Quedan 20 minutos para mi autofijada hora de publicación y no se me ocurre nada sobre lo hablar, nada sobre lo que escribir, nada sobre lo que divagar, nada de lo que reírme, nada de lo que llorar, y me desespero llamando a las musas pero estas se deben de haber ido con otro, más guapo, más listo, más creyente.
Ya sólo 18 minutos y la pantalla del ordenador sigue en blanco porque todo lo que mi cerebro escribe mis dedos borran, porque nada tiene la suficiente enjundia como para salir publicado, tremenda autocrítica, aunque visto desde el tamiz del tiempo la mayoría de los artículos publicados en su momento estarían ahora mismo en una papelera, virtual, por supuesto.
15 minutos y el tiempo se acaba, escucho a unos niños jugando en el parque de debajo de mi casa, maldigo mi suerte, tengo celos de ellos, quisiera corretear libre y sin otra preocupación más que levantar la falda a las chicas o tirar piedras a las parejas acarameladas de la vía vieja.
Tic tac, el reloj ya no hace ruido pero mi mente lo finge, la hora la marca la esquina derecha de mi pantalla, estamos anclados a este aparatito que nos engancha y nos roba las ideas, ahora lo tengo claro, mi artículo de hoy me fue usurpado por las hordas catódicas del Internet, que no sé si son catódicas o no, pero que seguro que son hordas.
Menos de diez minutos y habré faltado a mi publicación por primera vez en los últimos dos años, salvados los períodos vacacionales, claro está, a la vuelta de la esquina, aunque ahora sin dinero para gastar, condenado, como estoy, a la aventura del autónomo empobrecido, de dinero, aunque enriquecido de autoestima.
Cinco minutos para la hecatombe, cinco minutos para que la alarma comience a sonar, para que entre en la web y vea que mi artículo allí no se encuentra, ¿qué sensación será esa? Me sentiré vacío, como que mi vida ya dejó de tener sentido, al borde de un abismo al que saltar.
Las nueve, ya son las nueve, levanto la vista a la pantalla del ordenador y veo unas palabras más o menos conexas y con cierto sentido estructural, aunque escaso valor literario, ¿a quién le importa? En cualquier caso, ¿alguien leerá estas líneas? ¿Las habría leído alguien si hubieran tenido mayor calado? A alguien realmente le importa todo ésto un carajo.
Dudas existenciales de un viernes, supongo, o de un treintañero que ha empezado a dejarse perilla, o de un vividor venido a menos por las aguas procelosas del buen vivir, ¿quién sabe? Lo único es cierto es que ya tengo artículo para publicar, no lo tenía, pero ahora ya lo tengo.