Survival is man’s fundamental physical need. And self-esteem is man’s fundamental psychological need. Mental health depends on a loyalty to honesty: Frank R. Wallace
¿Habrá ido a la escuela Sopanda? No. Dicen que, desde niño, fue tonto y mejor que no fuese. Ocupará un asiento en el salón que más provechoso sería para otro cognitivamente dotado. A él habrá que colgarlo. Ese niño se juzgó académicamente como uno carente de futuro. Tenerlo en la escuela sería una pérdida de tiempo. Un gasto. Además se burlarán de él. Es cojo, negro, incómodo. Estorbará la disciplina. Será una distracción en clases. El es inconfundible.
Niños, como él, requieren de escuelas con programas especiales.
Bueno, hagamos un borrón de lo que no se hizo. Sopanda sigue siendo sopanda. Anda por ahí.
Se le quiere.
Quien lo observa, aproximándose afectivamente a él, verificará que cada vez está más malcriado. Refunfuña. Amenaza. Hace gestos obscenos. Su vocabulario es profano. Lo bueno es que hay, no siempre, pero hay, quien ha querido ayudarlo. El pueblo ya le ríe las gracias. Si mendiga, algo se ofrecerá para que siga velloneando. Han ido a su casa a saber con quién y cómo vive.
Siempre se ha sabido que es pobre. Y que tiene muchos pies para tan pocos zapatos. Sin embargo, Sopanda prefiere andar descalzo. El se cree, si no el chófer, él en sí mismo una pieza del auto. Con un juguete viejo, inventó su volante. Su carrocería defectuosa, con el poco de imaginación con que alucine, será equipo de lujo. Por de pronto, falló la suspensión. Sopandea. Falta una correa que lo sostenga parejo o una viga que pueda reforzar y nivelar la caja de su carruaje óseo. A él no lo podrán echar a un lado, escardarlo y echar al yonque. Es mucho rajadiablo y ser simbionte para que en el pueblo se le diga un estorbo. Hay en el Pueblo muchos como él, vainazas, bobos, perezosos y, como él, se valen. Se dan a querer en la generalidad trascendental del clamor público. Todo el mundo quiere un lugar. Culpa no tienen por haber nacido.
Créanlo o no. Desde que se inventó un auto imaginario, a Sopanda se lo puede encontrar en MayagÁ¼ez o San Juan y donde quiera es él mismo. Al volante lo gira, toma sus curvas, se estaciona. El se ha inventado el drama. Maneja así, descalzo y con la llanta desinflada, por las calles de los pueblos.
Quizás con esa tontería, con sus ridiculeces, ganó la simpatía. Se hizo viejo con la edad mental del retraso.
En realidad, yo, espíritu colectivo, Das Man / el Don Nadie no quiero juzgarlo. De algún modo, lo quiero. Lo tolero. No puedo escarbar sus pensamientos. No sé dilucidar a fondos sus emociones. Como todos, lo convertí en personaje; pero, algo ya sé acerca de Sopanda: la primacía de sus emociones sobre lo real. Cuando lo veo manejando lo invisible, o dirigiendo el tránsito, sé que pide el control de su vida. Herramientas de control en sus propias manos.
Obviamente, ya que han pasado los años, Sopanda está bellaco. Ya necesita sus puñetas, o una novia. Por sus gestos, señas de mano o miraditas de rajadiablo, adivino que él libra su batalla para comerse algo. Habla demasiado torpemente para que se sepa si insulta o se interesa en el diálogo. Más que piropos aprendió groserías; habla explícita de una emoción que grita sus rescoldos. Sabe algo que a veces olvidamos. ¡Hasta el más tonto quiere ser amado, admitido, respetado! Y él, más que ignorante: es feo, caretón, rechoncho. Es un ser, sistemáticamente devaluado. Es un ser de Tiké, determinado en la necesidad, pese a su fuerza.
