Sociopolítica

Hacia la democracia real

Hacia la democracia real

Cómo superar el capitalismo. La democracia política como condición necesaria pero no suficiente.

Uno de los grandes logros del movimiento 15-M ha sido despertar las conciencias de una parte importante de la ciudadanía. No hemos hecho más que empezar el largo camino en busca de una sociedad más justa, más libre, más racional. El camino estará lleno de dificultades, pero lo más difícil es arrancar. Sin embargo, si no tenemos claro hacia dónde ir y cómo hacerlo, en líneas generales, entonces corremos el serio riesgo de dejar de caminar o de hacerlo infructuosamente. La revolución exige fijarse objetivos a corto, medio y largo plazo, y estrategias para alcanzarlos.

La iniciativa del 25-S ya ha supuesto cierto revulsivo en el movimiento 15-M: por fin se generaliza el debate sobre cómo lograr de manera concreta esa ansiada democracia real. La cuestión del proceso constituyente ha entrado en la agenda de las discusiones. Como era lógico, en dicho debate surgen inevitablemente aquellas “viejas” cuestiones que ya se debatieron en su día, en aquellos tiempos revolucionarios de finales del siglo XIX y principios del XX. Y es inevitable que surjan porque el problema no está resuelto. Pero, a diferencia de la época de los Marx o los Bakunin, ahora tenemos una serie de experiencias históricas prácticas, de intentos de superación del capitalismo, que no pueden obviarse. Esto no significa que todo lo planteado en dicha época deba desecharse, pero sí que debe enriquecerse con las experiencias reales acontecidas en el siglo XX. La metodología planteada por el socialismo científico sigue siendo esencialmente válida: usemos el método científico para transformar la realidad social. Y esto significa primordialmente tener en cuenta la práctica para refinar y corregir la teoría, para que ésta, a su vez, sirva de guión para crear una nueva práctica. La teoría y la práctica se realimentan mutuamente. Entre esas “viejas” cuestiones, que siguen siendo muy vigentes, está la de la transición hacia un nuevo sistema. En esos tiempos éste se llamaba socialismo, ahora se llama democracia real. En mi humilde opinión, ambos conceptos son equivalentes. Pues el socialismo, en el fondo, no es más que la socialización de la economía, la democracia económica.

En dicho debate existían, y siguen existiendo, varias posiciones enfrentadas: quienes, por un lado, defienden la necesidad de primero conquistar la democracia política, y quienes, por otro lado, defienden la necesidad de la toma directa e inmediata de los medios de producción. Los primeros dicen que sin una democracia política no es posible la democracia económica. Los segundos afirman que la democracia económica es condición sine qua non para tener una democracia auténtica. Yo creo que es evidente que una democracia no será completa, plena, si no alcanza al núcleo de la sociedad: la economía. La cuestión no es si la democracia económica es necesaria o no, que lo es, sino cómo alcanzarla, si es posible alcanzarla ya, si es necesario o posible primero lograr cierta democracia política mínima. La cuestión a debatir tiene que ver sobre todo con la estrategia. El problema no es sólo cómo puede mejorarse “técnicamente” la democracia y cómo aplicarla al conjunto de la sociedad, a todos sus rincones (ver el capítulo “El desarrollo de la democracia” de mi libro Rumbo a la democracia), sino sobre todo cómo luchar por ella, cómo superar los obstáculos que nos impiden alcanzarla, cómo luchar contras las élites oligárquicas que necesitan evitarla, cómo lograr que la inmensa mayoría del pueblo se apunte a su causa, la causa de la soberanía popular. Dicho de otra forma, la cuestión radica en cómo lograr, hoy, en pleno siglo XXI, dado el actual contexto, pero también teniendo en cuenta lo acontecido en el pasado siglo, la democracia propiamente dicha, cómo superar esta falsa democracia burguesa, esta oligocracia disfrazada de democracia.

