A veces, sobre todo en invierno, uno se pone filosófico y estupendo. Es entonces cuando no queda otra que dirigirse a la sección de filosofía de nuestra biblioteca para revisar obras curiosas ya conocidas. Recuerdo ahora un sabroso libro de Roxana Kreimer, publicado por la editorial Idea en 2005, que me dejó un buen sabor de boca en su momento. Me refiero al titulado Filosofía para la vida cotidiana, que recomiendo desde estas líneas.
Roxana Kreimer es una mujer que entiende que la Filosofía grande, la de los pensadores tradicionales, es compatible con los problemas actuales del ser humano social. Y esto es mucho decir, no vayan a pensar ustedes. Está integrada, por tanto, en la corriente que anhela el hallazgo de una utilidad real de los postulados clásicos de la materia filosófica. Ella es licenciada en Filosofía y doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Fue precursora de la Orientación Filosófica en Argentina. Y si mis noticias son correctas, fundó el Centro de Investigación y Práctica Filosófica con el fin de difundir la filosofía llana más allá de los circuitos académicos. Conozco igualmente de ella su obra Historia del mérito (2000), que también me parece de interés en los tiempos que corren. La Kreimer nos habla, entre otras cosas, de que Sócrates entendió la filosofía como un arte de vivir asociado a los problemas inmediatos de la vida, en contraste con numerosos pensadores que, sobre todo a partir del siglo XIX, la concibieron a modo de suma de las teorías redactadas en un lenguaje de élite incomprensible para el común de los mortales. Su libro plantea una reflexión en torno a distintos temas a los que la filosofía tiene bastante que aportar, y por otro lado aborda el modo en que estos análisis operan en la práctica. El sufrimiento, las relaciones amorosas, el trabajo, la muerte, la envidia, la culpa, la amistad, las relaciones cotidianas son tópicos que la tradición filosófica ha desarrollado profusamente y sobre los cuales aún se tiene mucho que decir. Estas artes del vivir —permítanme denominarlas así— beben en las fuentes de dos mil años de herencia filosófica, a partir de la que se procura sumar consideraciones asociadas con estrategias deseables para la sociedad de hoy.
Tras la lectura de este libro, saqué en su día la impresión de que la intención de la autora es la de contribuir a la polémica en torno a algunas de nuestras problemáticas vitales inmediatas. Cada capítulo contiene una primera parte teórica que desemboca en desarrollos prácticos. Y en muchos de ellos se incluyen lecturas que pueden enriquecer el asunto, seguidas de casos vinculados con el tema. La «filosofía práctica» es, como queda dicho, hija de la Filosofía tradicional. La doctora Kreimer escribe, por ejemplo, acerca de la filosofía como arte de vivir; nos habla del sufrimiento y de los aspectos positivos del dolor, del duelo, de ciertas facies del amor, de los sueños y del suicidio, de la alegría como felicidad sin requisitos. Desarrolla temas como el resentimiento, la pasión, la sinceridad, la gratitud, el coraje, la virtud y el ideal de inteligencia práctica. Dicho de otro modo, aborda temas que sí afectan directamente al ser humano en general y a la relación social del individuo. Son asuntos que el hombre de la calle entiende próximos a su naturaleza, a su realidad, y para los que la filosofía tiene una respuesta autorizada y útil, aunque no sea precisa ni definitiva. Es una filosofía que nos puede ayudar en nuestra cotidianidad porque está ahí para eso, para que los sistemas y las escuelas de los grandes filósofos se hagan válidos en nuestra compleja sociedad presente.
Jaime de Salas escribía, en un artículo publicado por ABC el día 16 de diciembre de 2005 —no ha llovido ni nada—, que tanto Marías como Ortega «coinciden en buscar una comprensión de la vida cotidiana desde la metafísica. Logran que, a través de sus páginas, el lector comprenda mejor su mundo y a sí mismo». Es verdad que ambos unieron su interés por la metafísica —es decir, por el conocimiento último de las esencias del ser en cuanto tal— con la capacidad de observar en derredor, comprender la vida y regenerarla en lo posible.
La Filosofía, lo mismo que el resto de las ciencias y disciplinas, no constituye ningún reducto idóneo exclusivo para universitarios; vale para todos, por supuesto que sí, pero esa adaptación a la mayoría es preciso hacerla con talento, sabiduría y prudencia.