No quisiera él que ninguno usurpe el valor de lo que desea, piensa, siente, imagina o requiere. Sopanda quiere más de la vida que lo que ha recibido. Mucho más. Injusto es que si algo ha recibido, la lástima lo inspira. No hay que decírselo de este modo. Lo intuye, lo vaticina, lo presiente. El es místico en el feo sentido de los que carecen de realidades integradas y son incapaces de discernir entre realidad y mito, hecho escueto y ficción elaborada, verdad y mentira.
Sabe que los desprecios más perfectamente consumados no se dicen con palabras. Y él no tiene el control. No maneja si no un carro de embuste. No puede asegurar a nadie que lo espera el futuro. La única manera de quedar querido, en medio de la estructura de interpretación de su mundo, es mintiendo. Ser un personaje. Darse a querer y él percibirlo es que se acepten sus roles deficientes, reírle las gracias como hasta el momento se ha hecho.
Es mejor decirle, Oye Sopanda, que saber su nombre y que él empiece a enjuiciar sus apellidos, su familia, su pobreza, el maldito momento en que lo echaron al mundo. No deseará esa memoria. El no dirá, por ser cierto, mi situación es buena, ha tenido un valor aunque lo desconozco, tengo el control.
Sopanda no es tan estúpido como uno cree. Razonar es un mecanismo de sobrevivencia, aunque él no tenga mecanismo tal plenamente adiestrado. En La Plaza, echando el plante, bien bañado, se le van los ojitos por las niñas. Ha dicho que se enamorado.
«¿Qué puede hacer él ahora», me pregunto.
Yo, el espíritu colectivo, lo he visto en su lento, pero progresivo aprendizaje. ¿Qué? ¿Acaso no tiene ojos para ver las hermosas adolescentes de la escuela? ¡Escuelas que él no ha pisado, o quizás sí, por otras razones (que no son conocimiento)! Comentaron, entonces, que Sopanda se quiso casar con La Boba. Que se pelea con Wilson el Loco por La Vaca. Y no es cierto. Quisiera más. «No más que eso mereces», dijeron. El quisiera ser libre de cualquier control de grupo; pero lo hicieron sentirse culpable de su atrevimiento, su emoción y su anhelo.
«¿Cómo que enamorado? ¿Quién va a querer a un cojo, feo y tonto?»
«Si te casas con La Boba, Món te da trabajo», le dijeron.
Por tal razón, se animó.
El, que es una vainaza, tendrÇa familia y viviría productivamente de un trabajo. Le llamarían señor. Tendría un estatus. «¿Trabajo? Esta no es la mini-Alcadía de Piro, mijo».
«¿Pa’ qué tú sirves, Sopanda, si eres un santo petardo?»
En su aventura locaria, fracasado ese intento reinvindicatorio, adoptó el personaje de un chofer o de un guardia de tránsito. Ya no es quien maneja un carro imaginario ni el que frena, sopandeando. Está en la calle. En una realidad muy pueblerina y concreta y, según él, desempeñando un trabajo. Esto no lo imagina. Dirije el tránsito.
Las muchachas van a verlo. Se atreverán a cercarse, como él a los carros. Dar un chispo de su pícaro coqueteo.
«¿Me vas a dar un tíquet, Sopanda?», le preguntó una muchacha.
«Te digo después que te voy a dar», contestó. («¡El bicho!», farfullá entre dientes). El no sabe escribir ni es muy aguzado, pero, linda o fea, que no venga ninguna a burlarse de él.
El no se habrá parado jamás ante un pizarrón verde ni habrá escrito con tiza su nombre; pero los ojos grandes que tiene han aprendido a mirar las colegialas y él puede relamerse de gusto, pero no tenerlas. Sabrá que de ellas sacará una sonrisa de lástima. O quizás una carcajada cuando crea él que divierte. El quisiera ser visto como alguien diferente. Dentro de un automóvil, a más nuevo y lujoso, mejor. Al menos, le hubiese gustado ser chófer, dueño de un auto. Si cojear es su destino, él lo sabe: ¡es mejor ocultarse, moverse en un auto, no tener que caminar!
