Me aburre la política, me trae al fresco e incluso me repugna, pero me divierten las elecciones. Son como una carrera de caballos, aunque el noble bruto esté muy por encima, excepciones aparte (las de Rosa Díez y Esperanza Aguirre, por ejemplo), del común de los políticos.
La noche electoral me devuelve a la infancia, cuando seguía con pasión las incidencias del Tour. Descorcho una botella de vino, preparo unas tapas, descuelgo el teléfono y me planto como un idiota frente al televisor, que es cosa que casi nunca hago.
Contradicciones. Y contradictorias eran, en lógica consonancia con lo que acabo de decir, mis expectativas electorales. No podían cumplirse y, en efecto, no se han cumplido. He perdido en todos los frentes. Estaba cantado. Quien apuesta simultáneamente al rojo y al negro, al falta y al pasa, al cero y al uno, en la ruleta, pierde por un lado lo que gana por el otro.
Rosa Díez ha salido bien parada, pero no tanto como ella y sus votantes esperábamos.
Zapatero ha perdido, pero en menor medida de lo que los desastres por su gobierno perpetrados auguraban.
Rajoy ha ganado, pero no por fuera de combate, lo que le permite sobrevivir a él y a su adversario. Mal asunto para el PP y bueno para el PSOE. Mi eslogan era: por el bien de los populares, vote a Rosa. Sólo en Madrid han seguido mi consejo.
Deseaba yo la desaparición de Izquierda Unida, ese partido decimonónico, de la escena política. Ahí siguen, medio groguis, es verdad, pero agarrados a las cuerdas. ¿Nunca besarán la lona? ¡Venga, chicos!
También aguantan los nacionalistas de varia lección, que jamás sueltan la presa, porque no son seres racionales, sino hinchas. No toman, en realidad, partido, porque partido no tienen. Tienen equipo.
Mal andamos.
¿Y cómo, rediós, no iba a perder yo en todas las casillas de la ruleta si deseaba al mismo tiempo que fracasase el PP, por su propio bien, ya lo he dicho, y que los socialistas siguieran la suerte que en toda Europa, Vandalia excluida, han corrido.
Algo es algo: en el viejo, putrefacto y cristianoide continente ya no hay izquierda.
También quería que ganaran los defensores de los derechos de los animales y que perdieran los antitaurinos… La cuadratura del círculo. Así no hay forma.
Decía don Pío (por boca de uno de sus personajes): «Yo tampoco tengo ideas muy acordes. En política, por mis extremos, me siento anarquista y monárquico, y en religión, ateo y católico».
¡Vaya por dios! ¡Y yo que no soy ateo ni católico, ni anarquista (lo fui. Dejé de serlo), ni monárquico, ni republicano! ¿Qué va a ser de mí?
«Y augura que vendrán los liberales / cual torna la cigÁ¼eña al campanario». Escribió ese verso un poeta de izquierdas que hoy parece de derechas. Se llamaba Antonio Machado.
Pero augurar es anunciar, y los augurios, como estas elecciones han demostrado, rara vez se cumplen.
Allá ustedes.