Miguel Ángel Muñoz es un magnífico escritor de cuentos con un trabajado blog sobre esta forma literaria que sin duda le apasiona. Su honestidad y su profesionalidad no le quitan un ápice de pasión. Sus obras, pequeñas y cuidadas como joyas individuales en un escaparate de tienda de lujo no brillan como bisutería, no engañan con cantos de sirena fáciles. Son auténticas. No buscan aprobaciones. No siguen estelas ni trampas estructurales. Son historias donde aflora lo humano y lo literario con la fuerza de una planta silvestre que se alimenta de un terrero bien abonado.
– La primera pregunta es obligada… ¿qué hace un escritor hoy en día dedicándose al cuento con la escasa resonancia editorial y sobre todo mediática que tienen?
Suena inconsciente, sin duda, pero para mí no tiene nada de extraño. De un pecho, podría decirse, he mamado cuento, y del otro novela. Lo he hecho, como cualquier escritor al que le guste el género, con absoluta naturalidad. Nunca entenderé que el cuento genere siempre dudas sobre cuestiones ajenas al cuento mismo, porque el problema no es de los escritores sino de los editores que no quieran publicar cuento, de los medios que no quieran hablar de cuentos, de los lectores que -¡pobrecitos, no saben lo que se pierden!- no quieran leer cuento. A los autores de libros de poesía nunca se les preguntará por su dedicación al género, y eso es señal de que algo sigue sin funcionar respecto del relato, y que los cuentistas, aún aunque cada vez menos, siguen siendo visto como hombres elefantes o mujeres barbudas. Cosas del circo.
– En tu libro se menciona a brillantes escritores de cuentos como Kafka o Faulkner, ¿cuál consideras tú que es la Edad de Oro del relato?
Es difícil responder a eso porque todas las épocas, de Poe para acá, han tenido magníficos cultivadores del género. Sí podría responderte estrictamente respecto a mis gustos. Quizás los años 50 del siglo XX desprenden una gran fascinación para mí. Imaginar una época no vivida en la que convivían Cheever o Flannery O’Connor, Cortázar o Borges, Carson McCullers o Capote, o los primeros relatos de Harold Brodkey, por poner algunos ejemplos, resulta atrayente. El imaginario que a mí me educó en el cuento, entre las casas tomadas de Cortázar y las casas suburbiales de Cheever, se escribió en esos años. La literatura norteamericana de esa época me fascina porque era al tiempo sofisticada y satírica, malvada y compasiva. Respecto a la literatura española, creo que el periodo que comienza en los noventa es el momento más prolífico para el cuento. El tiempo dirá qué libros quedan, pero creo que será recordada como un buen momento para el cuento. Aunque los que amamos el cuento pensamos que ojalá lo mejor esté por venir.
– Una cuestión semántica: ¿cuento, relato o indistintamente?
Cuando uno lee o escribe en las horas diurnas, relato. Cuando uno lo hace metido en la alta noche, que diría Goytisolo, siempre cuento.
– Ya has comentado en alguna ocasión que para ti cada cuento es una entidad autónoma con personalidad propia… ¿no crees que eso exige una gran capacidad del lector para saltar de una realidad a otra? Y relacionado con la pregunta anterior, ¿cuál es para ti el perfil del lector de cuentos, qué debe tener?
Un poeta escribe poemas. Un cuentista escribe cuentos. Un lector de poemas lee poemas. Un lector de cuentos lee cuentos. Lo demás viene por añadidura, y cuando un libro de cuentos apasiona, uno puede leerlo de un tirón, pero por lo que el género tiene de impulso poético, de trazas potentes en busca de romper las capas de la realidad, de forzar un desequilibrio creativo, cada cuento merece su espacio, como cada hijo el suyo. Puede que eso le exija al lector un esfuerzo especial, pero ya entramos en un tema de educación lectora. Sería necesario educar a los lectores para que aprendan a leer cuentos. Y poesía. Y ensayos. Todo lo que no sea novela. Cada vez más lectores que se acercan al género prueban sus deliciosos influjos y se quedan leyendo. El perfil del lector de cuentos es muy parecido al perfil del lector de buenas novelas. Sobre todo, curiosidad, pasión, cintura de avispa y riñones curtidos.