Yo, el espíritu colectivo del Don Nadie que lo mira, sé que él piensa que cojear es una falta de plenitud. Es anormal. Cojear estigmatiza. Condena. Se es menos hombre, se vale menos. Y él no es tan tonto. Lo sabe, está en el fastidio de ese sentimiento. Está mortificado y por eso ha dado el paso lógico mental ante esa carencia. Sopanda es rebelde. Ya adulto, ambicioso y amargo, no es un niño inocente que no fue a la escuela, que no sabe otra cosa que interferir con el tránsito.
Ayer lo ví, uniformado de azul. Un sueño / fake-reality vivenciado.
¡Si pudiera ganar aún más autoridad, si al fin pudiera él ser aceptado, si la gente admitiera, sin lugar a dudas: Sopanda, eres productivo. Tienes empleo, ¿cuánto te pagan? Tendrá él que echar muchos pitasos para que se le respete. O ponerse en medio de la calle, atajar con su cuerpo la marcha de los coches. ¿Cree él que de veras organiza ese flujo o está ridiculeando? ¿Qué tal si levantara multas? ¿Qué tal si lo desobedecen?
¿Es verdadero un policía armado si es un revólver de goma lo que mete en la baqueta en su costado? Por más loco que lo crean, por más aceptación cariñosa que busque de la gente, por más autoridad que quiera para sí, en aras de tener auto-estima y certidumbre, él sabe que su vida es un embuste traicionero. Jamás ha querido ser un pordiosero. La limosna es poco cuando la ambición es grande. La caridad insulta cuando el dolor es injusto. Nunca admitirá que siendo así, ser sopandeado, se paga y se atenúa su sufrimiento.
Si alguno le pasara un auto por encima, él quiere que se le pague como nuevo. Se va cansando del sopapo existenciario y de ser sopista para la limosna de los días. Ya, con símbolos de sus egodistonías, lo cantó claro: quiero aceptación y coche nuevo; quiero autoridad y mis deseos saciados. Los rebeldes piden ésto como mínimo.
¿A quién decir que es de tal forma como él siente?
«A tí, Mon Román, ladrón. Mira que no me díste trabajo».
Contra el Alcalde de La Pava, aprendió a echar diabladas. Sopanda se ha politizado. Repite lo que escuchara en las radioemisoras. Los políticos no sirven para otra cosas que robar y el chanchullo. Lo dijo Piri Márquez, siendo de La Pava.
Y, después que la queja llegara a la Alcaldía, se le citó a rendir cuentas. Van a neutralizarlo.
«¡Sopanda, ayer mismo mi esposa y yo pensábamos en tí! ¡Tenemos un regalito por ahí porque supimos que cumplíste años!», le dijo el Alcalde.
«¡No, yo no cumplí años!», aclaró.
«Lo que importa es que, cariñosamente, te recordamos. Sabemos que nos ayudas con el tránsito de la municipalidad; pero, si me dijeron que haces campaña en contra mía».
Le trajeron un sobre con el sello oficial del municipio. Hay $25 dentro.
Al fin se va contento. Callará por otro rato.
Mas Sopanda tiene una sorpresa preparada. En una ocasión dio resultado. Va tirarse de un carro. Reflexiona, en silencio, quién puede ser la víctima del golpe. Su plan es fingir un accidente tras pedir que lo lleven a su casa porque está cansado. Quien sabe si, con esta ganancia fraudulenta, se retire de ser guardia sin sueldo. Van a cuidarlo, médicamente atendido. Dirá que él resbaló por causa de un frenazo. Que la puerta no había cerrado bien. Que él se estuvo durmiendo. Que salió del vehículo y cayó al pavimento. Que le duelen los huesos. Que ha sido un accidente. Que ojalá se hubiera muerto para no sufrir tanto… «Van a pagarme como nuevo», sonríe mientras maneja ese coche irreal que se inventó desde niño.
El va delante el volante. Ahora no hay peligro.
18 de noviembre de 2005 / Del libro en preparación