Consonancias, 27
A los tres años exactos de la muerte de Howard Zinn (27 enero de 2010), la joven compañía La Casa Escénica encabezada por Esmeralda Gómez y Alfonso Plou, ha inaugurado su trayectoria con la pieza ‘Marx en el Soho’, una inteligente propuesta de teatro político del díscolo autor norteamericano, adaptada en esta ocasión por Esmeralda Gómez y Alfonso Plou. El actor Alfredo Abadía ha dado vida al filósofo alemán –y universal– en el Teatro del Mercado de Zaragoza, el pasado fin de semana, narrando algunos de los episodios de su vida privada.
Un imaginario regreso del protagonista al mundo actual sirve al autor para plantear un reto a los espectadores: ¿siguen siendo válidas las teorías filosóficas del comunismo? A través de un monólogo jugoso y chispeante, el personaje realiza una reconstrucción de episodios de su vida familiar, así como un resumen de sus disquisiciones ideológicas con Engels y Bakunin, empeñados todos en conseguir un cambio de dirección en la sociedad de finales del siglo XIX. A lo largo de la obra asistimos tangencialmente a los principales acontecimientos del momento: la lucha de los irlandeses contra Inglaterra para conseguir su independencia, las revoluciones europeas de 1848, los albores del movimiento comunista y la gran esperanza truncada de la Comuna de París.
A través de estos perfiles privados y públicos de la vida de Marx, Howard Zinn nos lo presenta con cierta ternura y algunos rasgos de humor chispeante, todo dentro de un planteamiento bastante original. La escenificación de esta serie de episodios no es gratuita: obedece a la intención, compartida por los realizadores, de poner sobre el tapete la situación actual del mundo, víctima de una praxis capitalista que ya fue denunciada hace más de siglo y medio por unos visionarios cuyas teorías fueron manipuladas y falsificadas lamentablemente durante décadas por la tiranía de los regímenes comunistas. Hay un alegato claro contra la pasividad de la sociedad contemporánea, formada por individuos que miran para otro lado mientras las desgracias no les afectan directamente.
El texto dramático está plagado de guiños intencionados a los espectadores, censurando directa o indirectamente su indolencia. Es como si ahora nos quisiera implicar en la dinámica pedagógica que motivó su labor docente: “Quería que los estudiantes salieran de mis clases no sólo bien informados, sino preparados para abandonar la seguridad del silencio y dispuestos a denunciar y actuar contra cualquier injusticia”, dice en sus memorias.
La puesta en escena, con dirección de Esmeralda Gómez y producción de Alfonso Plou y Carlos Mariñosa, es austera, como corresponde a la precaria situación económica a la que tanto alude el personaje a lo largo de su monólogo. Al mismo tiempo resulta densa, con una acertada disposición de los elementos escénicos. Las intervenciones en off de Jenny, la esposa de Karl, las advertencias lumínicas desde ‘lo alto’ y la eventual caracterización del protagonista como Bakunin, aportan dinamismo y enjundia a la representación. Alfredo Abadía presenta a un Marx ideológicamente consistente e incisivo, al mismo tiempo que próximo y humano en una interpretación cálida y segura.