El trayecto, que no tardó más de 10 minutos, fue el más largo que he hecho en mi vida, me sentía por completo confundido, en mi mente zumbaba un enjambre de pensamientos precipitados, cuasi peligrosos por sí mismos y absurdos, casi incontrolables, la mayoría de los cuales, de haberles dado luz verde para actuar, nos habría acarreado una desgracia todavía más grande a Julia y a mí, estoy seguro de ello. Mi cabeza, en sus desesperados afanes por comprender qué pasaba, desconectaba y reenchufaba buena parte de mi cableado interno con la velocidad de un rayo, pero sólo era capaz de sacar funestas conclusiones adelantadas, veía a mi hija siendo prostituída, o vendida en partes, siendo esclavizada por un inmundo drogadicto que la obligaría a pedir limosna apenas aprendiera a hablar. La imaginaba de mil formas, con mil aspectos distintos, todas y todos desfavorecedores. Cada segundo pesaba una tonelada de preocupación y se prolongaba hasta sus máximas consecuencias, como un globo que se inflaba y se inflaba lenta, exasperantemente, frente a mi rostro afligido, así sentía pasar el tiempo, era como si me reventaran un globo dentro de la cabeza a cada paso que daba. Al detener un taxi y subir, miré mi reflejo en el vidrio del coche, mis ojos parecían dos cerezas asesinadas, dos huevecillos de rana que algún depredador picoteó hasta hacerlos añicos.
Al llegar, el lugar estaba rodeado de patrullas y dos tipos que en parte parecían policías y en parte maleantes acordonaban el área con un rollo de cinta canela, mientras otros más contenían a la gente que se había reunido a fisgonear alrededor del supermercado. Al principio no lograba enfocar la cara de ninguna persona a mi alrededor. Me paré al lado de los curiosos y busqué a Julia en medio de ese cuadrilátero que formaba la cinta. La tenían allí, encerrada en lo que supongo llamarían en el argot policial la escena del crimen, como si pudiera haber indicios de nuestra hija en ese recuadro de 4 metros cuadrados. El calor había ido en aumento y ahora era abrasador, le grité a Julia con todas mis fuerzas y ella le hizo una seña a uno de los seudo oficiales, que volteó hacia donde me encontraba yo y se apresuró a sustraerme de esa marejada de gente morbosa. Aunque mi mujer llegó antes que él. Seguía llorando y tenía la cara más roja que un tomate, me abrazó enérgicamente y me dijo, Se la llevaron, sólo me descuidé unos segundos y algún hijo de mala puta se la llevó, soy una estúpida. Sus uñas enterrándose en mi espalda me trajeron de pronto recuerdos de cama felices que disipé en seguida, pero el incipiente temor de que los buenos tiempos habían terminado no desapareció.
Acudimos a donde nos llevaban los judiciales, respondíamos lo que se nos preguntaba como autómatas, les expliqué que yo me había quedado en casa y no estaba con la familia cuando mi niña desapareció, sin embargo, parecían andar fallos de memoria porque seguían interrogándome acerca de mi paradero en el supermercado, A nosotros dinos la neta, ¿te distrajiste con alguna revista, con algún culo?, Por favor pongan un poco de atención a lo que les decimos, van 2 veces que les repito que yo no vine, les dije la tercera vez que me lo preguntaron.
