¿Hasta cuándo continuaremos observando en la Naturaleza las malas hierbas, sin darnos cuenta de que, al final de todo, hierbas son?
¿Hasta cuándo seguir caminando por senderos marcados de antemano por los arrastradizos pies de otro?
¿Hasta cuándo permanecer adormecidos en un mundo en el que la intensidad hace tiempo que se vio sucumbida, desterrada, por la ausencia de ganas de vivir algo único?
¿Hasta cuándo permitir que sean otros los que dirijan la orquesta de nuestras vidas?
¿Hasta cuándo hacer caso omiso a lo que con vehemencia nos dictan nuestros corazones?
¿Hasta cuándo alimentarnos de alimentar nuestras almas con bazofia esparcida por los que desde arriba se ríen de nosotros?
Demasiadas coincidencias se dan en la historia con el paso del tiempo para ser ciertas, para ser inocentes, espontáneas y puras.
¿Hasta cuándo transitar engañados por nuestros propios egos, condicionados por un universo creado a la medida de los que lo idearon?
Cuando ves que el hambre es algo impuesto, sientes la necesidad de vomitar en el plato de quien te alimenta.
Cuando observas cómo asesinan a inocentes en sus casas, por asuntos de interés económicos, brota de tu alma una fuerza imparable que te guiaría hasta la misma cama de quien da las órdenes, para abalanzarte sobre él y hacerle tragar su propia mierda.
¿Por qué?
¿Acaso hay un por qué? ¿Acaso podemos evitarlo? Demasiada disgregación, demasiada diferenciación. Demasiada tortura. Demasiada identificación con los de al lado, y demasiado rechazo a los que son de fuera.
¿Hasta cuándo seguiremos sin darnos cuenta?