Lo más importante es no caer en dogmatismos ni en sectarismos, no agarrarse a ciertas ideas sin tener en cuenta sus resultados prácticos, es ser flexibles en las estrategias, pero firmes, obstinados, en los objetivos fundamentales: superar la barbarie capitalista, esta sociedad sustentada en las escandalosas desigualdades, en el moderno esclavismo. En definitiva, el fin esencial, al cual nunca debemos renunciar, es alcanzar una sociedad donde todas las personas tengan las mismas oportunidades de vivir dignamente, de ser felices, de realizarse como seres humanos. Tal sociedad no es posible sin la igualdad en las relaciones sociales. Tal sociedad no es posible si la democracia no se desarrolla suficientemente. Allá donde haya convivencia humana deberá haber democracia, en el más amplio sentido de la palabra. La democracia siempre estará tocada de muerte, como mínimo estancada, como mínimo en riesgo de involución, si las empresas se rigen mediante totalitarismos, si funcionan como ejércitos donde los de abajo, cual soldados, obedecen las órdenes provenientes de arriba. Mientras los grandes medios de producción, las máquinas generadoras de riqueza, pertenezcan a unos pocos, no podrá repartirse suficientemente la riqueza. Por lo que respecta a esto no puede haber muchas dudas, no podemos llegar más que a las mismas conclusiones que en su día llegaron tanto los marxistas como los anarquistas. En esto siguen teniendo razón.

Otra cuestión que se debatió en su día en la izquierda, cuando ésta estaba muy viva, era la del Estado. Los marxistas defendían que era necesario primero tomar el control del Estado burgués para transformarlo radicalmente y con el tiempo extinguirlo. Los anarquistas pensaban que era imprescindible abolirlo inmediatamente. El tiempo, las experiencias reales, no han dado la razón por completo a ninguna de las dos partes. Existen diversas interpretaciones de los hechos históricos a la hora de validar o no las distintas tesis enfrentadas. A mi parecer, los marxistas tenían razón en cuanto a la necesidad de la toma del poder político, en cuanto a la imposibilidad de abolir el Estado de manera inmediata, en cuanto a que se necesita una transición desde la sociedad actual a la futura, pero los anarquistas tenían razón en cuanto a los riesgos inherentes a ciertos métodos empleados por ciertas corrientes marxistas (en especial el marxismo-leninismo) para hacer la revolución. No por casualidad las experiencias anarquistas fueron anecdóticas, muy efímeras, inexistentes comparadas con las de inspiración marxista. No es posible reconducir el barco si no se despoja explícitamente al actual capitán del mando. Hasta llegar a la situación en que el barco se autogobierne, si es que ello es posible, se necesita primero cambiar de gobierno, mejor dicho, de tipos de gobierno. Se necesita que otros tipos de capitanes, con otros métodos, lleven el barco. Es verdad que en la sombra está el patrón, el dueño del barco, el poder económico, pero éste no es nada sin el capitán, sin el poder político. Por esto el primero se encarga de financiar al segundo. Por esto el poder económico se preocupa tanto de controlar al político, por esto se inquieta cuando algún partido político llega al gobierno con intenciones de transformar el sistema, por esto se producen los golpes de Estado.