Se quedaron callados un momento y después uno de ellos dijo, con un gesto ceñudo, Comprendemos su conmoción perfectamente, incluso la compartimos -a mí me mataron un hijo ya-, pero nosotros sólo cumplimos con nuestro deber, no nos lo pongan más difícil. El volumen de su voz iba en aumento, hasta que al fin estalló con un Y al que no le guste, que se joda. Nos quedamos mirando uno al otro durante varios segundos, Julia se aferró a mi brazo, que terminaba en un duro puño, y me pidió entre sollozos Relájate, pues ya adivinada, basándose en experiencias anteriores y en lo predecible de mi comportamiento, lo que vendría en seguida. Sin embargo, no había necesidad de que me apaciguara, no me encontraba yo de humor para empezar una trifulca, además, habría sido estúpido, aunque eso no quiere decir que no tuviera ganas de pegarle un cabronazo entre ceja un ceja a aquel puerco embestido de autoridad. Su compañero salió al quite diciendo Vámonos más despacio, ¿qué hacías tú en tu casa cuando los hechos ocurrieron?, me preguntó poniendo énfasis en el pronombre, Escuchaba música, le respondí cabizbajo, sinceramente avergonzado de mi respuesta, ¿Solamente eso? Porque hay un tufillo raro en tu ropa, y acuérdate de que falsear declaración es delito. Con un hilo de voz y consciente de la gravedad de mis actos, o, en este caso, la gravedad de mis omisiones, dije Tomé 2 cervezas y fumé un porro -porro, vocablo que Julia insertó en mi vocabulario a lo largo de los años sin que me diera cuenta-. Mi suegra emitió un chillido y se soltó en llanto nuevamente, su marido se limitó a abrazarla, los polis, por su parte, alcanzaron a discernir que una gran culpa me embargaba y decidieron aprovecharla un poco. A ver si entiendo, una pequeña es arrebatada de los brazos de su madre a plena luz del día en un establecimiento bastante transitado, mientras, su papá, el papá de la niña, aclaro, se droga, se embriaga y se divierte en casa, ¿es correcto?, cuestionó a su compañero, Afirmativo, asintió éste y continuó donde se quedó el otro ¿Saben qué es lo más triste de todo el asunto? Que esta clase de desgracias no debieran de ocurrir, hizo una pausa dramática y prosiguió, Si tan solo todos estuviéramos dispuestos a poner nuestro granito de arena para evitarlas otro gallo nos cantara. Yo nunca dejo que mi mujer salga sola a ningún lado, pero bueno, eso ya es asunto de cada quien y yo no estoy para juzgar la integridad, o la falta de integridad de nadie.
Cuando llegó su superior, un tal capitán Padilla al que se dirigían con mucha sumisión, se quedaron más callados que una tumba. No obstante, el mal ya estaba hecho, ahora mi familia -o lo que me quedaba de ella, que era una mujer devastada y sus padres furiosos-, veía en mí a uno de los culpables de la desaparición de mi hija. Padilla se presentó con nosotros, llamó aparte a ese par de imbéciles, les dio algunas indicaciones y se fueron, sin siquiera voltear. Mientras, nosotros, sentados, o, mejor dicho, apachurrados, totalmente aplastados en unas sillas cerca de la zona de cajas, permanecíamos tan callados que me pareció que la sucursal entera guardó silencio durante esos minutos en que Padilla hablaba con sus subordinados. Al volver con nosotros nos explicó que sus elementos iban a peinar el área y a inspeccionar hasta en los bolsillos de cada hombre, mujer y niño en el establecimiento.
A las 11 de la noche se dio por finalizada la búsqueda infructuosa, mis suegros se habían ido a intentar descansar, y, aunque Julia y yo hubiéramos continuado hasta el extenuamiento, ya nada podía hacerse por el momento, nos dijo Padilla, Díganme, ¿tienen algún enemigo?, ¿hay alguien con quien hayan tenido una fuerte discusión últimamente? Ambos negamos, Ya anteriormente tuve un caso muy parecido al suyo, sólo que se trató de una niña más grandecita, 7 años, el caso presentó muchas inconsistencias desde el principio, pero la cosa que más llamó mi atención fue que la madre parecía muy poco afectada por la situación, por supuesto, en un principio quise pensar que debía ser su forma de reaccionar ante tal sacudida. Seguí observándola hasta que me di cuenta de que me equivocaba, la mujer estaba al tanto de cada cifra que se negociaba durante el rescate y apuraba al esposo para que pagara lo antes posible, por el bienestar de la Amaranta, que así se llamaba la niña. Lo curioso era que nunca preguntó por ella, por cómo se encontraba, entonces me dije, “O es una fría perra o sabe con pelos y señales hasta lo que su hija desayuna, come y cena”. Al final, no estaba tan equivocado, resultaron ser las dos cosas, pues se coludió con el amante para privar a su hija de la libertad y pedir un jugoso rescate. Suspiró y se miró las manos, el mierda de Padilla, y después dijo con fingidísimo pudor, Espero entenderán que debo preguntarles si han mantenido o mantienen actualmente relaciones extra conyugales, No, nunca, exclamó Julia, para finalizar casi gritándole IMBÁ‰CIL, pero se detuvo en el IMB, Yo tampoco, qué falta de tacto, la secundé con igual indignación, Señora, dijo Padilla, cuya voz amarga venía pisándole los talones a mi flojo hablar, No hay por qué ponernos groseros, yo soy su aliado, no se le olvide, estoy para brindarle seguridad, simplemente estoy tratando de cumplir con mi deber, Julia volvió a enrojecer hasta las orejas, todo su cuerpo comenzó a palpitar, Cumplir con su deber, cumplir con su deber, desde que esto sucedió hemos estado escuchando la misma letanía y no vemos ningún resultado, ahora intenta acusarnos, o acusarme a mí, del secuestro de nuestra propia hija, y ahora fui yo quien tuvo que pedirle que se callara para que no se metiera en un lío con ese polipuerco, antes de hacerme caso, añadió: Llevamos horas aquí sentados en lugar de salir a buscarla afuera, es absurdo pensar que si se trata de un secuestro, el tipo se va a quedar esperando a que lo encuentren, si no está jugando a las escondidas, por Dios. Creo que tenía razones de sobra para creer que en su represalia Padilla descargaría sobre nosotros toda su burocrática prepotencia, que no debía ser poca, y la tensión acumulada a lo largo de la semana, el mes, o incluso el año. Las cosas no marchaban bien en casa seguramente, había dejado de usar la alianza pero la marca aun se le notaba en la piel, tenía las uñas largas y sucias, apestaba a una mezcla de tabaco, sudor y buen perfume. Su cabeza, acostumbrada a lucir un curtido cuero cabelludo rebosante de bloqueador resplandeciendo al sol, mostraba ahora indicios de pelilloz desaliñados. Por un instante, al imaginar que quizás la historia que nos acababa de contar era la suya, casi sentí lástima por él.
