Cultura

Entrevista al restaurador José Antonio Moreno Piñera

José Antonio Moreno Piñera 3. BoticaLa restauración es una de esas profesiones que siempre están en tela de juicio, o al menos en torno a las cuales siempre surge el debate. Debates de entendidos que acaban siendo discusiones bizantinas sin solución… pero con evolución.

Es famosa la consideración que ciertos autores tenían de los restauradores antes de la Edad Moderna e incluso después, prefiriendo los efectos devastadores del tiempo a los de los especialistas de la restauración.

Se ha pasado de acciones modificativas de las obras originales, o de capas de barniz, a técnicas muy sofisticadas y cuidadosas que pasan por la reintegración y la interpretación de los colores originales. Y la polémica siempre parece servida. Baste recordar, por ejemplo, el asombro ante el «nuevo»  Caballero de la mano en el pecho o la eliminación de los paños de la bóveda de la Capilla Sixtina, junto con la recuperación de las tonalidades casi brillantes que supuestamente Miguel Ángel dio a la obra original.

¿En qué medida hemos de dejar que el tiempo modifique las obras o hemos de intentar mantenerlas en el estado más parecido posible al que el autor quiso darles? La conservación de la obra, ¿significa solamente la defensa contra su destrucción, o también la eterna «juventud», la fijación de su apariencia tal como nacieron? Sobre todo el tema se han vertido unos cuantos ríos de tinta sin que unos y otros lleguen a un acuerdo, por lo pronto imposible.

Sin embargo no se suele profundizar en la vocación del restaurador, en su capacidad para estudiar e investigar la época y las circunstancias en las que la obra nació y fue admirada o rechazada… hasta su descubrimiento por los siglos. Poco se habla del sacrificio y del talento de estas personas a la sombra que luchan contra el tiempo, la continua crítica y su propia conciencia.

Tenemos la suerte de hablar con José Antonio Moreno Piñera, quien lleva 15 años dedicado a la restauración y al Arte en general y que ha restaurado lienzos, sí, pero también mobiliarios a boticas del siglo XIX.

¿Cómo se siente la llamada de la restauración? No he oído a ningún niño decir: «de mayor voy a ser restaurador». ¿Cuándo nace esa profesión?

En mi caso desde muy niño sentí la llamada del arte en muchas de sus facetas, con cuatro años ya modelaba figuritas en barro para formar parte de un gran belén con el cual gané algunos premios de asociaciones belenistas  o manchaba  cualquier trozo de papel inmaculado que a mis manos llegaba obteniendo reconocimientos de mi  valía, como mi primer premio de pintura obtenido a la edad de doce años , todo esto hace nacer en mi un amante del arte y cuando decido formarme en ello descubro que uno de los verdaderos amantes del arte es aquel que lo cuida, lo saca del inexorable deterioro del tiempo.

¿Qué porcentaje hace falta e artista y qué porcentaje de frío «cirujano» o impertérrito funcionario hace falta para ser un buen restaurador?

Opino que es un 50% del artista, de su sensibilidad, de su respeto al arte y el otro  50% del cirujano, de su precisión al ejecutar, de intentar intervenir lo menos posible obteniendo los máximos resultados.

¿Cómo controla su pasión creadora un artista dedicado a la restauración? Como artista, ¿qué te gustaría que el restaurador tuviera en cuenta a la hora de tocar tu obra?

Un restaurador desde mi punto de vista jamás puede crear artísticamente sobre la pieza a restaurar, en una restauración se tiene que prevenir el deterioro, realizar una conservación y en ocasiones una consolidación  pero todo ello  interviniendo  lo mínimo  posible sobre la obra y con el máximo respeto al artista creador. Me gustaría que si en un futuro restauraran alguna de mis creaciones artísticas se respetaran los motivos por los que en su momento decidí crearla de esa manera y forma. Ášltimamente hay una proliferación de escultores que también se dedican a restaurar  imágenes y por los resultados que he observado casi siempre terminan dándole a la policromía la impronta de su propio  estilo o, en el peor de los casos, haciendo un repintado de la misma.

José Antonio Moreno PiñeraTengo entendido que has participado en la restauración de una farmacia del siglo XIX, tanto en la madera, como en un lienzo en el techo… un trabajo que te ha dado la ocasión de poner en práctica diversas técnicas para diversos materiales, por ejemplo la madera. ¿Qué se siente al devolver el esplendor a lugares del pasado? ¿La magia de “El fantasma de la ópera”?