La experiencia de la URSS, la más importante de todas, pues fue a gran escala, espacial y temporal, debe ser analizada minuciosamente. Lenin demostró que la clase trabajadora, o al menos su vanguardia, podía tomar el poder político para intentar transformar la sociedad, que mediante la política podía cambiarse la economía. Pero también fracasó en cuanto a que surgió un sistema que en muchos aspectos fue incluso peor que el capitalismo. Del llamado “socialismo real” finalmente se volvió al capitalismo. En el caso del anarquismo, sin embargo, ni siquiera se inició el camino hacia otra sociedad. El marxismo (o cierta versión del mismo), por lo menos, tuvo cierta oportunidad. Y esto fue así porque sus planteamientos eran más correctos que los del anarquismo, sobre todo en la cuestión de la transición, de la lucha política. Pero el marxismo también tenía sus contradicciones, sus errores, sus carencias. Por esto fracasaron al cabo del tiempo las experiencias inspiradas en él. No sólo porque muchos postulados marxistas se tergiversaron, sino, como mínimo, porque el propio marxismo contenía la posibilidad de que fuese tergiversado, aunque sólo fuese por el peligroso, ambiguo, inapropiado y poco desarrollado concepto de la dictadura del proletariado. El marxismo tenía razón al denunciar el carácter clasista del Estado burgués (lo cual puede comprobarse plenamente en los momentos en que surgen las crisis capitalistas y el sistema se quita la careta), pero no dio con la solución adecuada en la estrategia para superarlo, por lo menos no del todo. Era, y sigue siendo necesario desarrollar mucho más la teoría de cómo implementar la democracia política para alcanzar la económica. El marxismo no se preocupó mucho de esto, de dar, por lo menos, ciertas pautas para construir el sistema político en base al cual desarrollar el socialismo.

Como explico pormenorizadamente en el libro ¿Reforma o Revolución? Democracia (o muy resumidamente en el artículo Democracia vs. Oligocracia), el principal fallo del marxismo-leninismo consistió en no desarrollar la democracia política, en prescindir de la democracia representativa. No se prescindía del Estado (porque no se podía prescindir de él a corto plazo) pero se prescindía de lo único que podía evitar que el Estado se volviera contra el pueblo: la democracia representativa. No por simple casualidad quienes controlaron el Estado se pusieron por encima del pueblo, en vez de a su servicio, controlaron al pueblo en vez de ser controlado por él. No simplemente por el contexto de la época en Rusia (si bien, indudablemente, jugó un importante papel) surgió el estalinismo a partir del leninismo. La socialización de los medios de producción por sí sola era insuficiente sin la “socialización” del Estado. La democracia económica no es posible sin la democracia política. Cuando no hay pluripartidismo, cuando no hay libertad de expresión, cuando unos pocos monopolizan el proceso revolucionario, inevitablemente, surgen las nomenklaturas, los burocratismos, la dictadura pura y dura. La democracia económica, es decir, el socialismo, no puede construirse con ninguna dictadura política. A diferencia del capitalismo (la dictadura económica) que sobrevive y prospera con las dictaduras políticas bajo sus distintas formas (la “democracia” burguesa es en verdad oligocracia, es decir, una dictadura disfrazada de democracia), el socialismo, la democracia económica, necesita imperativamente la más amplia, profunda y completa democracia política. La economía no puede estar al servicio del pueblo si no es controlada por el pueblo. Y no puede haber control popular sin la soberanía popular.

Las experiencias reales nos han demostrado que la democracia económica no puede alcanzarse sin una democracia política que se precie. Sin embargo, esta última es una herramienta necesaria, pero insuficiente. Con la democracia política, sobre todo si está muy poco desarrollada, si no evoluciona, tampoco existe garantía de alcanzar una sociedad más justa y libre. La democracia política es el vehículo necesario para el largo viaje hacia una sociedad mejor, pero dicho vehículo, además de diseñarlo y construirlo, habrá que emplearlo adecuadamente. A su vez, al emplearlo habrá que seguir mejorándolo continuamente. El socialismo, la democracia económica, a no confundir con el mal llamado “socialismo real” que existió en la URSS y sus países satélites, no podrá alcanzarse sin el vehículo apropiado, si éste no tiene ciertas prestaciones básicas, imprescindibles, ineludibles. El socialismo, o como quiera denominarse a cualquier sistema que supere el capitalismo, deberá ser implementado conscientemente y protagónicamente por el pueblo, por la inmensa mayoría, no desde arriba, no por ciertas élites. No se trata de sustituir unas élites por otras, por bienintencionadas que sean, sino de que el pueblo asuma su propio destino, lo construya él mismo. Y esto sólo es posible con el poder del pueblo. El socialismo no podrá ser impuesto (no pudo serlo en el pasado porque no podía serlo, y no sólo por causas coyunturales), deberá ser desarrollado por la ciudadanía voluntariamente. Pero para ello, lo más esencial, lo primero, es que la mayoría de la gente se libere del pensamiento único capitalista. Para ello, las ideas, todas, deben circular libremente por la sociedad. Es decir, se necesita la verdadera libertad de prensa. Cuando todo el mundo pueda acceder fácilmente, en condiciones de igualdad, a todo tipo de ideas, de informaciones, inevitablemente, la verdad se abrirá paso. Nada será intocable. Todo podrá ser cuestionado en cualquier momento. El pensamiento único, producto del monopolio de la información y la opinión, dará paso al pensamiento plural. Lo estático se volverá dinámico. En una verdadera democracia tendremos mucha más pluralidad, a todos los niveles. A medida que la sociedad vaya experimentando libremente distintas formas de organización (especialmente en lo económico) irá aprendiendo de dichas experiencias y cambiando las teorías y sus aplicaciones prácticas para seguir evolucionando. El uso del método científico en la sociedad humana, es decir, la democracia, nos posibilitará ir construyendo un futuro mejor, de acuerdo con el interés general.

