Escenarios, 54
La conocida comedia de Miguel Mihura da tanto juego que hasta permite jugar con su título. Durante el pasado fin de semana se ha ofrecido en el Teatro Principal de Zaragoza con enorme éxito, sobre todo entre la gente adulta que ha podido recuperar en el montaje de Gerardo Vera las imágenes y el ambiente de hace medio siglo, cuando se estrenó la obra. Sin embargo, el espectáculo no tiene nada de casposo porque el director se ha esmerado en despojarlo de cuanto oliera a rancio y destacar los aspectos más modernos y hasta surrealistas de un argumento muy bien desarrollado.
Esta especie de reconstrucción del cuento de la Cenicienta, en un ambiente muy cotidiano y ajeno a cualquier otra magia que no sea la de los sentimientos, consigue plantear algo muy importante: hay gente buena en todos los estratos sociales; seguramente menos conocida y poco apreciada, porque siempre se oye más a una persona que grite que a mil que se callen o anden discretamente por la vida.
Esta especie de reconstrucción del cuento de la
Cenicienta consigue plantear algo muy importante:
El insólito enamoramiento entre un hombre tímido, de apariencia simple pero de buen corazón, y una mujer ligera de cascos expresa también las posibilidades de lo infrecuente. El final feliz, tras los altibajos de la pareja, sobre todo por las insidias de las colegas de Maribel, es igualmente un mensaje de optimismo en medio de una sociedad en crisis a muchos niveles, incluidos los sentimentales.
Los actores y actrices recrean a sus personajes a la perfección. Tanto Ana María Vidal y Sonsoles Benedicto, en los papeles de las ancianas hermanas, como Lucía Quintana, que hace de Maribel, y el resto de los intérpretes, dan a la obra una credibilidad sorprendente. Desarrollan con mucho tino la intriga que plantea el autor, sin complicaciones innecesarias para el espectador, que oscila con agrado entre la afectividad que desprenden los personajes y la comicidad con que se desarrolla la trama.
Los elementos escénicos contribuyen a la solvencia de la propuesta teatral, y las incursiones en la tecnología contemporánea, como la videoescena de Álvaro Luna, dan al montaje un toque de modernidad siempre estimable.