Color, música y gente, mucha gente por las calles de Praga. Una ciudad hermosa, capital de la República Checa. Eminentemente turística, lo que no le hace perder su encanto. Es fácil moverse por ella. El metro y el tranvía están muy bien organizados y las conexiones son sencillas. Pero solo para casos en los que los necesitemos, porque lo que nos pide este entorno es pasear, pasear por sus calles y sus puentes.
Y allí estamos, en la Plaza de San Wenceslao, con el Museo Nacional a sus espaldas y la estatua de San Wenceslao presidiendo el lugar. Comenzamos nuestro recorrido que nos llevará a la Ciudad Vieja, con su plaza del mismo nombre, la Iglesia de TÁ½n con sus dos torres y la Iglesia de San Nicolás. También habrá una Iglesia de San Nicolás en Malá Strana, otro de los distritos con mayor importancia histórica de Praga. A su vez, encontramos el Reloj Astronómico, reloj medieval que puntualmente cada hora entre las 9:00 y las 21:00 ofrece una pequeña representación: dos ventanas se abren y los apóstoles desfilan ante nosotros. Junto a ellos aparecen otros elementos alegóricos que representan la vanidad, la avaricia, la lujuria y la muerte.
El puente más importante de la ciudad es el Puente de Carlos, siempre repleto de paseantes, caricaturistas, vendedores y músicos. Y en uno de sus lados, la Iglesia de San Francisco y unas hermosas vistas al río Moldava y al Castillo de Praga. Á‰ste último comprende uno de los patrimonios culturales más importantes de la República Checa. Allí se ubica el Antiguo Palacio Real, la Basílica de San Jorge, La Catedral de San Vito, de estilo gótico, o la Callejuela de Oro, entre otros. En dicha callejuela encontramos unas pequeñas casitas de colores que en el pasado estuvieron repletas de vida. En muchas de ellas aún se conservan los enseres de sus antiguos dueños, expuestos ante el público, como si el tiempo no hubiera pasado. Impresiona ver la imagen congelada de lo que fue la historia y la vida de una persona, sus objetos más preciados y personales, su intimidad. Y precisamente allí habitó Franz Kafka, en lo que ahora es una pequeña librería. Y su figura sigue estando muy presente, como también lo está en otros rincones de la ciudad.
Cambiando de escenario, nos adentramos en el Barrio Judío. Su viejo cementerio alberga miles de tumbas que han ido acumulándose con el paso de los siglos. Y de entre sus sinagogas, la Sinagoga Española, una maravilla arquitectónica llena de color y geometría que evoca rincones de la propia Andalucía. Después, mientras paseamos junto al río Moldava, llegamos, casi sin darnos cuenta, a la Casa Danzante, edificio deconstructivista inspirado en la mítica pareja de baile formada por Ginger Rogers y Fred Astaire. Por último, y teniendo en cuenta que dejo sin nombrar tantos y tantos lugares, quisiera destacar la existencia de una estatuilla de origen español ubicada en la Iglesia de Santa María de la Victoria. Se trata de El Niño Jesús de Praga. La imagen fue donada a la comunidad de los Carmelitas en 1628 por Polixena de Lobkowicz, hija de María Manrique de Lara.
Sin más, cuando tengáis oportunidad, visitad la bella Praga y no olvidéis recorrer sus callejuelas menos céntricas, perderos un poco y descubrir cosas que no vienen en los mapas.