Padilla, no obstante mi preocupación, lo tomó civilizadamente, sólo se amasó el rostro con una mano como quien hace la sopa en un juego de dominó para recolocar cada elemento en su lugar, y, cuando a su juicio, boca, nariz, ojos y demás trebejos se pusieron en su sitio, nos volvió a mirar diciendo tranquilamente Ya que toca el tema del secuestro, señora, Pero Julia lo interrumpió ferozmente alzando la voz para decir Usted lo tocó primero, en lo que creí era un intento kamikaze de probar su mala suerte, Padilla la abordó de nuevo con calma, sabedor de la vieja regla de oro: El que se enoja pierde, y dijo No entiendo por qué esa necedad suya de ponerse a la defensiva, le repito que estoy de su lado, a menos que alguno de ustedes tenga algo que esconder. Pobre Julia, hizo el coraje de su vida con el mierda de Padilla en ese pequeño rato, le pedí, al ver que estaba dispuesta a dar un brinco sobre el judicial presta a sacarle los ojos hundidos en esos cuencos viscosos con sus propias uñas, que en aquel instante no podía imaginar sino largas y afiladas, barnizándose con la sangre de Padilla y sus perros, no obstante saber que Julia se limaba compulsivamente las uñas. Le pedí, pues, que lo dejara proseguir, por el bien de nuestra niña, me escuchó y Padilla continuó: Yo nos les voy a contar el cuento de que el país marcha sobre ruedas, ustedes mismos se dan cuenta en carne propia de que las calles se encuentran al rojo vivo, lo que les está sucediendo no es para nada un incidente aislado, el secuestro es el pan nuestro de cada día, todos anhelan hacerse de su primer millón cuanto antes y a como dé lugar, así que no me extrañaría ni un poco que éste sea el caso. Perdón, ¿son de clase acomodada?, nos preguntó receloso, echando una mirada a la ropa que usábamos, No exactamente, le contesté, Explíquese. Entonces, le hice un resumen pormenorizado de los hechos que habían afectado mi vida -aunque, ahora que lo pienso, debería decir nuestras vidas- en los últimos meses, Padilla aparentaba escucharme con gran interés aunque realmente en el único momento que paró oreja fue cuando le hablé de la pequeña fortuna que recibiríamos en los próximos días. Amigo mío, por ahí hubiéramos empezado, nos dijo sin disimular la jovialidad que el nuevo dato le procuraba. Desgraciadamente, es más que posible que se trate de un secuestro entonces, la mayoría de las veces el delito es perpetrado por un pariente, un amigo cercano, un empleado, qué sé yo. La buena noticia es que en la mayoría de los casos esto se arregla pagando a tiempo. Extraoficialmente, yo les aconsejaría que paguen lo antes posible, aquí tienen mi tarjeta por si recuerdan algo más, nunca es tarde para hacer lo correcto, dijo cínicamente estirando su tarjeta de presentación a Julia, quien por supuesto no movió ni un músculo para cogerla, Padilla luego la dirigió hacia mí, agregando, O por si se les pone difícil la negociación, la acepté y la guardé en mi cartera. Por último, les voy a pedir que me acompañen al ministerio público a levantar su acta y a que les tomen su declaración oficial.