Prólogo de Antonio Colinas
Edición de Rocío Fernández Berrocal
Ediciones de la Isla de Siltolá
Idilios, esta joya lírica del inagotable Juan Ramón Jiménez se abre con un prólogo de Antonio Colinas, a modo de introducción hacia la puerta que ha de darle paso, con la mayor cortesía, a Rocío Fernández Berrocal con su admirable y emotiva edición para ilustrarnos en idilio de Idilios, con el aplicado saber de quien a igual que un susurro suave, transmite lo sentido y transita por esa vida y venero inagotable del poeta de Moguer, quien además de lo mucho editado, continua siendo venero que no cesa y alimento de la fuente creativa de quien, sin jolgorios jacarandas es andaluz universal, enorme poeta y prosista: verso y prosa: siempre Bécquer. Compromiso y dedicación serena porque “La trayectoria vital y poética de Juan Ramón Jiménez, fue, en todos los sentidos, una verdadera “llama” que Zenobia calificó en una ocasión al escritor de “poeta incendiado” por su frenético ritmo de trabajo y su costumbre de llevar “varios libros a la vez con un gran impulso”
El camino de creación de Idilios se considera por la autora de la edición, Rocío Fernández Berrocal, como “la última obra que Juan Ramón estaba escribiendo en Moguer antes de instalarse en Madrid en diciembre de 1912” siendo los libros “eslabones fundamentales para conocer la evolución del poeta porque anticipan muchos rasgos de su producción posterior” Es una etapa que se considera como “una de las más subjetivas de la poesía juanramoniana”, la síntesis de la sencillez emocional de la belleza, esa contante en la vida creativa del poeta, que desde muy joven, veinte años, ya expresa en su correspondencia, incluso expone al respetado maestro Rubén Darío. Juan Ramón explora con fiebre acompasada aprisionar, lograr, del verso y la palabra que, en Idilios ya muestra conseguida, desde esa pasión amorosa con pátina de erotismo envuelto en la seda de la claridad prendido de lo popular en el palpitar. Semilla de la naturaleza viva y armoniosa.
El erotismo que empapa Idilios creo que queda justamente definido en la que expresa Graciela Palau fruto de ese “conflicto psíquico que existe en JRJ en la lucha por dominar su deseo carnal y la constante presencia obsesiva de la muerte en una obra”, que considero inicia en su juventud con invariable permanencia que a la vez es base para todo su desarrollo poético en el desvivir amoroso, belleza y la sencillez como forma de existencia total del poeta:
Amor, todas partes con la palabra pura
desnuda como el mármol pagano de una espalda
La reflexión lírica es la base que sostiene su elevación la visión pagana de todo lo amado embelesada desde una pasión latente de alma y cuerpo, la exigencia constante de “Itelijencia, dame el nombre exacto de las cosas” Plenitud lograda y envolvente que busca la elevación a lo más alto de lo que considera su esencia y existencia lírica le puede ofrecer. Estado de pureza y sencillez poética, inmersa forma insobornable de su pasión creativa que, como señala Gómez Redondo con Idilios un camino sin retorno que lleva al centro de la poesía” Actitud de confesión interna hacia su culminación poética:
Echado en la baranda de la vida, / mira mi alma pasar el largo / río del tiempo.
Echo al agua una flor, / le pienso / una duda más bella, / le contemplo / una luz
más divina, / la dejo / pasar, sin verla, / Me duermo. / En sueños, oigo el agua /
correr, correr, correr.
La sueño.
Y entonces ella me ve a mí / corriendo, cada noche muerto.
Mas como “Cazador de absolutos poéticos” que, con certero juicio lo nombra Rocío Fernández Berrocal “En la “corriente infinita” de la poesía de JRJ es un ser para la belleza, no para la muerte».
“Solo quedará el mundo de los nombres” escribe Juan Ramón. Sus ansias de eternidad proyectada en su obra, “alma encendida” muestran ese deseo de “un arder perdurable” (“No apagues, por Dios, la llama / que arde dentro de mi mismo!”), “columna de ascua”, “poeta incendiado”.
¡Te he de deslumbrar, muerte, te he de traspasar
con la luz de la eternidad cojida en mi espejo!