Los lectores que se acercan habitualmente a los artÃculos y colaboraciones del que suscribe saben de mi afición intermitente por la relectura tranquila de ciertos libros, y de la placentera sensación que ofrece el hecho de recordarlos y revivirlos de alguna forma. Es como resucitar de pronto a ese Lázaro, amigo silencioso, que hiberna inconsciente en los anaqueles de la biblioteca. Son obras que, por algún motivo, dejaron huella en la memoria —algo mermada ya— de quien esto escribe.
Hoy traemos, desde los desvanes literarios de antaño, un libro interesante. Curioso, mejor dicho. Y además delgado, de poca paginación, de esos que tanto agradan a los lectores de escaso hábito. Se trata de Flor de jacarandá, de Eduardo Alonso. Fue publicado por Muchnik Editores allá por el año de 1991. El autor nos cuenta la historia del marqués de Lanuza, personaje cincuentón y viudo, casado en segundas nupcias con la jovencÃsima Leonor de Molina.
Eduardo Alonso González es un autor importante en las letras españolas. Nació en Murias de Aller, Asturias, en 1944. Se licenció en FilosofÃa y Letras por la Universidad de Oviedo (1967) y fue catedrático de enseñanza media en el instituto Benlliure de Valencia. Con Chuso Tornos, peso pluma (Gijón, 1967), obtuvo el primer premio Ateneo Jovellanos, de novela corta. En 1980 publicó La enredadera, con la que obtuvo el Premio de la CrÃtica del PaÃs Valenciano. Ese mismo año consigue el premio Villa de Bilbao gracias a El mar inmóvil (1980). Su obra El insomnio de una noche de invierno (Barcelona, 1986), le vale la concesión del prestigioso Premio AzorÃn de novela. Son tÃtulos suyos también Los jardines de Aranjuez (1986), ambientada como la anterior en la España de los Austrias, Las quimeras del gato (1990), y Flor de jacarandá (1991), que hoy retomamos. También es autor de algunos estudios de crÃtica literaria y coautor de PoesÃa y novela (1982). La crÃtica ha destacado en sus relatos la fidelidad a la palabra literaria y una tendencia a diluir en la ficción las decepciones de la vida cotidiana.
Esta breve novela fue saludada por la crÃtica de La Vanguardia como «la confirmación de un talento literario». Siguió publicando, y asà vieron la luz El retrato del Schifanoia (1992), Villahermosa (1993), El gato de Troya (1996), y Palos de ciego (1997). En 1996 fue galardonado con el premio Gabriel Miró de cuentos por Los Estorninos. En La Nueva España de Asturias podemos localizar algunas de sus numerosas y bien pergeñadas colaboraciones de prensa.
Recordaremos, solo a modo de referencia y anécdota, que el cinco de diciembre de 1991 apareció en Rayuela, suplemento cultural de El Periódico de Aragón, una reseña nuestra de esta novela —novedad literaria en ese momento— bajo un larguÃsimo epÃgrafe: «Eduardo Alonso aborda con brillantez la historia de un ilustrado masón».
En el artÃculo de 1991 ya venÃamos a confirmar que el argumento de la obra se convierte en una de las facetas más atractivas de la obra, aunque no resulta de menor interés el buen hacer constructivo del autor, quien por medio de una adjetivación cuidada y de un léxico extenso consigue captar nuestro interés e implicarnos en la trama de la novela.
Don Luis de Lanuza, noble español ubicado en el Madrid de Carlos III de España, vuelve a su paÃs tras un largo viaje «por cortes y ciudades de Europa, becado por el ministro para informar sobre la reforma de los espectáculos». Dicho viaje será el punto de partida del argumento vertebral. Con el protagonista llegan a España dos personajes importantes en el libro: Isadela —la criada mulata de la Martinica, a quien el marqués habÃa encontrado en una taberna de Burdeos— y el guapo cantante Giuseppino Balducci, un castrado que se convierte al poco tiempo en el amor pasional de su joven y aburrida esposa Leonor.
No podemos obviar el marcado erotismo que desencadenan las situaciones y los mismos personajes. Isadela, por ejemplo, vela en todo momento por el bienestar del marqués, quien regresa a Madrid, por cierto, con su miembro enfermo. Isadela es el trasunto de la prostituta complaciente, grandota y exótica del ilustrado don Luis. El cuerpo de su esposa, delicado, esbelto y algo frÃo también, será el contrapunto imprescindible en los amores carnales de nuestro bien dibujado protagonista.
En el mismo contexto erótico habrÃa que integrar las relaciones, ligeramente perversas, que se establecen entre Leonor, esposa del noble, y Giuseppino, el muchacho italiano. Ambos comparten soledad e incapacidad de relación. Por eso se atraen mutuamente y acaban juntos en la cama, donde «ella empezó a advertir bajo la piel un rÃo de hormigas».
También nos interesa mucho la sencilla pero eficaz ambientación histórica y en el análisis que se hace de la España contradictoria de la segunda mitad del siglo XVIII. El marqués, gracias a su viaje por Europa, se percata de que el mundo de las ideas no tiene fronteras. Toma contacto en Viena con un grupo de francmasones y asiste «a los ritos catecuménicos de una logia» en la que se hallaba «Da Ponte, letrista de un joven músico llamado Mozart».
El tema de la MasonerÃa aparece como telón de fondo, pero hemos de señalar que aporta un toque magistral en la ambientación histórica de esta narración tan especial. Eduardo Alonso describe incluso parte del ritual simbólico de iniciación en los templos masónicos, aunque lo hace a grandes rasgos y sin caer en el detallismo descriptivo, lo que hubiera sido aún más interesante a nuestro juicio. Al aprendiz, al nuevo hermano masón le impresiona «el idealismo de creer en la libertad, la igualdad y la fraternidad, tres consignas que podÃan poner el mundo patas arriba». Alonso realiza una perfecta ambientación sociopolÃtica, dejando bien claro a la vez su nivel cultural y su dominio de la historia.
Estos argumentos van tomando mayor interés conforme avanzamos en la lectura, de modo que la intriga y el buen estilo se entremezclan con el lirismo azulado de la flor de jacarandá, testigo mudo de un argumento apetecible y bien llevado. Al resucitar este libro, al volver a tenerlo en las manos después de tantos años, sentimos que el tiempo es un firme aliado de la buena literatura.
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