientes, pero que puede llevarlas a caer en una tónica de relaciones frustrantes sucesivas. Simplificando: tengo la impresión de que o bien algunas personas se quieren demasiado a sí mismas como para querer a otras personas, o bien les cuesta tanto soportarse a sí mismas que difícilmente van a acceder a “soportar” a otro más. Puede que suene un poco tajante, pero es la mejor forma que se me ocurre de concretarlo.
El: ¿Qué papel juega el amor en tu obra?
JQP: Si en primera novela, El tercer deseo, el amor romántico jugaba un papel mucho más importante, podría decirse que en Todas las maldiciones del mundo se habla del amor no sólo de un modo más genérico, sino incluso abstracto. Me atrevería a decir que en esta segunda hablo del amor de un modo quizás más distanciado, casi analítico, puede que más como concepto que como realidad propiamente dicha con todas sus aristas. Si te paras a pensarlo, la mayoría de personajes del libro hablan del amor que experimentan o que desean desde su óptica exclusiva, sin hacerse mucho eco de la visión que pueda tener la otra parte: ocurre con Gabriel respecto a su antiguo amor, la señora Vallens respecto a su hijo, Sam respecto a su otro Gabriel, el hermano de Gabriel respecto a su familia… y así sucesivamente.
El. No se puede decir que tu novela sea un prototipo de historia chico encuentra chico. ¿Crees que esa originalidad será capaz de enganchar al público, agradecerán tu valor a la hora de narrar algo distinto?
JQP: Supongo que algunos valorarán el riesgo de la novela y a otros no les hará gracia que me salga de los renglones. Por el momento, Todas las maldiciones del mundo ha sido nominada como mejor novela en la 9ª edición de los premios Shangay y eso es algo que realmente me enorgullece, no sólo porque no contara con ello, sino porque me demuestra que han sabido apreciar lo que ofrece mi libro de diferente. Pero vamos, que soy consciente de que en esta novela tengo un arma de doble filo, dado que puede equivocar muchas expectativas y también dar agradables sorpresas: por un lado, puede defraudar a los que esperen de él la típica historia de chico encuentra chico que suele ser marca de la casa en la línea Inconfesables de Odisea Editorial… y por otro, puede ocurrir que muchos lectores que tengan prejuicios respecto a lo que se publica en Odisea Editorial descarten de salida la novela, pensando que es “narrativa para gays”, cuando de hecho no lo es en absoluto. Los que sepan ir más allá de todo prejuicio, tanto en una vertiente como en otra, sin duda encontrarán una lectura que no les dejará indiferente, que les divertirá y les hará reflexionar puede que más de lo que creen.
El: Una curiosidad personal: ¿por qué, de todo el supuesto pasado, elegir una canción de Christina Rosenvinge?
JQP: En realidad, no es la única: a lo largo del libro se mencionan canciones de Radiohead, The Smashing Pumpins, John Lennon… En cada caso, escogí una canción que tuviera algo que decir respecto a lo que está ocurriendo en ese pasaje específico de la novela, que de algún modo subrayara o anticipara acontecimientos. Me imagino que es un recurso casi más cinematográfico que propiamente literario. En cuanto a Christina Rosenvinge, es una artista a la que admiro mucho, tiene una cualidad muy personal, enérgica y melancólica a la vez, que encaja a la perfección con el tono de la novela. Específicamente, el tema que se menciona en el libro, que se titula Flores raras, me inspiró mucho a la hora de elaborar algunos de los aspectos que aparecen. Así que pensé que era imprescindible homenajearlo de forma más explícita.
El: Una pregunta inevitable: ¿qué momento no quisieras olvidar nunca?
JQP: Buff… sólo un momento es simplificar muchos las cosas: las Nochebuenas con mi familia, el momento en que supe que iba a publicar mi primera novela, el primer encuentro con mi pareja… La verdad es que me siento bendecido con muchas cosas, me costaría tener que retener sólo una.