En todas las culturas hay fuerzas propias de las personas que practican el valor o la virtud de la sabiduría y el conocimiento. Ellas nos mostrarán las vías para su aprendizaje y aplicación.
La fuerza del carácter que abre la puerta de la virtud de la sabiduría y el conocimiento es la curiosidad y el interés por saber lo que ocurre en el mundo, sus causas, sus usos, sus cambios. Ya los filósofos griegos advirtieron que la admiración era el inicio de la sabiduría.
La inquietud o curiosidad por conocer enriquece nuestra vida, además de liberarnos de la monotonía y el tedio. El aburrimiento, provocado por la falta de estimulación, variedad y desafío de las tareas, nos empobrece. El otro extremo es el estrés y el ponernos un exageradamente elevado nivel de aspiraciones. Son opuestos que conviene equilibrar. Pero la curiosidad mana de la abundancia del interior más que de estímulos exteriores.
La curiosidad por aprender -que se puede transformar en amor, e incluso en pasión-, se relaciona con el bienestar, la satisfacción y la felicidad. Es un estímulo y un reto para vivir mejor.
El afán por saber es una fuerza cognitiva que lleva a la profundización en el conocimiento, dentro de la situación cultural de cada uno. Conduce a la consolidación del propio estilo de aprendizaje y a la búsqueda constante y sistemática de nuevas competencias, contenidos y horizontes. Este progreso está lleno de sorpresas, altibajos y crisis, como le sucede al montañero. Pueden ocurrir cambios o reestructuraciones inesperados del conocimiento. En ellos encontramos nuevos sentidos a las ideas, los valores, las personas. Y dotamos a nuestra experiencia de un nuevo marco de interpretación.
Nuestra apetencia por el conocimiento nace de las preguntas que nos hacemos en nuestro contacto con los demás y con la naturaleza; por supuesto, también a partir de nuestras experiencias de éxito; pero igualmente de los errores, fracasos, problemas, enfermedades y avatares de la vida. Lo importante es relacionar los contenidos del conocimiento con nuestras motivaciones y nuestras peripecias vitales. Entonces se da el aprendizaje significativo y la construcción del conocimiento.
A este respecto, también podemos decir que la enfermedad, particularmente la mental, puede ser, a corto plazo, una dificultad añadida para la adquisición de determinadas fortalezas. Pero en absoluto lo impide. No es menos verdad que el dolor y el sufrimiento también son fuentes de conocimiento, de empatía y de compromiso.
Las personas que equilibran la dificultad de las tareas que emprenden con sus competencias, pueden llegar a concentrarse de forma relajada y atenta ante lo que aprenden, pudiendo llegar a perder la noción del tiempo, como un niño cuando juega. Además, si se motivan de forma intrínseca, pueden alcanzar la experiencia óptima del fluir de su personalidad. Mike Csikzentmihalyi ha podido comprobarlo empíricamente durante más de un cuarto de siglo.
El flujo suele ocurrir no tanto en situaciones de ocio pasivo, sino de reto y compromiso, como pueden ser la adquisición de conocimiento y las habilidades necesarias para su aplicación. No sólo en el estudio convencional, sino también en los aprendizajes que llevamos a cabo en la relación personal, el trabajo, los voluntariados, ciertos deportes, actividades culturales, etc. Incluso en situaciones adversas y rutinarias hay quienes han disfrutado de experiencias óptimas: trabajadores en cadena de montaje, seguridad y acceso a obras, por ejemplo. Esto es debido a que se proponían metas de servicio a la comunidad, con la que se sentían vinculados y comprometidos. El esfuerzo a medio o largo plazo tiene su compensación, la vivencia de plenitud. Y esto acontece cuando menos se espera, pues es una experiencia de gratuidad, y no de eficacia.
Las experiencias óptimas no tienen sentido si no es en el marco del compromiso por el bienestar del conjunto de la comunidad, de la mejora del entorno físico y cultural, aunque reduzcan a corto plazo la calidad de vida individual. La construcción de conocimiento es, desde este punto de vista de las fortalezas cognitivas, un asunto social.
Los grupos, las comunidades, las empresas, las organizaciones de voluntarios también pueden generar la fortaleza de crear y aplicar el conocimiento y sabiduría. Su cultura comunitaria puede ser una espiral ascendente que no sólo no tenga miedo a evolucionar, sino que suscite y recoja con amplitud de miras la curiosidad, el afán por aprender, la capacidad crítica y la creatividad de sus miembros. Entonces, podrá actuar con perspectiva, dentro de un marco de valores verdaderamente propio y actualizado.
Manuel Pintor
Catedrático de Filosofía y voluntario del Teléfono de la Esperanza
http://www.telefonodelaesperanza.org