La estrategia revolucionaria debe adaptarse al tiempo y al espacio, a la época y al lugar. Quien, aquí y ahora, en la España, en la Europa del siglo XXI, propugne abiertamente el socialismo entre las masas intoxicadas mentalmente de pensamiento capitalista, desgraciadamente, predicará en el desierto. Sin embargo, quien hable de democracia real, o incluso económica, tendrá alguna posibilidad de convencer. Cuando la gente se desintoxique del pensamiento único, cuando éste sea sustituido por el pensamiento crítico y libre, cuando la mayoría pueda acceder fácilmente a otras ideas alternativas, pueda contrastar más y mejor, entonces, muy probablemente, aquellas ideas que desde hace cierto tiempo se discuten en ciertos círculos marginales de la sociedad, como el socialismo, convencerán a la ciudadanía. Más importante incluso que una ley electoral donde se cumpla el principio elemental “una persona, un voto”, que el mandato imperativo (para que los programas electorales sean de obligado cumplimiento y no papel mojado), que la revocabilidad,…, es la separación de los poderes, sobre todo respecto del poder económico, y muy especialmente lograr que el cuarto poder, la prensa, sea independiente. De poco nos servirían las primeras medidas (por muy necesarias que sean) si la gente no puede acceder masivamente a ideas alternativas, si sigue desinformada, si no logramos superar el nefasto pensamiento único. La democracia política sirve de bien poco si no se ve acompañada de la democracia cultural, ideológica. Pero ésta sólo podrá desarrollarse implementando ciertas medidas concretas políticas que hagan que la libertad de prensa sea real. Sin olvidarnos del papel esencial de la educación.

Evidentemente, existe el riesgo de centrarse sólo en desarrollar el vehículo, la democracia política, sin usarlo para alcanzar el objetivo esencial, la democracia económica, el socialismo o cualquier sistema que supere el actual capitalismo. Habrá quienes intentarán que dicho vehículo no tenga la suficiente maniobrabilidad y potencia, que devenga estéril. Pero ese riesgo no debe impedirnos ver la absoluta necesidad de dicho vehículo. Quienes en los tiempos actuales propugnan la inmediata toma de posesión de los medios de producción le dan la espalda al pasado reciente y al presente. No puede construirse el futuro sin considerar al pasado y al presente. No pueden superarse nuestros inevitables errores sin analizar las experiencias prácticas. El socialismo no podrá construirse sin la ciencia. La verdad no puede abrirse camino sin el método científico. Esta lección no puede olvidarse. Esta lección esencial es olvidada sistemáticamente por muchos revolucionarios que se aferran a métodos y discursos de otras épocas, y lo que es más grave, que han fracasado.

