Toda novela, canción, obra pictórica, o film están cimentados sobre influencias previas, sin embargo una cosa es copiar cambiando solo obvios detalles, y otra es orquestar con nuestros pensamientos algo interesante sobre un material ya existente. Brindando una re-interpretación creativa, surgida de conocimientos realmente comprendidos.
Joseph Kosinski en su segundo largometraje como director, cumple con creces al construir un universo llamativo y personal, reuniendo ideas y códigos constantes de la ciencia ficción junto a una correcta exploración filosófica de las incertidumbres del hombre consigo mismo y en relación al universo; aunque siempre manteniendo unos parámetros del lenguaje para la fácil digestión del espectador.
Se percibe gélida, pero a la vez inquietante por el comportamiento impasible y condicionado de aquellos con quien interactúa Jack Harper – el protagonista- en plena búsqueda personal, por ello es reiterativa emocionalmente para reflejar quizás la conformidad impuesta, digna del mejor Aldous Huxley. Ahí es cuando casi toca nuestra fibra sensible por el temor de que se funda dentro del depurado y aséptico entorno con un acabado estético exquisito. El percance radica en la dirección actoral, no es su fuerte, y la mencionada sensación enigmática se diluye abruptamente, descuidando parcialmente la progresión natural del relato. Solo están delineados los personajes y al desplazarse por un ritmo narrativo pausado, no causan mucha empatía.
Los giros de guion funcionan, mas no sorprenden mucho al que tenga presente reminiscencias fílmicas como a Stanley Kubrick por su odisea en el espacio –adaptación del El Centinela de Arthur C. Clarke- o literarias a Phillip K. Dick, e inclusive una ínfima insinuación a Ray Bradbury. Nos ofrecen por así decirlo, un caldo.
A pesar de ser contemplativa sensorialmente en ciertas secuencias serenas, es irregular en su primera mitad. Pudo reducir un poco la introducción y exposición de personajes, normas internas o sus artefactos idílicos. Toma impulso luego con momentos sentimentales muy logrados entre Jack y Julia –interés romántico-, teniendo en cuenta que están definidos con sencillas motivaciones, pero durante el metraje decaen al redundar su afecto, sintiéndose artificiales.
Dispone de manera accesible pasajes e imágenes de considerable impresión alegórica que enriquece su universo, erigiendo ideas relacionadas con la introspección y el redescubrimiento en un correcto desarrollo de los acontecimientos. Harper en su proceso recupera más que sus recuerdos, adopta un nuevo ideal unido a la necesaria preservación de lo único que ha quedado intacto en él. Su identidad imbuida es proyectada ahora con un propósito.
Incluso Kosinski tocaría algunos temas tratados en su opera prima “Tron Legacy”, dotándole una prolija mirada yuxtapuesta a los detalles visuales –arte conceptual- al contar de nuevo con su cinematógrafo Claudio Miranda. A diferencia de la secuela ingenua del clásico creado por Steven Lisberger, en esta adaptación de su propia novela gráfica invierte franqueza e ímpetu cuando nos invita a navegar. Así transmite con más relevancia sus percepciones antropológicas.
Este compendio y tributo al género entretiene con su historia, abordando lánguidamente la imposición u opresión del estatus quo idealizado. Es relativo que genere reflexión o sorprenda totalmente, pero al menos evita insultar a su espectador objetivo; eso sí, consigue el balance planteando un acercamiento de tenue complejidad entre la condición y el porvenir humano.
Un ameno trayecto que propone inquirir en el alma humana, no obstante se ve limitada por las convenciones de un gran estudio. Siendo de esos singulares casos en que jamás busca ser original, pero al final de cuentas, ¿que lo es en realidad?