Sociopolítica

Europa

La literatura y el pensamiento español de tendencia ilustrada y reformista, desde los afrancesados del siglo XVIII hasta los hombres de la Edad de Plata -Ortega, Marañón, Menéndez Pidal…-, en la segunda mitad del siglo XX, veían en lo europeo el modelo de sociedad y de organización del Estado al que había que aspirar. Esta es una larga historia, en la que podemos incluir desde  un patriota “moderno” (en su tiempo) como Jovellanos hasta un liberal casi decimonónico como Madariaga, pasando por los hombres de la Institución Libre de Enseñanza e incluyendo, también, a un sector más abierto del catolicismo y el conservadurismo español (Laín, Marías, Herrera…). Para estos hombres la palabra “Europa” es un talismán casi mágico, un concepto que desprende connotaciones como ciencia, cultura, modernidad, libertad, progreso. “Europeo” era un calificativo que ennoblecía y daba una pátina de prestigio a cualquier nombre; como hoy ocurre con palabras como “democrático”, “solidario”, “ecológico”. Incluso, en ocasiones, se llegaba a establecer una contraposición entre lo hispano y castizo -lo antiguo, tradicional e inoperante- frente a lo europeo -lo moderno, progresista y efectivo-.

En el terreno político y económico, en la etapa del desarrollismo (años 60), una parte de la clase política (Ullastres, López Rodó, López Bravo), a la vez que moderniza y saca del ostracismo a la economía española, inician un acercamiento a lo que entonces era el Mercado Común; movimiento que culminaría en 1986, en época del gobierno de Felipe González, con la entrada de España en la Unión Europea. Para la heterogénea oposición al franquismo, que va desde los comunistas a los monárquicos, la palabra “Europa” era casi sinónimo de democracia.

Pero, desde hace pocos años, noto con respecto a este tema, un profundo cambio. En frases como “Europa nos controla el gasto público” o “Europa no está dispuesta a cambiar los tipos de interés”, esta palabra ha dejado de designar un proyecto cultural y un modelo social para ser: a) una referencia sobre todo económica, b) un especie de instancia superior, de poder que decide de forma anónima y a distancia, como un Leviatán insensible, c) un modelo de rigor, una apelación a los deberes y obligaciones. Todo el mundo habla de “Europa” como de  un inspector de hacienda o un super-gerente que administra nuestras cuentas con la fría eficacia de una máquina.

En cierto sentido, a pesar de lo que pueda parecer, este cambio semántico no es una mutación caprichosa, sino que  tiene una parte de lógica. Admirábamos en Europa su libertad, su nivel de vida, los derechos de sus ciudadanos, las prestaciones sociales; pero ahora, descubrimos la otra cara de esta realidad: no hay libertad sin responsabilidad y civismo activo; no hay riqueza y desarrollo sin rigor; no hay prestaciones sociales si las cuentas no están equilibradas; no es posible el desarrollo sin esfuerzo, ahorro y rigor. En una palabra: no hay derechos sin deberes.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.