Alguien me dijo una vez, no hace mucho, que el mayor miedo que tiene el ser humano es mirarse a un espejo y verse a sí mismo. Tenía razón. La velocidad a la que vivimos el día a día y la sociedad que nos empuja a mirar no mucho más allá del rostro humano no nos dejan tiempo para analizar lo que verdaderamente somos. Se genera así una incógnita que da paso a ese miedo latente que no percibimos hasta que un día tenemos una “avería” y es el destino el que nos muestra lo que somos realmente.
Un juego podría decirse que es la vida, un simple juego de azar o incluso un sueño que atrapar. Pero quizás haya algo más. Algo que nos haga reflexionar, pensar y sentir y entender. Y entonces, ese juego se convierta en vida de verdad.
¿Cuánto es mucho tiempo? pregunta Mademoiselle Simone y, en realidad, no obtiene respuesta. Es cierto, me pregunto ahora yo, ¿cuánto es mucho tiempo? ¿Horas, días, meses… años quizás? O toda una vida esperando a que pase algo cuando lo cierto es que lo único que está pasando es el tiempo.
Un aire de esta triste reflexión adornada con indispensables ironías para recrear ese pesimismo esperanzador de Friedrich DÁ¼rrenmatt es lo que la actriz y directora Blanca Portillo nos presenta sobre el escenario con La Avería, una versión teatral de Fernando Sansegundo en la que se aúnan casi todos los temores y verdades de un oscuro momento: el hoy que está constantemente pasando por el ayer.
La justicia que cae ante la fuerza de la ley, el poder de los tramposos sobre el honor de los perdedores, la sabiduría menospreciada del paso del tiempo y la ceremonia como ritual indispensable de respeto y generosidad se levantan ante el público como moles aplastantes capaces de arrasar y marcar un antes y un después.
Mademoiselle Simone nos sirve la cena, la exquisita cena ante la que los invitados rinden pleitesía en forma de canto y juegan al juego de la justicia utilizando como ficha principal a Alfredo Trapps, estupefacto ante semejante espectáculo y, sobre todo, ante su propio ser. Y sufrimos junto a él, y nos agobiamos a su lado cuando se siente perdido en mitad de la noche, y nos relajamos cuando Simone le canta, y disfrutamos de una comida deliciosa, y nos paralizamos mientras él se rompe sobre sí mismo. Y jugamos a ser el juez o el verdugo y a dictar una sentencia para cuyas consecuencias no estamos preparados.
En palabras de la propia Portillo, el centro de este espectáculo está en el trabajo del actor en el escenario, un trabajo potente que no puede dejar indiferente a nadie. Emma Suárez, José Luis García-Pérez, Daniel Grao, Fernando Soto, Asier Etxeandia y José Luis Torrijo muestran su saber hacer arte, su entrega y su absoluta profesionalidad dándolo todo durante dos horas que, pese al impacto que suponen, no queremos que acaben.
¿Y en qué queda todo? En el análisis del yo, del nosotros… del tiempo y del espacio que nos rodea, de los valores que se pierden y las sociedades que emergen en una Europa que quiere ser nueva pero no puede. Todo queda en ese tiempo que pasa para cada uno y para el propio suelo en el que caminamos y para todos, porque, de alguna manera, todos somos Alfredo Trapps.