El gran Frederic Bastiat, quizás uno de los más grandes divulgadores liberales que ha dado la historia, dejó asentada en su famosa ‘falacia de la ventana rota‘, la idea consistente en que para determinar si una medida es buena o mala, han de mirarse sus consecuencias a largo plazo para toda la población, y no sólo las que tienen lugar a corto plazo para una parte de la misma. Pongamos que hablamos de humanidad, y no sólo de economía.
Ir destrozando los bolsillos de los ciudadanos (las cristaleras en la parábola de Bastiat) a base de subidas de impuestos que rayan en la usura para enriquecer las arcas de los estados ( los cristaleros de la misma parábola), pensando que así, estos podrán tirar luego de la economía, sin tener en cuenta el coste real del destrozo, es una idea que ya nos está costando muy cara a los ciudadanos, del sur de Europa especialmente.
Los dirigentes del Fondo Monetario Internacional (FMI), del Bando Central Europeo (BCE) y la Unión Europea (UE), eso que llaman Troyka, están empeñados en hacernos ver que cuanto peor mejor; que cuanto más destrocemos nuestras economías, más posibilidades tendremos en un futuro de ensueño de recuperarnos del susto.
Porque el truco consiste en hacernos creer que es bueno que pasemos calamidades en aras de salvar la economía de los »cristaleros», o sea, ellos mismos, y sus chicos que tiran las piedras contra nuestros cristales.
Cuanto mayor sea el daño, más dinero necesitaremos luego para reconstruir lo destruido.
Para determinar si sus medidas son buenas para todos a largo plazo, o sólo buenas para ellos a corto, hay primero que examinar de dónde han llovido las piedras contra nuestros cristales, porque tanta lluvia de meteoritos hacia una misma dirección no han salido fruto de una gamberrada de un niño travieso. Los ciudadanos de a pie, ese grueso de hormiguitas que laboramos como autómatas para mantener vivo el hormiguero, no hemos sido quienes hemos quebrado los sistemas financieros, ni falseado las cuentas de los estados he instituciones públicas.
Tampoco se nos puede echar la culpa in vigilando, pues esa no es nuestra responsabilidad, y para ello, se supone, están quienes nos representan y velan por nuestros intereses. Asentado esto, cabe dar por cierto que quienes han roto la baraja han sido los mismos que ahora nos quieren imponer que paguemos a escote tres juegos nuevos de cartas. Y no hay derecho.
Si hemos aprendido algo de la falacia de la ventana rota de Bastiat, y hacemos cálculos sobre lo que nos está costando la broma, y no hablo sólo en términos económicos, sino de pérdida de derechos civiles, libertad, expectativas de futuro etcétera, nos daremos cuenta de que las medidas que nos imponen para sufragar los desperfectos creados por esta gente, es infinitamente superior a los beneficios que supuestamente nos esperan a la vuelta de la esquina, más o menos para cuando las ranas críen pelo.
En Europa ya teníamos eso que llaman estado del bienestar. No necesitamos que nos lo vendan como en el mercado de futuros, sino que se restituya lo que ya era nuestro y ahora hemos perdido, o mejor decir, nos han arrebatado. El dinero no vuela, ni desaparece sin dejar rastro; aeropuertos sin aviones tenemos en España que dan fe de ello, y comisionistas, trincadores de lo público etcétera.
Cuando a una generación enterita de jóvenes, preparados o a medio hervor, se les priva de una expectativa de futuro, o se condena a las personas de cierta edad pero aún válidas para ofrecer mucho en el »mercado laboral, a ver pasar los días como en la película Los lunes al sol, con el miedo metido en el cuerpo por si enferman, o no pueden pagar su vivienda, o los estudios de sus hijos, entonces, no hay cuenta a futuribles que compense el daño que se recibe hoy, ahora.
Hablamos de humanidad, y no de economía, que también. Porque lo más importante de la vida es vivirla con un grado de cierta tranquilidad, incluso acomodo si se puede. Acomodo sobre una base de garantías que nos permita desarrollarnos, no sobre negros nubarrones que amenacen tormenta constantemente.
Hablamos de que usted que me lee, o yo, y en general la mayoría de ciudadanos, no debemos permitir que nos la cuelen diciendo que tenemos que ser nosotros los que suframos las consecuencias nefastas que otros, unos pocos, han desatado por su incapacidad de ver más allá de balances contables, primas de riesgo y ganancias al mil por cien a cambio de nuestro pellejo.
Nosotros no hemos roto los cristales, nuestros cristales. Nosotros no hemos quebrado bancos, ni grandes empresas, ni nos hemos fumado el dinero haciéndolo desaparecer de nuestros ahorros para que aparezca en las cuentas corrientes de una minoría afincada fiscalmente en paraísos fiscales, donde sí es verdad que ni lo olemos.
Hablamos de humanidad, estúpidos, le digo a toda esta gente tan dispuesta como están a seguir pagando con nuestro dinero los cristales que nos rompen.
Hablamos de personas de aquí y de allá, con sus nombres y apellidos, sus vidas a cuestas, sus sueños y expectativas.
Pero esta gente no escucha. Sólo les interesa su economía de los cristales rotos, y ya sólo les falta que nos envíen una petición como la de los fabricantes de velas, genial escrito también de Bastiat, para que les aseguremos que lo suyo, o sea: que nos sigan tomando tomando por imbéciles, se les conceda por decreto ley.
Y hasta ahí pretenden que lleguemos.