“En los ojos de los hambrientos hay una ira creciente. En las almas de las personas, las uvas de la ira se están llenando y se vuelven pesadas, […] listas para la vendimia”.
John Steinbeck
Los crisantemos
Ella, la protagonista de esta delicia de relato, tiene treinta y cinco años, se llama Elisa Allen es fuerte y una apasionada morena de pelo y tez. Está casada con un granjero propietario, la granja va bien, crían ganando. Elisa lleva esa existencia de segundo estadio familiar propio de la sociedad de su tiempo, estado que alivia en gran medida con el mimoso cuidado de un jardín de crisantemos. En el fondo de su mente y pensamiento, nuestra protagonista desearía realizarse igualmente que los hombres, para así poder satisfacer el espacio de una vida propiamente regulada en la sociedad y en la verdad cotidiana, distinta a la de simple ama de casa obligada a vivir refugiada en el esmerado cuidado del jardín con bellos crisantemos.
Los crisantemos es el relato conmovedor de una ‘mujer no objeto’, elegido por Nórdica libros de la inmensa madeja que representa la apasionada obra de John Steinbeck autor de la enorme novela Las uvas de la ira que vio la luz en 1939.
Las uvas de la ira
Aquella narración que conmovió a la sociedad norteamericana, provocando por su fuerte contenido denunciador, que fuera prohibida por los altos poderes, debido a su tendencia, al parecer, comunista.
Todo un delirio del capitalismo, cuando sencillamente expresaba el planteamiento real de una crisis en la que las clases medias, especialmente los pequeños grajeros, fueron sin contemplación devoradas por los desahucios miserables del omnímodo poder bancario bancario (según Quevedo quien manda es don Dinero), quien decide y encuentra causas más que suficientes en el contenido de la novela para condenarla al fuego, calificando tan inmensa obra literaria de manifiesto comunista, cuando su desafiador contenido social solo expone la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la sanguinaria explotación sin piedad de los poderosos sobre quienes bregan por el humano pan de cada día.
Pero esta historia, donde la ficción es la talla de la realidad, ni en un gobierno totalitario, menos en país democrático resulta imposible aniquilar. Las uvas de la ira, ayer y hoy, testigo que no envejece, como otras grandes novelas del mundo de la creación literaria que pueden ser Al este del Edén o Tortilla Flat, que fueron llevadas al Séptimo Arte en un engarce perfecto entre literatura y cine.
Las uvas de la ira, dirigida por John Ford, logró dos Oscar de la época, contando en su primer papel con un magistral Henri Fonda.
Steinbeck
Steinbeck, Nobel de literatura en 1962… Y el gozo de la lectura de este relato corto de Los crisantemos que me ha llevado de nuevo a recordar una vez más esa obra maestra, testigo de palabra escrita donde la ficción se convierte por su contenido en narración que describe humanamente desafiadora la devastación del mundo en que nosotros vivimos día a día: las miles de familias que se ven obligadas a abandonar sus casas y cerrar sus pequeñas empresas que les han venido permitiendo vivir, no sin esfuerzos, pese a esa basura de democracia de la avaricia desmedida y una Iglesia silenciosa sorda y lejana de la voz de Jesús de Nazaret.
¿Acaso los salarios de hoy, cuando se encuentra trabajo, no son la carcajada de la miseria, la brusquedad despiadada de “Esto es lo que hay, si no lo quieres en la puerta tengo a mil esperando”. Y no es demagogia, tampoco panfleto político, es sencillamente literatura comprometida con situaciones reales que quedan en la historia de los pueblos y sus sufrimientos, narrada con cuidado estilo maestría de alta calidad.
Es por lo que me pregunto: ¿existen en nuestra geografía, dominada por la corrupción del capitalismo salvaje, quienes narren este mundo en que malviven millones de seres humanos, sin perder ni un punto de calidad, exponiendo la crisis que beneficia a los de arriba y esclaviza y condena a millones de familias al hambre o la prostitución?
Y retorno al relato de Los crisantemos: El simbolismo que subyace a lo largo de toda la obra hacen que sea uno de los relatos cortos más bellos e imprescindibles del ganador del Premio Nobel de 1962.