Evidentemente, tal como nos han demostrado las experiencias reales, la gran burguesía, las élites capitalistas, no se quedan de brazos cruzados viendo cómo pierden el control de la sociedad. Sin embargo, en este siglo XXI, por lo menos en Europa y Norteamérica, les cuesta cada vez más disimular su dictadura y recurrir a métodos menos sutiles. No puede despreciarse la amenaza del ruido de sables, pero la burguesía sabe que cada vez es más costoso justificar una dictadura. En el siglo XX las dictaduras fascistas sirvieron de contención del peligro comunista, pero debieron volver a dar paso a formas más elaboradas de totalitarismo (la llamada democracia liberal) para que el capitalismo pudiera subsistir. Uno de los pocos triunfos de la izquierda es que la gente no renuncia a la democracia. El problema es que muchos ciudadanos todavía se dejan engañar por las actuales oligocracias. La burguesía, la oligarquía, necesita de la oligocracia para sobrevivir, la dictadura (sin disfraz) es sólo una forma temporal de mantener el poder, el control social, pero debe, tarde o pronto, dar paso a la “democracia”. En el siglo XXI no tiene ninguna justificación ante la opinión pública ninguna dictadura. Tiene incluso menos justificación que en el siglo XX. Esta debilidad del capitalismo, esta contradicción esencial, a saber, la necesidad de evitar a toda costa la auténtica democracia y al mismo tiempo la necesidad de mostrarse ante la ciudadanía como el mejor de los sistemas posibles, como democrático, debe ser explotada por quienes reivindicamos una democracia real. La “democracia” burguesa debe dar paso a la democracia, sin comillas, sin apellidos. ¡Usemos las tan desgastadas ideas de libertad y democracia contra sus verdaderos enemigos, quienes las emplean para evitarlas, para sedar al pueblo creándole falsas sensaciones! En nombre de la democracia ellos mantienen su statu quo, en nombre de ella lo perderán. De lo que se trata sobre todo es que la inmensa mayoría de nuestros conciudadanos, como mínimo, deje de ser cómplice de estas falsas democracias que nos utilizan como marionetas, que nos reducen a ser meros súbditos que sólo pueden elegir a sus dictadores, a sus pastores.

Lo ideal sería tomar el control de la economía y de la política simultáneamente. Cuando sólo se toma el control de los principales medios de producción sin desarrollar la democracia política existe el riesgo de los burocratismos, de sustituir unas élites por otras. Por supuesto, sirve de bien poco tomar el control de algunas empresas, si no se toma el control del aparato estatal. Se necesita tomar el control del conjunto de la sociedad, y no sólo de algunas de sus partes. Para ello se necesita tomar el control del cuadro de mandos central. El Estado clasista, como nos ha demostrado la práctica, usa sus resortes para impedir que los episodios aislados, anecdóticos, de toma del control de los trabajadores en algunas empresas vayan a más, para revertirlos. Para eso tiene sus mecanismos mediáticos, legales, policiales y militares. Para eso fue diseñado el Estado clasista. Pero, en este siglo XXI, se necesita tomar el control del Estado, no por la razón de la fuerza, sino que por la fuerza de la razón. Hay que forzar el desarrollo de la democracia liberal para que deje de ser liberal y sea una verdadera democracia, para que puedan llegar al poder político otros tipos de partidos políticos, que gobiernen de manera diferente. Por lo menos hay que intentarlo. La mayor parte de la gente no está a favor de la toma del poder político por la fuerza. Esta solución de tomar por la fuerza el poder pudo parecer factible a corto plazo en su día, en la época de Lenin, pues así se superaba inicialmente la resistencia de la burguesía a perder el control. Sirvió para despojar del poder a las élites capitalistas. Pero el problema es que se crearon otras élites. Incluso fue peor el remedio que la enfermedad. Las consecuencias fueron dramáticas a medio/largo plazo, como nos demostró el caso de la extinta Unión Soviética. Por otro lado, cuando sólo se desarrolla la democracia política, o cuando se hace insuficientemente, sin tomar el control de la producción, se corre el riesgo de no poder superar el capitalismo, o lo que es peor, de que se produzca una reacción, de que la burguesía contraataque, como nos demostró el caso chileno. ¿Cómo superar la actual oligocracia sin caer en otra forma de dictadura, cómo superar la resistencia de las élites a perder el poder? Á‰sta es la cuestión central de la estrategia revolucionaria.

