Á‰TICA JUDÁA Y CONDICIÁN HUMANA.
“En cada castiyo y castiyón hay su dolor de corasón”. Refrán sefaradí.
¿Y por qué no “Á‰tica humana y condición judía”? Tal vez, mejor, “Á‰tica y condición judía”, ya que no, por inane, “Á‰tica y condición humana”. De cualquier manera, tengo claro que el título del presente debería limitarse a “Á‰tica judía”, porque el ser humano, en su conjunto, no puede hacer ostentación de una forma de ser que lo englobe, que recoja todas y cuantas variantes se producen en su seno, en lo que a normas y reglas éticas se refiere, porque su seno es el caos. Su condición puede ser libérrima, natural, pero limitada al individuo, y éste nunca podrá conocer cuál es su voz interior o conciencia y cuál la inducida, la aprendida o absorbida a través de un proceso educativo incontrolado.
A través de nuestro recorrido por este mundo se nos ha inculcado en nuestro sistema de valores que no existirá convivencia sin un comportamiento ético, con lo que se nos ha estado definiendo el concepto, archivándolo tal cual en nuestro sistema de creencia, como el modo de existencia compartida para un mejor bienestar. Es como decir que podemos seguir viviendo sin ser, necesariamente, espirituales. Bastaría con un sistema ético para progresar. Pero este supuesto, que conlleva la fuerza del “no hagas lo que no quieras que te hagan”, no garantiza que el sistema no se distorsione. La envidia, la frustración personal, la ambición mal entendida, son consustanciales al ser humano. Dado el caso de una persona que está a punto de cometer una felonía y se detiene unos instantes para rezar a ElQueTodoLoSabe, ¿cómo lo definiríamos? ¿Es sincero? ¿Comete doble engaño? ¿Y si después de cometer conscientemente el acto incorrecto vuelve a rezar? La terminología mística lo explica de la manera siguiente: La fe se halla en el centro de nuestras almas, y no necesariamente se manifestará en las capas externas de nuestra personalidad que dirigen nuestras acciones. Lo que viene a demostrar el eclecticismo de la ética judía. El Judaísmo nos ofrece los medios para vivir éticamente. Por eso, aunque seamos renuentes al reconocimiento de la Torá, nos exige actuar según esa ética, asimilar el concepto “buena acción” e interiorizar su contenido. El judío definitivamente no puede sustraerse a que las mitzvot lo condicione para un mejor comportamiento moral y social.
Decía el Rab. Greenberg que el Judaísmo no solo nos pide aceptar la realidad de la Torá aún cuando parezca desafiar nuestro intelecto, sino que, además nos exige alimentar la sensibilidad de nuestras almas hacia las Mitzvot, las cuales no sólo proceden de una fuente Divina Supra-Racional, sino que esta última también está internalizada en nosotros como el centro de nuestra alma. El Judaísmo, viene a decirnos, nos exige desarrollar una conciencia social…aunque nuestra alma esté endurecida. Tal es así que aquel transgresor, sucumbiendo a la roedora envidia, a la pequeñez de la maledicencia, al pequeño éxito del tahúr, a la mísera gloria del plagiario, ese transgresor digo, subyugado por el engañoso placer de la ambición y que se siente realizado y satisfecho con alejar de sí los residuos metabólicos de su organismo, hiriendo la sensibilidad ajena, debe saber que entre rezo y rezo incumple el compromiso contraído.