País aquejado de trastorno bipolar. ¿Hay dos Españas? No, hay muchas, pero la dicotomía a la que aludo no es la del tópico, la que opone los progresistas (dígase cum grano salis) a los conservadores, los ilustrados a los castizos, los rojos a los azules, los republicanos a los monárquicos, los del PSOE a los del PP… No, no. No hablo hoy de esas dos Españas, la de la rabia y la idea y la de charanga y pandereta, sino de la España buena y la España mala. En la primera cabemos todos: Blanco White y Calderón, Giner de los Ríos y Menéndez y Pelayo, Valle-Inclán y Echegaray, Rafael Alberti y José María Pemán, Picasso y Dalí, Margarita Xirgu y Lola Flores, Buñuel y Garci, Labordeta y Jiménez Losantos, Javier Marías y yo, y los dos Machado. Todos esos nombres (perdonen que incluya el mío), y lo que encarnan, son parte de la España decente, que puede ser de derechas o de izquierdas (o de nada), religiosa o atea, cristiana o musulmana, taurina o antitaurina, del Madrid o del BarÁ§a, nacionalista o constitucionalista, pero que es capaz de sentir, porque sin sentimiento no hay bondad, y de acomodar su conducta a lo ético y lo estético. Ni estética ni ética era la terrible foto que nos mostraba a los compañeros de naipes de Ignacio Uría, gentes tan cortas de palabras como de luces, palurdos, ceñudos, toscos, triperos, abotagados, insensibles al dolor, inasequibles a la amistad, ajenos a la condición humana, impertérritos ante la desdicha y enfrascados como si tal cosa en su rutinaria y estúpida partidita de tute. Sólo faltaba en ella ese cacique de Jetafe (con jota de jeta y de cojón), casi homónimo de Pedro Crespo, alcalde de Zalamea, pero que es su antónimo moral, pues carece de honor. Será tonto de los cojones quien vuelva a votar a ese ídem. Pero regresemos a la foto, que es de premio Pulitzer. El planeta de los simios. Un akelarre. Un aguafuerte de Goya. Un cuadro de Solana. Una secuencia de Buñuel. La España mala, la España encanallada y encallecida, la de piel de tiranosaurio y halitosis de cocodrilo, la de los siete pecados capitales y alguno más (el de la indiferencia y displicencia, el del pancismo y el cerrilismo), la que el Año del Desastre carecía de pulso y se fue a los toros, las verbenas y las horchaterías, la de los paseos, las checas y las purgas de ricino, la que no llora la muerte del industrial asesinado ni la de Soseki, la España cafre, la España vándala, la España de la mofa y el sarcasmo, la España que no tiene sentido del humor, sino del chiste cruel. Les contaré uno, español hasta el escroto. Cinco puntos están jugando una partida de póquer. A uno de ellos le da un infarto y se queda seco. El que está a su lado exclama: ¡Se ha muerto Iñaki! ¿Y ahora qué hacemos? Le responden: Quitar los seises.
Seguro que los sujetos inmortalizados por la imagen de El Mundo, tan seriecitos todos, se troncharían de risa si uno de los mirones de la satánica partida de tute rompiera su fúnebre silencio y les contase ese chiste. El tonto de los cojones, también.
No hay foto sin pie. Á‰sta ya lo tiene: España guadaña. Dios salve a Euskadi y nos salve a todos.