– ¿Qué tiene el cuento que la novela no? ¿Por qué te seduce?
Me seducen ambos géneros. Esto no es una zarzuela: «Una morena y una rubia, hijas del pueblo de Madrid», ni yo me siento como don Hilarión dudando entre una de ellas. El cuento y la novela tienen muchos más puntos de contacto de los que siempre parece cuando se contraponen. Podría decir que el cuento tiene una gran capacidad expresiva, un golpe directo al estómago, un baile de piernas que para sí quisiera la novela, demasiado peso pesada, o que el cuento necesita pocos asaltos donde la novela un combate completo, pero en realidad no explicaría nada de nada. No soy de los que piensan que el relato es un género más complejo que la novela, que me parece una de las bobadas más grandes que dicen los escritores, sobre todo cuando escriben cuento por casualidad, o cuando no se han puesto jamás a escribir una novela. En definitiva, me seduce el cuento porque es como en esas fiestas de las películas de los años cincuenta: una chica modosa, guapa de cara, en la que nadie se fija, hasta que sale a bailar, y su vestido rosa coge un vuelo imposible y parece una de esas mujeres de «El gran Gatsby», etéreas, puro aire. El cuento está lleno de aire puro.
– Llevas un blog (elsindromechejov.blogspot.com) que se considera de lo mejor en lo que a cuento se refiere. ¿Por qué se dedica a un blog hoy un escritor? ¿Por publicidad? ¿Por deseo de llegar a más lectores?
Un escritor, hoy y siempre, ha tenido necesidad de expresarse, de opinar, de implicarse en la corriente literaria de su tiempo. Creo que el cambio que supone Internet viene dado por el hecho de la publicación inmediata, lo que aleja los textos del tono confesional que antes podían tener en el contexto de un diario privado. Internet, por otro lado, te da gran libertad a la hora de plantear un blog, porque puedes mezclar el texto de creación exigente, la pura información, la opinión más o menos fundada y el divertimento. Se aprecian signos hoy de cierto manierismo, en el que caeremos todos, y nos acercamos a una época de excesiva metabloguería, es decir, autoconciencia de lo que se hace y por tanto reflexividad sobre sus funciones, alcances e importancia. Nos ocurre a muchos de los que llevamos un blog con intenciones literarias, pero puede ser un riesgo que acabe con la creatividad y la frescura inicial del artefacto. Al fin y al cabo, es un modo de opinión libre, con lectores libres, en el que hay que conjugar lo profundo con lo superficial pero atractivo. Un crítico no puede compaginar su columna en prensa con un artículo breve sobre un disparate cualquiera, una broma o un video de una película admirada. El blog sí lo permite, y hay que aprovechar esa capacidad multiforme porque ahí está su capacidad de reinvención constante. Como caigamos en una era postbloguera, de continua reflexión sobre el género, será el principio del fin. Aunque la tentación, ya digo, es grande.
– ¿Son los lectores de la Web diferentes a los lectores de papel?
Quizás son los mismos lectores buscando cosas diferentes. Yo soy lector de web y lector de papel, y es uno de los riesgos inherentes al invento: el poco tiempo que hay para dedicarle al papel y a los numerosísimos blogs y páginas web interesantes que hay. Como dicen los médicos, a veces es una enfermedad incompatible con la vida.
– Una apuesta, un reto: recomienda a los lectores de Ellibrepensador un cuento poco conocido que según tú no debería faltar en ninguna relación de Historia de la Literatura.
Quizás sin llegar a algo tan canónico como lo que me planteas, se me ocurre recomendar un cuento fascinante. Llené con montones de notas el ejemplar del libro en el que lo leí porque me parece un ejemplo de cómo plantear, desde la primera página, el tono y el carácter del personaje y de lo que se quiere contar, utilizando verbos y adjetivos denotativos del fondo del asunto. Es «Contable», de Ethan Canin. Está en su libro «El ladrón de palacio».