Hay trabajos que ofrecen la oportunidad de poner en práctica toda la formación y bagaje que uno posee, es un todo en uno y efectivamente en la restauración de la farmacia decimonónica que se encuentra en el casco antiguo de la ciudad de Caravaca de la Cruz (Murcia), se realizaron restauraciones de pintura en el gran lienzo con una alegoría a la farmacopea que cubre el techo; restauración en madera de los magníficos muebles modernistas que hacen de recipiente de una gran colección de botamen antiguo; talla para reproducir un faltante de moldura que circunda el techo, dorado de dicha moldura que estaba totalmente repintada con purpurinas: el sueño de todo artista-restaurador . Cuando empiezo a realizar mi labor empiezan a aparecer todas mis pasiones:  la investigación y la historia al hacer el estudio preparativo del autor, época, motivos de creación; La curiosidad al descubrir bajo un tosco repinte una magnifica estofa o bajo varias capas de barniz una sangrante madera de palisandro, terminando con una especie de éxtasis, al descubrir bajo capas de repintes la firma del autor de una obra anónima hasta el momento, como me sucedió con el óleo de la farmacia, al contemplar el fruto del trabajo realizado, al sentir el resurgir de la pieza y su belleza cual último aliento que el artista dio a la obra creada.

Imagino que una cosa es restaurar en taller o laboratorio, rodeado de productos químicos, pintura y mucha asepsia, y otra hacerlo in situ, por ejemplo en una farmacia o en algún templo eclesiástico, laberinto de tesoros artísticos, castillo de espiritualidad. ¿Cómo influye esto en ti cuando estás restaurando?

Toda persona dedicada al arte en cualquiera de sus maneras de expresión tiene una especial sensibilidad, es una esponja que adsorbe por sus poros todo lo que hay a su alrededor, mi taller está muy lejos de ser un frío laboratorio o sala de operaciones a excepción de ciertas herramientas que son comunes a los cirujanos. Por ejemplo, suelo poner música contemporánea a la época de la pieza a restaurar para ambientarme.  Verdaderamente restaurar  “in situ” en mi caso influye  y mucho, todos los sentidos se ponen a flor de piel y ello ayuda a un trabajo más fluido y delicado. Recuerdo que hace unos años restauré unas pinturas al fresco que están en la capilla de un palacete en propiedad particular. Subido en el andamio  empiezas a percibir el aroma del incienso de las regias ceremonias celebradas en la capilla, ves humo de las  velas que con el tiempo han cubierto las pinturas, automáticamente viene a tu pituitaria el aroma a cera de aquellas velas que manos piadosas colocaron en acción de gracias o desesperada suplica, o los crujidos de las resecas maderas de los reclinatorios que  soportaron rodillas en letanías de rosarios, alzando piadosas miradas para  contemplar  la belleza de los frescos,  o los estridentes llantos de los recién nacidos al recibir las aguas bautismales  en vetustas ceremonias familiares, todo ello me influyen para el buen éxito de mi trabajo.

Adicionalmente a lo anterior, y aunque desde un punto de vista mucho más prosaico, seguro que físicamente la restauración en el lugar original, como en algún andamio puede ser muy complicada y físicamente agotadora. ¿No? Vi un documental sobre una «reproducción» de un fresco de Miguel Ángel en una pequeña iglesia de un país anglosajón y tras una semana en un andamio uno de los pintores tuvo que acudir a urgencias por los terribles dolores que tenía, acabando el fresco con collarín. ¿Cómo lucháis con eso?

Que se lo pregunten a mis cervicales, soy cliente VIP en mi fisioterapeuta, ja ja. Es normal que se produzcan ciertos problemas físicos, la gran mayoría musculares. Son muchas horas en ocasiones en una misma postura incómoda o forzada, lo cual produce contracturas musculares, pero también vista cansada al estar con la mirada fija siguiendo el movimiento de un bisturí al retirar repintes con el máximo cuidado de no rozar la policromía original, o dolores de cabeza ante la inhalación de ciertos vapores, incluso utilizando mascarilla,  de productos empleados  en las formulas químicas, que impregnados en hisopos se utilizan para la limpieza. Es el pequeño tributo que hay que pagar para obtener la gran satisfacción de un buen trabajo realizado.
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¿Cuál es tu máxima, tu principio más importante cuando estás restaurando? ¿Qué anima tu acción conservadora? Con todas las críticas que recibe vuestra bienintencionada acción, vuestro esfuerzo. ¿Qué te anima a seguir? ¿Con qué argumentos combatirías esta pasión crítica de quienes infravaloran vuestro trabajo?

