«Tenía la cara de esas mujeres que se pudren por dentro, víctimas de su inteligencia y de alguno de los diversos males del siglo.
Descargaba toda su ira en sus filmes y en sus novelas -porque también era escritora además de directora cinematográfica-, y era una auténtica lástima, porque hubiese podido ser una agitadora política de gran altura.
Hacía un filme o una novela como se lanza uno a un combate sin esperanza, e incluso había grandeza en su rasgo, puesto que ni siquiera buscaba ser comprendida.
¿Una idealista o una neurótica?
Delgada, casi anémica; alta, rematada por un moño monumental y de poco gusto, nada era de extrañar que no se hubiese casado; tampoco lo era que nadie se enamorara nunca de ella.
Cuando se nace como Louise, el único destino es la soledad».
Página 236.
«Al fondo de todo -de la oscuridad, de la semiluz, de las respiraciones tranquilas, de la última hora de la noche- actuaban unos músicos. Era una sesión de jazz exclusivamente para clientes y socios. Era una música de madrugada fría, de madrugada que se cierne sobre las calles grises del Nueva York otoñal; melodía triste, cargada, en sus notas, de tragedia reprimida».
Página 262.
«Era una mansión estilo inglés, con todos los defectos -frialdad, clasicismo, pomposidad- típicos de la arquitectura inglesa».
Página 286.
El último volumen con el que Planeta tuvo el honor y el placer de darnos material de Terenci Moix lo reseñábamos hace unas semanas. Exactamente la primera de la dos novelas policíacas o de género negro que contenía. Besaré tu cadáver resultaba no sólo una obra de joven genio, sino que participaba de un gran número de las inquietudes y particularidades constitutivas de la riqueza personal del artista. E incluso escapaba a las estructuras, temáticas y formas al uso en el tipo de colecciones para quioscos a la que pertenecía. Han matado a una rubia resulta una obra más «en vereda», respetando más las persecuciones, los ambientes sórdidos, el héroe que rescata a la chica, los malos que trafican (con algo, una cosa u otra no los salva de ser malos malos a los ojos de la ley y de la moral), y un hilo argumental menos complicado y desde luego menos arriesgado. Si fue la editorial quien llamó al orden a Moix tras su primer experimento o fue el propio autor quien decidió arriesgar menos es algo que no se nos cuenta, pero tampoco ofrece a estas alturas mayor importancia, aunque sea un hecho reseñable.
El caso es que, a pesar de respetar un mayor número de reglas, Terenci, que era un genio pero también un eterno niño travieso decidió que, a pesar de todo, sería él mismo siempre y quizá por eso triunfó, porque no se traicionó ni siquiera desde los comienzos.
Han matado a una rubia resulta una obra especial y no sólo porque esté bien escrita (cosa llamativa para lo se vende hoy y lo que se vendía cuando surgió, en esos universos caóticos que son los quioscos). La novela contiene una serie de descripciones de París que, al igual que sucedía con la Roma de Besaré tu cadáver, Moix aún desconocía… o sólo conocía a través del cine y la literatura. Pero su París resulta sólo parcialmente literarizado, es real dentro de sus extremos sórdidos. Es cierto que se tira de algunos prototipos como la progresía alternativa y sesentaiochista o de las sesiones de jazz para bohemios empedernidos, pero no es menos cierto que las fotografías, los clichés que describe, resultan verosímiles y de gran calidad, casi tangibles. Por último, y esto es lo que desde mi punto de vista, vuelve la novela de gran interés para amantes del autor o para profanos en él, se inicia el universo de soledad que tan bien generó a lo largo de toda su obra, desde La herida de la esfinge a la tristísima El amargo don de la belleza, por no hablar de Garras de astracán o El sueño de Alejandría. De hecho algo que engancha a Moix fue la capacidad asombrosa con que describía la soledad humana, la soledad del alma, más allá de la soledad intelectual aunque a veces pareciera partir de esta última. Todos nos hemos sentido solos, abandonados en mitad de un parque laberíntico que no conseguimos entender, como en aquel poema modernista de Manuel Machado, y por eso su habilidad para describir ese sentimiento le vuelve un autor único, un creador de un prototipo de soledad provocada por un don (pues todo don tiene su fruto amargo inevitable) cuando este tiene un alto nivel, un largo alcance: la inteligencia; la sensibilidad artística, la belleza…
Aquí no sólo personajes secundarios, casi fantasmales en su aparición efímera por las páginas de la novela, corta de por sí, sino el protagonista, sienten esa soledad de lo no compartido, de lo incomprendido, de la singularidad y el aislamiento a pesar del éxito. Su propia naturaleza los excluye, no hay contrapartida para ellos, están condenados a ser y a seguir, pero solos, sin que su corazón pueda latir al compás de otro, porque su compás es arrítmico, único como un número primo, incapaz de dividirse por dos (ni siquiera por tres, como en alguna obra de Gala). Precisamente porque su don está muy desarrollado y esto les individualiza frente al resto.
Y eso es lo que se desarrollo por las noches y las calles de París más allá de una historia de herencia, asesinato y persecuciones: la soledad del protagonista que se engaña pensando que quizá con aquella otra mujer de extraños comportamientos sádicos habría conseguido no estar solo.
Aquí se dan ya las primeras notas de lo que sería el gran leit motiv de la obra de Terenci. La rubia y su muerte me parecen una excusa. Pero ya lo dije anteriormente: el arte no entiende de barreras ni límites ni estructuras preestablecidas, por lo que una novela del género criminal y policíaco para ser vendida en los puestos de periódicos es tan buen lugar como otro para parir Literatura, es decir, Arte. Y Terenci Moix y su obra siempre fueron sinónimo de Literatura, es decir, Arte.