José Pedro Carrión ha desembarcado con todo su poderÃo dramático y filosófico en el zaragozano Teatro de la Estación el pasado fin de semana. Junto a él, con no menor fuerza interpretativa, la actriz canaria Valery Tellechea en un duelo que va más allá del enfrentamiento entre dos generaciones de actores.
A través de ‘Júbilo Terminal’, utilizando como vehÃculos obras y personajes emblemáticos de la escena universal –el tÃo Vanya, Puck, Hamlet, Timón de Atenas, Ricardo III, Cyrano de Bergerac y varios otros–, se desentraña la raÃz profunda del teatro, que viene a ser el último reducto que nos queda en una sociedad tan corrompida, en palabras del autor, director e intérprete masculino de la obra.
La codirige Jesús Castejón, en una producción de la compañÃa Vivero Teatro, de Madrid. Tres años lleva funcionando este texto profundo y exigente, que ahora empieza una nueva gira en Zaragoza para continuarla en Segovia, Santander, Cartagena, Valencia y Lanzarote hasta la llegada de la Navidad.
Aun dentro de su continuidad, la trama tiene tres partes bien definidas. La primera, quizá la más difÃcil de asimilar puesto que presupone el conocimiento por parte del público de algunos dramaturgos punteros –Shakespeare, Chejov, Rostand– es un canto elegÃaco a los tiempos pasados, cuando el teatro se vivÃa en las calles y en las plazas, cuando la gente se implicaba en la vivencia de los personajes, cuando sin duda habÃa más pobreza pero también más nobleza entre los humanos.
En la segunda surge el conflicto, y el viejo actor, ya en declive y con graves problemas de identidad, sigue pensando que su arte es un elemento puro, un grito contra el teatro domesticado, una función en la que la mentira se convierte en verdad transformadora. Le da réplica la joven actriz, instalada en el presente pero abierta a la reflexión sobre las realidades profundas más allá de la apariencia. La presencia del conflicto es inevitable hasta que en la tercera parte se va produciendo una simbiosis de ambos enfoques, retornan las alusiones a las grandes obras de la escena universal, el viejo actor reaviva sus ilusiones y vuelve interpretar los papeles que en su tiempo desempeñó con éxito.
El texto es una alegorÃa directa de los tiempos contemporáneos y del papel que la cultura debiera representar, consolidando el desarrollo personal y la tarea colectiva que incumben a todos los humanos.
Hay un grito entre desesperanzado y esperanzador reclamando a los poderes públicos la atención que merece el teatro, proponiendo su ejercicio lúdico desde la infancia, estimulando al espectador para que aporte su grano de arena.
El mensaje está claro y su expresión dramática tiene la fuerza incontestable de un texto denso, bien apoyado en la mejor tradición escénica, y de unas interpretaciones rigurosas y vibrantes por parte de los dos protagonistas.
La sesión del estreno estuvo seguida de un interesante coloquio de los actores –uno de ellos al mismo tiempo codirector de la obra– con el público.