A  estas preguntas te contestaré con una cita del berlinés  Max FriedlÁ¤nd,  mi historiador de arte de cabecera.  Decía: “El restaurador lleva a cabo la más desagradecida de las labores. En el mejor de los casos, su esfuerzo pasa desapercibido y nadie oye hablar de él. Si realiza un trabajo de calidad, entra a formar parte del dudoso club de los falsificadores; Si en cambio, comete un error, pasa a engrosar la lista de los menospreciados enemigos del arte. Es imposible renunciar a su maestría pero sus carencias saltan a la vista. Es más difícil juzgar el trabajo de un restaurador que opinar sobre una obra de arte. Y eso querrá decir algo.”

 Es famosa la frase «El tiempo sólo le teme a las pirámides». ¿También a los restauradores? ¿Le ganáis batallas al tiempo o también la guerra? ¿Cómo te sientes frente a Cronos?

Parte del cometido que tenemos es quitar el deterioro que el paso del tiempo produjo sobre la obra. En ocasiones ese tiempo es un gran aliado de la obra y le produce una veladura, un buqué que hace la pieza de un significativo valor. Por ello es importante ante un proceso de limpieza que nunca sea agresivo, intentando conservar la pátina que imprime el paso del tiempo en la obra. La gran mayoría de las ocasiones nuestras batallas o guerras como decías no son contra el tiempo pero si contra la acción desacertada del hombre , por un mal empleo de la pieza; la rápida “restauración” de un artesano local que carece de conocimientos específicos; o el daño ocasionado por la bienintencionada mano de la beatería. Mira, te cuento un caso: durante una década fui vestidor de una imagen, una talla realizada a principio de siglo XX.  Cuando por primera vez me puse a realizar mi labor de vestidor sufrí un gran impacto al descubrir que toda la zona del busto  y de la cabeza estaba llena de alfilerazos, ocasionado por los alfileres utilizados por las “piadosas y devocionales” manos de los miembros de la cofradía  para sujetar encajes y brocados produciendo grandes daños en la policromía y preparación del soporte, todo evitable si se hubiese vendado y protegido la imagen; La misma sufría perdidas de policromía, unas producidas de manera natural por el roce del rosario durante su oscilación en el desfile procesional, pero otras ocasionadas por el frotamiento de cierto material abrasivo para quitar la suciedad de manera rápida. Por estos y otros motivos la imagen sufría un gran deterioro que, por la relativa antigÁ¼edad de la talla, el tiempo no habría provocado.

Cuando te pones frente a un lienzo o a una escultura de varios siglos de antigÁ¼edad, pincel o brocha o pintura en mano, ¿qué es lo primero que pasa por tu mente? Me imagino que, antes de acometer la obra, estudiáis detalladamente al autor y su época. ¿Crees que llegáis a comprenderle, que os ponéis en su piel y en la de su mecenas?

El primer cometido que realizo es un estudio de la pieza y todo lo relacionado con ella: autor, época, movimiento artístico y escuela a la que pertenece, para qué y por qué fue creada, etc. Una vez con toda esa información piensas en qué inspiró al artista a llevar a cabo su creación y qué quería trasmitir con ella.

¿Hay alguna obra que tu admiración te impediría tocar?

Pues es algo que en un principio pensaba. Te comentaré algo que me sucedió que me hizo cambiar mi opinión al respecto. Durante niño tenía una especial admiración por un cristo, una de las primeras obras del escultor Juan González Moreno -uno de los muchos escultores que durante los años cuarenta del pasado siglo hizo la labor de reponer la gran cantidad de imágenes devocionales destrozadas durante la Guerra Civil del 36-. Este cristo me trasmitía respeto al contemplar su mirada clavada en mí al pasar por el balcón de casa de mi abuela, ternura al ver esa boca entre abierta dando el último suspiro acompañado de “en tus manos encomiendo mi espíritu”. Todo esto motivó  que en más de una ocasión lo retratase y jamás perdiese mi cita cada Jueves Santo de contemplarlo en la cercanía permitida desde mi balcón. Pasados unos años, al principio de mi formación, mi maestro recibió el encargo de restaurar dicho cristo y yo recibí de su parte la invitación de llevar a cabo dicha restauración mano a mano con él. Eso me produjo un terrible miedo escénico acompañado de una gran responsabilidad, aunque había recibido de él la confianza y la seguridad de que tenía las nociones necesarias para acometer dicha labor. Realicé esa co-restauración produciéndose en mí una catarsis de sensaciones, recuerdos de niñez, etc. Al ver el excelente resultado me dije, es más importante conservar y devolver la belleza para ser contemplado por futuras generaciones que sucumbir al miedo, pero eso sí, siempre con el máximo respeto a la obra y creador.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.