En épocas de abundancia de liquidez internacional y bajos tipos de interés, ante la falta de ahorro de nuestra economía (bajo ahorro privado), los bancos, con el propósito de conseguir maximizar sus beneficios se vieron tentados a obtener la mayor cantidad de dinero o liquidez. Incluso, sin ninguna precaución y a pesar de lo que ocurría en los EE.UU., los bancos continuaron endeudándose para colocar créditos a sus clientes. Cuando la crisis financiera toca de lleno a la economía española, los bancos ya no pueden seguir con su política crediticia y la liquidez del sistema desaparece. La crisis llega a las empresas y esa falta de liquidez estrangula a nuestra economía, todo ello acompañado de una burbuja inmobiliaria y financiera que se había ido formando gracias a una política monetaria expansiva y a unos bajos tipos de interés, que estalló y extendió la crisis al resto de la economía, elevando la morosidad y los problemas de muchas empresas, sobre todo aquellas relacionadas con la construcción y a particulares que se quedaron sin empleo.
El negocio bancario exige que los bancos no sólo puedan hacer frente a sus obligaciones de corto plazo, es decir, que dispongan de capacidad para responder a la retirada de depósitos por parte de sus clientes convirtiéndolos en dinero cuando estos lo soliciten, sino también de todas sus obligaciones, por lo que deben procurar mantener siempre a mediano y largo plazo un conjunto de activos (bienes y derechos) suficientes para cubrir sus pasivos (deudas), lo que se conoce como solvencia bancaria.
Para tratar de cubrirse y asegurar su solvencia, los bancos empezaron a cuidarse de la exposición al riesgo de insolvencia de las empresas, restringiendo el crédito bancario; además, porque los bancos tenían que empezar a devolver sus propias deudas que habían contraído con en los mercados de dinero extranjeros. La posición deudora de los bancos respecto al exterior por el endeudamiento a gran escala que acometieron y la mala situación del país impidió su refinanciación en condiciones normales, teniendo que pagar cada vez más intereses si querían hacerse con el dinero, lo que terminó por apalancar a los bancos que tenían que conseguir recursos para refinanciar sus propias deudas con los proveedores de dinero, y, con un mercado interno que iba cada día a menos, con empresas muy tocadas por la crisis, con unas exigencias de recapitalización impulsadas por algunos responsables económicos e Instituciones Internacionales, los bancos no tuvieron más remedio que lanzarse a buscar capital para garantizar su solvencia.
La capitalización de muchos bancos se hizo en buena parte mediante recursos de particulares y el sector se lanzó a comercializar la llamadas «participaciones preferentes». A finales de 2008 más de 20 bancos y cajas emitieron más de 12.000 millones de euros en participaciones preferentes que colocaron entre sus clientes, con unas rentabilidades que llegaban al 8% anual y con la «garantía» de que el banco no tendría problemas para devolver el nominal de la inversión al cliente, pues encontraría entre sus propios clientes nuevos compradores de dichas participaciones. Lo cierto es que algunos bancos a día de hoy ya no garantizan la devolución de las aportaciones y los clientes ya no pueden rescatar su aportación inicial, porque los bancos establecieron cláusulas donde no están obligados a la devolución de la inversión, dado que estos activos al ser perpetuos no tenían fecha de amortización.
Lo cierto es que estas participaciones preferentes se hubieran podido vender en el mercado de valores secundario, también conocido como de negociación, que es donde se negocian títulos y valores de reventa, tal vez los clientes no habrían tenido este problema, aunque con toda probabilidad hubieran perdido parte de su aportación inicial, probablemente un 40%, pues las últimas operaciones de preferentes, muchas de estas cotizaron un 40% por debajo del precio al que se lanzaron. Lo que no se entiende es que el Banco de España y la Comisión Nacional del Mercado de Valores no hayan hecho nada para impedir este tipo de operaciones.
La venta de las participaciones preferentes, así como de otros productos sofisticados y de elevado riesgo para el contratante, generalmente con escasa cultura financiera; la forma de comercialización de las preferentes, en algunos casos se llegaron a comercializar como si fueran depósitos, han conseguido que actualmente 480.000 clientes de bancos y cajas, estén atrapados en este producto con una inversión media que ronda los 25.000 euros.
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