Felipe II de España. Peter Pierson.
«Felipe no podía aguantar la carnicería de las batallas […] Por lo que Felipe decía, se entiende que la guerra era una carga en su alma, no porque temiera el juicio humano, pero sí el divino«.
Página 43.
«Clavaba los ojos en sus interlocutores, y con frecuencia se dibujaba en sus labios una leve sonrisa, «esa sonrisa reticente, tímida», que se considera el recurso protector de los gobernantes educados para guardar secretos. Entre su sonrisa y su daga, señalaban sus contemporáneos, no había mucha distancia».
Página 48.
«A Barcelona no le quedaba sino la cáscara de su grandeza medieval. En la campiña el bandolerismo reinaba como por sus fueros y constituía uno de los principales problemas de los gobernadores generales de Felipe«.
Página 100.
«Felipe estaba dispuesto a tolerar cierto nivel de peculado, de cualquier modo, pues hubiera sido imposible ocupar los cargos importantes con personas competentes si no les hubiera dado la oportunidad de forrar sus propios bolsillos para compensar los generalmente bajos salarios«.
Página 147.
Ciertos personajes de la Historia se convierten en gigantes sobre los que toda leyenda parece siempre pequeña. Los grandes reinados de las monarquías europeas dieron lugar a tremebundas biografías políticas, personales y a veces artísticas por su gran huella como mecenas, que a día de hoy seguimos intentando asimilar y comprender.
Sencillez es una palabra que ha de aplicarse al estudio si se quiere abarcar el complejo entramado de realidades que implicaron esas vidas.
Sencillez relacionada con objetividad, con la búsqueda de los hechos «desnudos» de juicios de valor para poder acercar al lector lo más posible a la persona y no a una versión literaria de la misma, igualmente valiosa en sí, pero privada de «veracidad», aunque toda escritura es siempre interpretación de la realidad. El autor del que hoy hablamos intenta, con notable éxito, hacer digerible para el lector unas décadas de reinado de un imperio y de unas relaciones personales y familiares que colapsarían la mayor garganta de la Historia. Evidentemente no es posible hacer el estudio en su totalidad, en su conjunto inmensurable de detalles: quedan en el tintero demasiadas cartas significativas, demasiados hechos que hay que pasar por alto para que la síntesis resultante sea del todo coherente y clara (dejando de lado que ningún ser humano es cien por cien coherente y claro). Pero hay que alabar su gran trabajo de resumen y accesibilidad. Peter Pierson intenta dar una talla humana a la figura del rey, para que podamos abarcarla desde doscientas ochenta páginas y algunos documentos inevitables como mapas políticos de la época o el clásico árbol genealógico.
Reconozco que no soy un especialista en biografías, quizá no haya leído más de treinta en mi vida. Sin embargo, soy un apasionado de la Historia y del análisis y he de remarcar que la originalidad de la obra es acometer la descripción del monarca no desde la perspectiva cronológica sino desde la agrupación temática. Esto ayuda a esa comprensión de la persona que subyace al «mito», como decíamos. Entendemos sus posturas o al menos vemos sus acciones frente a hechos concretos: la relación con sus hijas, su forma de designar consejeros, la manera de tomar decisiones… Se ha acusado a este monarca de tomar decisiones de una forma extraordinariamente lenta y estar involucrado en todas las que podía de forma que llegó a ser un «cuello de botella» que entorpecía un gobierno ágil. Pero Pierson, conocedor de la época y de otros reyes absolutos nos explica que, si bien tenía esta característica acusada, todos gobernaban de forma similar.
Otro punto a señalar es la objetividad, o el desapego, la falta de apasionamiento, sí, pero sin poder negar cierto apego a la figura del monarca. Al terminar la lectura uno puede tener visión de éxitos y fracasos de Felipe II, pero creo que también una cierta simpatía por una persona que asumía más de 16 millones de súbditos distribuidos en inmensos territorios de muy diversa naturaleza, asediado por otras monarquías en ascenso, los enemigos religiosos (dentro y fuera del Cristianismo), e incluso sus propios cortesanos.
Para terminar agradeceré siempre a Pierson explicarnos, aunque sea de pasada, que más allá de la «Leyenda negra»… y la historia que también nos contaron los anglosajones con su notable marketing, existe “la otra parte” de la Historia, la que no nos contaron, ni siquiera en el Colegio: «Antes de desembarcar en Peniche, cerca de Lisboa Drake había atacado La Coruña donde esperaba destruir los restos de la «Armada Invencible«, que de hecho estaban en Santander. Su ataque fue rechazado y él sufrió fuertes pérdidas. Como resultado de esta expedición, cayó en desgracia».
Nota al pie (Página 206).
Aunque hayan pasado cuatrocientos años, alivia saber que el nuestro no fue un rey idiota en manos del destino ni de la alabada Isabel I (como algunos quisieron hacernos creer); ni un dictador sin escrúpulos ni corazón (como muchos en España afirman intentando ignorar la realidad de su época), sino un gran mecenas, un padre amoroso, un hombre preocupado por la justicia o lo que él entendía por justicia y un inmenso hombre de Estado.
Un libro riguroso, sintético, aleccionador y muy idóneo para un acercamiento a la figura de Felipe II.