La Celestina leída en su versión original, en español del siglo XVI, es un ejercicio enciclopédico (por las notas a pie de página en la edición del hispanista Peter Russell o de otro similar a él) e histórico (porque podemos apreciar la evolución de nuestro idioma). Sus abundantes diálogos pueden dar la impresión de ser una obra de teatro -aunque se haya representado acertadamente en varias ocasiones-, pero en realidad fue concebida para leerse como una novela. Por este motivo sus notas a pie de página son imprescindibles para asimilar el contexto, los escenarios y demás configuraciones espaciales o externas a ella. Todo esto necesario, desde luego, para entender esta obra fundacional de la literatura.
Fernando de Rojas, su autor, fue un judío converso al cristianismo en aquellos tiempos de barbarie inquisitorial. En esos tiempos de pureza desquiciada, impuesta por unos fanáticos y que contaminó ideológicamente también a otros países europeos. La expulsión de los judíos sefardíes de España fue, quizá, el peor error que se pudo cometer en aquella época. A saber la cantidad de intelectuales, artistas y científicos que habría dado la cultura sefardí a este país es incalculable. Pero ese es otro asunto que, aunque no atañe a esta entrada, no quería omitir mi opinión acerca de ello.
De Rojas fue abogado y se estima que escribió La Celestina (se publicó más de un siglo antes de la existencia de Cervantes y Shakespeare) cuando tenía unos treinta años de edad. No se le conoce otra obra. Su título original fue Comedia de Calisto y Melibea y posteriormente Sebastián de Covarrubias le cambió la palabra «comedia» por «tragicomedia», pero es más conocida, y así aparece en las ediciones modernas, como La Celestina.
Es interesantísimo observar que en el idioma castellano o español de la edad media existían palabras o formas de expresión que hoy siguen vigentes en Hispanoamérica, como los términos «acá», «vos» y otros. Esto es fácilmente explicable porque la llegada de los españoles a América se dio en aquellos tiempos, en el siglo XVI, y las formas de hablar o utilización de expresiones quedaron en aquellas tierras y se usan a día de hoy.
El tratamiento que le da esta novela a las pasiones humanas es fascinante. Lo tiene todo: amor, codicia, envidia, impaciencia, lealtad, raciocinio, desenfreno emocional… La humanidad entera estaría reflejada en esta obra.
En los ojos de Calisto, la belleza de Melibea representa mucho más que el poder de la naturaleza. En los ojos de ella podría, inicialmente, interpretarse que espera perseverancia. Pero el tiempo, el maldito tiempo podría llevar a la deriva las aspiraciones, las emociones. El amor, en definitiva.
Desde larga data los oportunistas siempre han aparecido en los momentos precisos para su beneficio. Y cuando ven que todo está servido para ellos aprovechan hasta el más mínimo detalle. Lo quieren todo para ellos y nada ni nadie podrá detener sus objetivos.
Cuando choca la pasión con lo racional entra en conflicto el ser humano. Y otra vez el tiempo se convierte en enemigo del enamorado, del desvalido sentimental, que ve amenazado sus anhelos y acude a lo que sea necesario para conservarlos.
Celestina es un personaje casi omnipresente, que aglomera y domina a los demás. Sabe de las debilidades humanas, y que por ellas algunos son capaces de transgredir sus propios valores morales o de pensamiento.
De corte erasmista, esta gran obra literaria tiene un final insólito dentro del contexto histórico de la España del XVI en que fue publicada.
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