Yo pienso que, a pesar de los riesgos que hay, no queda más remedio que centrarse primero en la revolución política. La mayor parte de la gente no está, por ahora, a favor de socializar los grandes medios de producción. Esto es lógico que sea así. La falsa conciencia de clase se ha impuesto. El principal problema de quienes luchamos contra el capitalismo es la hegemonía cultural que éste ha logrado. Todos estamos impregnados, en mayor o menor medida, de pensamiento burgués. Por supuesto, a dicho aburguesamiento masivo han contribuido también los fracasos de todas las izquierdas. ¿Qué perjudicó más (visto con una perspectiva temporal amplia) a la causa del socialismo, el fracaso del Chile de Allende o el de la URSS? Yo creo que la experiencia de la “dictadura del proletariado” ha causado mucho más daño. Si ahora las palabras “socialismo” o “comunismo” son malsonantes para muchos ciudadanos, para muchos trabajadores, es por lo que ocurrió en la Unión Soviética. Esto bien que lo sabe la burguesía, bien que explota los graves errores cometidos en dicha experiencia.

Los procesos más o menos revolucionarios existentes en Latinoamérica, a pesar de sus carencias y contradicciones, nos demuestran que existe una vía abierta hacia la superación del capitalismo: el desarrollo de la democracia política y su propagación al ámbito de la economía, el desarrollo de la democracia representativa a grandes escalas (en el ámbito de un país, incluso a nivel internacional) complementado con el desarrollo de la democracia directa a escalas más pequeñas, más locales (comunas, pueblos, distritos municipales, empresas, etc.). Por ahora, no es posible usar la democracia directa para gestionar todos los asuntos de millones de ciudadanos. Tal vez en el futuro (quizás no tan lejano) sí sea posible gracias a la tecnología. Por ahora, parece muy complicado descentralizar radicalmente la sociedad para aplicar el principio federativo anarquista. Pero sí es posible, ya mismo, lograr una democracia realmente representativa y mucho más participativa, sí es posible, ya mismo, ir aplicando la democracia directa a grupos más pequeños de personas. Yo pienso que una vez desarrollada una democracia política suficiente, lo antes posible, debería plantearse (debatirse masivamente y someterse al veredicto popular, pero nunca imponerse) la socialización de los principales medios de producción, también el fomento del colectivismo. El socialismo del siglo XXI será, probablemente, una combinación de socialismo estatal y de cooperativismo, incluso de socialismo a gran escala y capitalismo a pequeña escala.

En cualquier caso, lo primordial es que el pueblo sea dueño de su destino. Una vez que esto sea así, ya se verá cuál será dicho destino. El socialismo, cualquier sistema alternativo al capitalismo, sólo podrá construirlo el pueblo cuando tenga la herramienta necesaria para hacerlo: la democracia real. La democracia no será real, plena, completa, si no es política y económica. Pero esto no significa necesariamente que puedan alcanzarse ambas simultáneamente. En las condiciones actuales, si no se alcanza primero la democracia política no podrá lograrse, en determinado momento, la democracia económica. La transformación de la economía llevará mucho más tiempo que el cambio político. Pero, una vez alcanzada una democracia política de cierta calidad, si se retarda demasiado en el tiempo la toma del control popular de los grandes medios de producción se corre el riesgo de la reacción, de la involución, del estancamiento. Sea como sea, la democracia económica deberá ser acompañada de la más amplia democracia política posible, representativa y directa. Podrá tenerse dudas en cuanto a si es posible saltarse etapas, en cuanto a si es posible alcanzar simultáneamente el control popular político y económico, pero lo que parece indudable, al menos para quien escribe estas líneas, la historia ha hablado con contundencia, es que la democracia económica no puede existir sin la democracia política.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.