Hablar de José Manuel de Lara siempre será para mí un motivo de orgullo y satisfacción, por cuanto supone para el entorno mío su persona y su lírica. Desde aquellos primeros encuentros radiofónicos con los poetas de Argentina en los estudios de Radio Popular, los situados en el edificio del Palacio del Cine, ya la figura de José Manuel, con su aire perenne de melancolía, comenzaba a calar hondo en aquel chaval de perilla a lo Gustavo Adolfo Bécquer que se lucía inquieto en las frecuentes rondas poéticas que se celebraban en el Círculo Mercantil y Agrícola, de Huelva, compartiendo silencios y palabras con Amalia Periañez, José Félix Duarte y Francisco Luis Díaz, entre otros. Pues, que entregado en cuerpo y alma al verso Lara redime su sentir, día a día, asomado a esa amplia ventana que es para él la vida: No sé lo que voy buscando / porque no sé qué he perdido, / pero hay algo en el olvido / que fue mío, no sé cuando.
Hablar de José Manuel de Lara, hombre de una densa andadura dentro del mundo de las letras, es recordar aquella entrañable colección denominada Litoral, de la que fue fundador y editor. Es evocar al Grupo Santa Fe, de tan gratos recuerdos para muchos; al Club de Escritores Onubenses; al Grupo Celacanto, del que también fue miembro fundador; a la Tertulia Oral Odiel, con la que colaboró en 1955… Y cómo no, a su Buenos Aires querido, en donde se dio a conocer en 1968 y de cuya Academia Porteña del Lunfardo es académico correspondiente y en donde editó un libro, publicándose poemas suyos tanto en El Día como en Histonium, La Nación o El Mundo. Que parte de su obra está recopilada en la Antología Hispanoamericana de Poesía. Sangró la lluvia gris, cuando te fuiste, / y aún siguió sangrando, día a día, / y mojó de tristeza, honda y fría, / esa calle por la que no volviste.
Hablar de José Manuel de Lara es hablar de sus libros: Surco nuevo, Sombra infinita, Lo perdido en el tiempo, Las cuatro esquinas del aire, El silencio y la espera, Umbral de la esperanza, Plaza de las últimas citas, La voz estremecida, El cielo que he perdido, Plaza Nueva, La mitad del olvido, Patio de sombra… Es hablar de una poesía desprovista de retórica y sin oscuridades conceptuales, que no se apoya necesariamente en la musicalidad de la forma ni pretende ser transcendente; simplemente, es hablar de una poesía sincera. Y es que no entiende José Manuel la existencia de un mundo sin poesía, porque piensa que un mundo en el que la poesía no tuviera cabida sería un mundo en el que habría que preguntarse si verdaderamente merecería la pena vivir. Y reclama que se haga un esfuerzo colectivo para que la poesía permanezca… Como permanecerán, sin duda, en el tiempo y volatineros, los sentimientos del vate a lo largo y ancho de la calle que el consistorio onubense, en sesión extraordinaria, acordó denominar “Poeta José Manuel de Lara”.