De la sabiduría popular
a Albert González, procurador de Justicia
de la Administración Bush y defensor del espionaje doméstico].
Lo único puro e íntegro que no me ha quitado
la adúltera sociedad en que yo vivo
es el silencio; ya es tan difícil vivir con las lealtades,
difícil esconderlas, protegerlas, perpetuarlas.
Ya para el acceso a lo que llamaste lo confidencial
con rigor de alma fraterna, te lo extraen.
Te lo quitan, te vuelven uno más desposeído,
desposeso de tí: de tus secretos.
El Estado ya no tiene el mínimo respeto
por tu vida, por tu privacía.
Poco falta para que se metan en tu cama
y quieran dormir contigo
los funcionarios del ultraje de vivencias.
Si tu secreto es tu sangre, te desangran.
Otros viven de que sueltes la sopa y no tengas
una vida que llamar el ‘ser libre’,
la identidad privada.
En el reino del choteo, cada sombra que a tí
pertenezca es interpretada. Te asocian
a cualquier color de culpa, o delito,
o capricho, utilizando un detalle que es tuyo
pero no está completo. Es una pieza
interconexa, hoy aislada, pero, por ella
te condenan. Y después hablan sobre respeto a la persona,
individualidad, el derecho a quedarte callado
para que no te impliques y, sin embargo,
el Estado está lleno de espiones:
el cura espera que tú confieses los pecados,
los tabloides esperan que resbales
para tomar una foto de aparato
que agigante tu caída.
Se vive ya de complicidades enlazantes,
del morbo de traiciones; ya no se sanciona que violes
confidencias; se castiga que no vivas
para las traiciones, que no burles al amigo;
que tengas la noción de autonomía,
de serte voluntario a tus propias protecciones.
Se vive con el reino de los divulgadores.
Tienes que vivir echándote la culpa
para que no te torturen, o pongan
en tu casa vigilancia, o vayan los tabloides
a siquitrillar dizque el sensacionalismo
del que sólo goza el voyerista y el desvergonzado.
Tu vida es alimento de rumores.
A tu privacidad, por bribonadas, la harán pedazos
o carroñas de puercos. Diseñan show en la tele,
o la radio, para que te asumas el peor
de los payasos, hazmeir de las chusmas
en un circo romano y te dén unos pesos
y luego te vayas al carajo,
porque, en la sociedad capitalista,
todo es política de dímes y direte,
lucro por lo sucio, el crimen, las disfunciones.
El SIDA de Rock Hudson vende
y si es Gay, vende el doble,
y lo triste es que la mayor parte de lo que de tí
se husmea no sirve para nada, no protege
ni tu vida ni la ajena. No da ejemplaridad edificante,
sólo humilla y duele a quien lo sufre.
Vale lo mismo decir una mentira.
30-09-2003 / El libro de anarquistas
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La necesidad de ser honesto
Cuando vengan con coacciones a tu vida,
si te tocara revelar tus secretos,
abre la boca bien como una O de infinito
y sé honesto porque la honestidad
lastima, revienta, humilla
a los intrusos, a los grandes valemadres,
a los mentirosos. Dáles guerrilla y terror
con las bombas exterminadores,
tira verdades contra sus muros de atropello,
sus paredes de artilugios.
Las verdades matan más que los balasos.
Dílas con la elocuencia de su preciso argumento.
No añadas adornitos, subterfugios.
Házlas proyectiles, con consecuencias
expansivas, dolorosas. Súrtelas valientemente.
Esta sociedad envilecida ya no merece
mentiritas piadosas y solemnes baratijas
de sutil retoricismo. Es la hora
de las verdades, porque ya no puede
estar más jodido el mundo con tanta hipocresía
y sueñito americano de pendejos.
Es hora de hablar y acabar de una vez
y para siempre el hermetismo.
12-01-2004 / El libro de anarquistas