Pensemos en un pequeño municipio en el que nunca pasa nada. Y una mañana, en el arcén de una carretera de ese lugar anodino, aparece el cadáver de una mujer asesinada. A partir de ese momento el pueblo deja de ser lo que era y todos se preguntan: por qué y quién. Y ese es el lógico comienzo de una historia, de una investigación y unas preguntas que requieren justa respuesta. Pero son la forma y el lugar lo que hacen singular a “La mirada del bosque”. Porque es la original forma en comunidad de averiguar y descubrir al culpable de ese crimen, y es el lugar, ese pueblo tranquilo de Irlanda en el que nunca pasa nada, y todo lo que ese asesinato nos va a hacer descubrir de los que viven en él. Es la trama –el trasfondo y lo aparente- ideada por Chesús Yuste lo que hace diferente a esta novela. Porque cuando se produce el asesinato son las fuerzas vivas –como en “La Rebotica” de Santiago Lorén– del pueblo las que se unen para resolver el crimen. Son la doctora, el cura, el alcalde, la maestra y la locutora de radio los que se unen al jefe de la policía local para ayudarle en la investigación. Son un insólito club que los miércoles se reúnen para cenar, hablar un poco de todo, cotillear y tomar una copilla y comentar entre todos las tramas de las novelas policíacas que escribe la maestra. Club de los miércoles que divaga sobre el crimen perfecto y que esta vez se enfrentará a uno de verdad, a un muerto real. Un asesinato que se resolverá precisamente así, en una curiosa mezcla entre una Fuenteovejuna irlandesa y una partida de Cluedo en la que todos juegan con la misma ficha. Y es esa investigación la que nos va a descubrir el lugar. Lo visible y lo personal. El paisaje y lo interior. Lo típico y lo universal. Nos va a descubrir secretos de nuestros vecinos. Toda esa gente que nos rodea y de la que aparentemente creemos saberlo todo. Nos hará creer en las apariencias y caer en pistas falsas, descubrir un pasado y un hijo ilegítimo; a personajes pintorescos y corrientes, la importancia de una conversación y de lo que se ve por casualidad, estar en el sitio adecuado y en el momento justo. La trascendencia de las carambolas y los inevitables errores, el valor del coraje y la tenacidad para hacer justicia. Y un megaproyecto de ocio y juego en un condado de Irlanda que me hizo recordar a los Monegros de Aragón.
Y dejaré de lado el cursi lenguaje de revista turística de papel cuché, el nacionalismo lingÁ¼ístico, sus tics y sus personajes ad hoc metidos con calzador, la grima de las siglas terroristas y sus lealtades, un episodio calenturiento por cumplir con el canon, y la aparición de una druidesa que le añade un componente fantástico a la novela más propio de un cuento de hadas celtas que para una investigación científica. Dejaré de lado todo eso y me centraré en el acierto de la narración final del crimen. Del conocer el cómo, el por qué y el quién para cerrar el círculo. Del saber de esa mujer valiente que encuentra la muerte por proteger a su familia. Del brindis, la reunión final; de los agradecimientos y el reconocimiento por la aportación de cada uno, la implicación, la amistad; el esfuerzo común para hacer justicia
Chesús Yuste. “La mirada del bosque”. Paréntesis Editorial. Alcalá de Guadaíra (Sevilla) 2010.