«En uno de sus erráticos paseos, Pau se halló ante la iglesia d San Isidro, antigua catedral de la villa y corte , ahora relegada por una orgullosa e impersonal Almudena. En la escalinata de la iglesia, un mendigo llamó su atención.
– Una limosna, por el amor de Dios- suplicó el indigente.
Era un ser gris, con una barba de varios días, cicatriz en el mentón y ojos huidizos y esquivos, como avergonzado de su mísera condición de pedigÁ¼eño. La edad, indeterminada. Pau despertó de su sopor, detuvo sus pasos y rebuscó algún dinero en el bolsillo».
Página 51.
«Se resistió a coger el metro que une el aeropuerto con el centro de la ciudad. Quería entrar en la capital por la puerta grande, por las grandes avenidas, no saliendo de las entrañas oscuras de la tierra».
Página 99.
«Tienes una imagen demasiado idílica del amor y del sexo, has de conocer la parte perversa. Y esta parte hará que te olvides un poco de tu particular novela rosa».
Página 112.
Hace ya unos meses que se publicó la obra finalista del Premio Odisea, en su XII edición, pero he de confesar que tanto su título -tenía un tufillo a manido y a novela rosa que me cerraba el hambre lectora- como las prologuistas me han mantenido alejado de la novela.
De los prólogos lo mejor que puedo hacer es hablar poco. Mi intuición no me engañaba. A pesar de citar el DRAE en un caso y a Shakespeare en el otro (que son valores seguros) resultan
superficiales y, sobre todo, dan la sensación de que sus autoras no se han leído el libro, el peor de los pecados de un prologuista. Pero haría flaco favor al libro deteniéndome aquí por lo que dejaré el reclamo del nombre de las periodistas para quienes las reconozcan y pasaré a la novela.
Novela, decía, aunque debería matizar novela corta o relato largo, ya que las doscientas páginas se reducen, aproximadamente a la mitad dada la curiosa estructura del texto. De hecho esa es una de las características que lo enriquecen y lo vuelven personal. Entre capítulo y capítulo o a veces sencillamente entre fragmento y fragmento de la historia se escuchan unas voces radiofónicas que cuentan historias tristes y que supuestamente se emiten a través de un programa que da título a la novela. Esas historias, por supuesto, pasan por el tema del amor romántico… pero también por otras anécdotas como la niña que cree que la suya es la más desgraciada porque ha muerto su mascota y sus padres parecen no haberle dado importancia.
Estos cortos paréntesis hablan de un corazón sensible, de unos corazones sensibles, los de la mayoría de los personajes, que no son los esperados en una novela gay… o al menos no todos. Hay chaperos y travestis, sí, pero también una dueña de tasca y unos jugadores empedernidos de parchís.
El arranque, como la caracterización de los personajes no son puntos fuertes de la obra, quizá porque su corta extensión y su dispersión dificultan lo segundo y quizá porque la ruptura de un «amor de dos meses» puede ser muy sentida, pero no relata un hecho épico. Sin embargo la falta de pretensiones de la novela, su estructura singular, y la especial atención que se le prestan a algunas estampas de Madrid y a algunos personajes marginales resultan atractivos y enganchan dentro del rápido ritmo de la obra en la que los acontecimientos no vienen precedidos de largas descripciones ni párrafos filosóficos. Las cosas suceden y se acumulan en el saco de los hechos.
Hay que anotar que para aquellos lectores que busquen tórridas escenas de sexo entre hombres La historia más triste del mundo no es el libro adecuado. Hay un cierto pudor del autor que nos lleva hasta los locales más sexuales pero luego abandona a los lectores a su imaginación, jugueteando acaso con toqueteos y risas que no llegan siquiera a la tópica descripción del «San Sebastián» de turno. Y se agradece.
En definitiva una obra inusual por su enfoque a través de personajes secundarios que uno no esperaría encontrar en Odisea y una especial participación del mundo de la radio -que parece conocer bien el escritor- que con un estilo sencillo y un paso corto y veloz nos lleva a través de una historia triste que no es la que el lector se imagina cuando empieza el libro.