Sociopolítica

La exaltación de lo femenino en la tradición

“El alma humana tiene necesidad de verdad y libertad de expresión” Simone Weil

«Ni cogeré las flores, ni temeré las fieras” Juan de Yepes

As Crabetas. Libro-museo sobre la infancia tradicional del Pirineo, de Enrique Satué OlivánEn “As Crabetas. Libro-museo sobre la infancia tradicional del PirineoEnrique Satué Oliván  recoge y reproduce en unos esmerados dibujos la representación simbólica que se hace de la mujer en una “rueca de capacico” para hilar el cáñamo, tarea tradicionalmente femenina.

Lo primero que llama la atención es la belleza del utensilio de trabajo, un dato que nos informa de la dignidad que tenían en esa sociedad las labores humanas asociadas a la satisfacción de las necesidades de la vida.

El trabajo fue en la comunidad tradicional  un elemento que integraba en sí valores de muy diversa índole; en primer lugar estaba destinado a atender las necesidades materiales del colectivo y por ello era una actividad útil  y valiosa que proporcionaba un enorme contento y afirmación personal al individuo, porque el ser útil a otros es, para la persona social, una necesidad primaria y sustantiva.

Además el trabajo era espacio de encuentro y convivencia, en este caso territorio femenino, ámbito especial de comunicación entre mujeres en el que se compartían intimidades y reflexiones, saberes, acervo de cultura y tradiciones; una esfera de construcción horizontal de la feminidad a través de compartir la vivencia singular de ese elemento multidimensional y complejo que es ser sujeto único y sexuado a la par que una más del común. Este carácter social y socializador de las tareas productivas daba a las faenas tradicionales un potencial enormemente  civilizador e integrador.

rueca de capacicoLa alta valoración del trabajo, en este caso del trabajo de las mujeres, fue la base material de la estimación social de las personas que eran respetadas por su aportación singular al común, es decir, por sus méritos y obras propios y no por cortesía, por compasión o benevolencia.

Es evidente, cuando se observa la iconografía de las tallas de la rueca, que estas tareas femeninas estaban asociadas a la construcción colectiva y horizontal de la feminidad, no como esencia abstracta o platónica sino como vivencia compartida del valor que proveen las mujeres a la comunidad. Aparece en ella la mujer sexuada en la que destacan los pechos y el pez que emerge entre sus piernas. El pez, que fue símbolo del primer cristianismo, es también en algunas culturas paganas la representación de la erótica y la fertilidad femenina, así como una metáfora de la vulva. Es, en definitiva, la afirmación enérgica de sus atributos físicos y de su sexualidad, del contento de ser mujer.

Pero junto a ella aparece la imagen de Santa Orosia que representa, según Enrique Satué, a la mujer espiritual perpetuadora de la tradición, explicación que comparto pero a la que hay que añadir, yendo más allá, que no solo es depositaria de las tradiciones sino que la figura de la santa encarna a la mujer combatiente, valerosa y heroica que porta la espada y la palma del martirio. Es la mujer preparada para los desafíos más difíciles, para las batallas más penosas, mujer bizarra y esforzada.

He aquí la evidencia de que la cultura del pueblo no consideraba a la mujer como un ser plano destinado a agotarse en sus funciones sexuales sino como ser complejo, multidimensional, integral y no fragmentado. La potencia que alcanzó la feminidad  (y en correspondencia la virilidad) en esta cultura expresa mejor que nada la capacidad que esa sociedad tuvo para elevar y dotar de excelencia a los individuos que la habitaban.
El que existieran algunos espacios de lo femenino no significaba segregación ni encierro de la mujer pues se limitaban a ciertos momentos y ayudaban a dotar de fuerza y mismidad a las féminas que participaban igualmente en todas las demás tareas colectivas de forma activa y resuelta. Fueron un territorio de vínculos y relaciones en una civilización que proporcionaba una abundancia y complejidad de  ámbitos de socialización que permitían la creación de personalidades vigorosas  y cargadas de virtud.

La fuerza de lo colectivo, en esta sociedad, no fue el producto de la homogeneidad y la uniformidad sino de la concurrencia de las singularidades, de la celebración de la diferencia, de la expansión de la idiosincrasia de los sujetos.

Todo esto nos proporciona la oportunidad de reflexionar sobre la triste condición femenina del presente. La mujer de esta sociedad vive despojada de la vivencia de su naturaleza sexual[1], convertida en sujeto neutro, indefinido y ambiguo, así deviene en no-persona sino trabajadora pura, mano de obra en un mercado de esclavitud disfrazada, tropa para los ejércitos del sistema, obediente y cumplidora súbdita.
Los actuales espacios de mujeres se convierten fácilmente en ámbitos para la victimización, el resentimiento y la androfobia, lugares en los que la magnanimidad, el respeto de sí mismas y de la feminidad que exigen la consideración de la virilidad natural como un bien, tan excelente como nuestra propia condición sexuada, están excluidos. Son por ello espacios para la desfeminización, para el desarraigo de nuestra idiosincrasia auténtica, para la liquidación de nuestra originalidad y la exaltación de la condición de oprimidas, subordinadas y no-sujetos.

La necesidad de regenerar lo femenino, y por ende lo viril o masculino, en nuestra época es tarea que debemos asumir cada sexo de forma propia, pero no enfrentada, sino unidos en la tarea de encontrar caminos a la recuperación del tejido social de la convivencia, al respeto y dignificación de nuestras diferencias como un bien inapreciable para el desarrollo y creatividad de la comunidad.

Lo femenino de nuestra época habrá de construirse haciendo frente a los conflictos que este tiempo y esta sociedad nos han legado, es decir, desde el compromiso con el mundo, con el aquí y ahora de la humanidad, a ello debemos entregarnos con determinación  y bravura de mujeres y hombres de virtud.

[1] Entiendo que la mujer comparte con el varón la mayor parte de los problemas que se derivan de un sistema perverso y desquiciado pero que cada sexo tiene, como añadidos, aquellos que provienen de la manipulación de la idiosincrasia  sexuada y de la intimidad. De ello es de lo que hablo en este caso, sin pretender que aquellos otros problemas no tengan entidad e importancia, pero, cuando la nadificación del sujeto es hoy el principal escollo a la regeneración de la sociedad horizontal la cuestión sexual se ha convertido en un asunto de la mayor trascendencia porque permite operaciones de gran envergadura en el interior del individuo.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.