Caminar por la calle de San Pablo es caminar por la Zaragoza antigua y campesina; también es aspirar los olores que exhala el crisol de razas que en la actualidad la habita. La altiva torre mudéjar de la iglesia parroquial de San Pablo nos saluda recogiendo los últimos rayos de un sol que agoniza mansamente. Estamos llegando al local de la Asociación de Vecinos «Lanuza- Casco Viejo» en cuya sala de exposiciones esta tarde, casi noche, nuestros amigos Javier Navarro Chueca y Jose Antonio Porcel presentan sus fotografías con el título de *La Habana en mi recuerdo*. Hombres sabios, han organizado una velada cubana con manís, bananas fritas y mojitos. Como en cualquier corrala de las viejas casonas neocoloniales del Vedado o Habana Vieja.
Las obras de Navarro Chueca recogen instantáneas recogidas en el antaño barrio señorial, al que llaman el Vedado. Son fotografías en blanco y negro en el que aparecen contundentes mensajes en color en forma de automóvil o vehículo que dan muestra del humor y sentido práctico que aplican los habaneros a esos supervivientes antediluvianos a los que llaman «carros». El fotógrafo propone un viaje al pasado sin abandonar el presente y sus paisajes ciudadanos son los telones de la estrella de esta serie: los coches americanos de los años cuarenta y cincuenta que circulan, son reparados o simplemente mueren al compás cadencioso del óxido. Pero no olvidemos los fondos en las que aparecen vestigios de la arquitectura que nació de la opulencia de una ciudad que es en sí misma un completo cosmos. Navarro evoca sus recuerdos que le enfrentan al Recuerdo al que sus escenarios le remontan.
Jose Antonio Porcel nos presenta una serie de fotografías en las que los colores de la realidad son tan brillantes que componen una visión escrutadora del ambiente que los habitantes del barrio de La Habana Vieja viven bajo el bochorno caribeño. Porcel utiliza en ocasiones el pincel digital a servicio de una visión diferente de un instante. En otras, busca al arte como motivo para mejor hacer servir el color que juega a ser protagonista del impacto en los ojos. La magnífica fotografía del «Dandy», individuo asiduo de la noche que porta un enorme habano y bastón, es una estupenda muestra del interés de Porcel por el paisanaje capturado en el súbito segundo de dar un paso.
Los artistas me pidieron que presentara el acto, tras lo cual vinieron las actuaciones. Magistral la de Luis Felipe Alegre, actor, poeta y rapsoda, que interpretó dos sendos poemas del poeta cubano Nicolás Guillen, considerado el padre de la poesía negra cubana. Digo interpretar porque Luis Felipe utilizó el lenguaje gestual para acompañar al lenguaje cargado de lirismo desde ancestrales raíces africanas que caló en la sala como en una ceremonia de santería.
La actriz Yanet Capetillo, cubana de pura cepa, se empeñó en hacernos bailar y convertida en profesora, desgranó los pasos de la cadencia que el Danzón guarda en sus orígenes de armonías de esclavos y europeos convertidos en criollos.
El fin de fiesta convirtió la sala en un remedo de la Bodeguita de Santa Cruz. Los cucuruchos de maní. Las dos variedades de banana frita: hembra y macho. Los mojitos. El mejor saborrrr. Una bandera de Cuba hacía olvidar que estábamos en el «barrio del Gancho». A la salida, la silueta iluminada del templo y las calles oscuras nos hicieron oler el mar que una marea invisible trajo de repente desde el Malecón.