Lovina (Bali), 18 de mayo de 2009
Me fui del infierno de Kuta, decía, para caer en el infiernillo de Ubud.
Aquello también estaba lleno de coches, de motos, de pícaros, de falsas masajistas, de familias obesas con adolescentes despectivos y niños gritones, de japoneses emperrados en fotografiarlo o filmarlo todo, de japonesas feísimas, de…
Bueno, bueno, ya paro. ¡Menuda decepción! Todo un estilo de vida, único en el mundo, se ha ido al carajo. Ubud, que fue paraíso en la tierra, es ahora un centro comercial, una Vaguada, un Port Aventura, un parque temático.
Aburridísimo, además, porque ni siquiera cabe recurrir allí al frufrú de Kuta para entretener, a la desesperada, el tedio. No hay nada que hacer. Nada. Una vez visto el maravilloso museo que fue casa y taller del pintor español, y catalán nacido en Manila, Antonio Blanco -yo lo conocí. Era un disparate, un cronopio, un sátiro del bosque, un gran artista, un inventor de formas y de fondos tan genial, casi, como Dalí-, sólo puede el viajero cruzarse de brazos, sentarse en la posición del loto, abrir un libro, papar moscas (no las hay) o contemplar el paisaje, que sigue siendo, eso sí, uno de los más hermosos de la tierra.
La música también lo es, y lo son las danzas que por la noche, apenas cae el
sol, centellean en la penumbra de los antiguos templos, pero todo eso ya no sale del alma de las gentes de la zona, sino de su empeño en ordeñar las ubres de los turistas para sacarles hasta la última gota de dólar que lleven dentro.
-¿Y los hoteles, Dragó?
-Fantásticos, lo reconozco, y distintos a los del resto del mundo… ¿Pero merece la pena cruzar éste de punta a punta para encerrarse en un hotel, por original, elegante y bonito que el mismo sea?
Ni siquiera se puede pasear, ir, como antes, de pueblo en pueblo, cruzando palmerales y arrozales, escuchando a los pájaros, descansando en los templos, porque los caminos están a todas horas acribillados por las motos, que son como navajas, y por las voces de los pelmas que acosan a los forasteros con el estribillo de taxi, taxi, transport, transport, dance, dance, massage, massage… Imposible dar un solo paso sin padecer el suplicio de tal monserga.
Infierno (Kuta) e infiernillo (Ubud). En cuanto al resto de la isla…
En Bali transcurre uno de los capítulos cruciales de mi novela El camino del corazón. De lo que en él conté no queda nada. Paraíso definitivamente perdido. Mi decepción es enorme. No me lo esperaba. Estuve aquí, por enésima y última vez en el 97, y aunque nada era ya como había sido, en Lovina, en Ahmed, en las islas Gili y, por supuesto, en Ubud había jirones y retales del antiguo encanto. Ahora, ni eso.
Ya sé lo que sintió Adán cuando un ángel de espada flamígera lo expulsó para siempre del jardín del Edén. Me sacudo la arena de esta plaza de la suela de los zapatos. Se acabó. Nunca volveré a Bali. A Indonesia, sí.