Grita, grita, grita, grita sin parar, no guardes en tu interior esas palabras que corroen tus entrañas, sácalas fuera, que les de el aire, que entren en contacto con las toxinas contaminantes que pululan por el ambiente y con la pólvora envenenada de las otras palabras expulsadas de otras personas.
Personas como tú, como yo, como ellas mismas, porque toda persona es dos a la vez, una y otra, Dr. Jeckyl y Mr. Hyde, dos caras de una misma moneda, el reverso tenebroso de un alma, eterna, o no, reencarnada, o no, un lado blanco y otro oscuro, uno para hacer el bien y otro para hacer el mal.
Y cuando dos almas confluyen en el ángulo maligno nada queda más que echarse a temblar y llorar de pavor ante la que se avecina, cercenando la libertad cautiva del que sufre en silencio la tempestad eterna del terror. Entonces, unos se refugian en la religión, otros en sí mismos, y otros, los menos, ignoran las señales y viven felices para siempre.
Hay quien dice que la ignorancia da la felicidad, ni el dinero, ni el amor, ni la salud, la ignorancia, puede que tengan razón, quien sabe, aunque en caso de ser así no sería otra cosa más que una felicidad fingida, tan volátil, tan efímera como el lapso de tiempo que pasa desde el no saber al saber, desde el no conocer al conocer, apenas una milésima de segundo.
El pobre es feliz hasta que descubre que se puede ser rico, el rico lo es hasta que descubre que no puede comprar el amor, el enamorado hasta que descubre que su amad@ le engaña, el que engaña hasta que descubre la pérdida del amor que deja en casa, y así miles de milésimas de segundos transcurridas desde el saber al no saber, desde el conocer al no conocer.
Por tanto, no, la ignorancia no da la felicidad, lo da la sabiduría, la plena, la que nadie, o casi nadie, alcanza, pero a la que todos aspiramos y para lo que seguimos cultivando día a día, pero hasta ese momento no nos queda otra que aferrarnos a nuestra felicidad, la felicidad de la necesidad austera que elimina la expectativas, malditas expectativas.