A pesar de lo corto de este escrito, confío en que solo un puñado lo leerá, porque está en la naturaleza del hombre, exponerse a los argumentos que están a favor de los prejuicios de uno, y rechazar todo lo que los ponga en duda.
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Desde hace años, las corridas de toros son acusadas de maltrato animal. No cabe la menor duda de que es así, sin embargo hay algo preocupante entre los que apoyan esta idea, la doble moral.
¿Es coherente que una persona que defienda los derechos de los toros, le parezca bien comer paté de pato o comer un plato de sangre encebollada? En efecto, no son pocos los que sufren esta contradicción, algunos por desconocimiento y otros por fanatismo.
El paté de pato se consigue maltratando al pato, fastidiándole para que se enfade y el hígado crezca, forzándole a comer hasta provocarle una cirrosis hepática, que rico ¿verdad?
En el caso de la sangre encebollada, se hace con sangre de animal, normalmente de pollo o cerdo, ¿Cómo se consigue? Lo animales se sacrifican torturándolos para que sigan vivos en una agonizante muerte para que mientras tanto suelten toda la sangre posible y todos pasan por ese proceso ¿maltrato animal?
¿Por qué tanto movimiento contra las corridas de toros y tan poco contra estos dos casos? Porque ¿no lo vemos? ¿Ojos que no ven corazón que no siente? Ahí es donde surge la doble moral, de unos que afirman ser amantes de todas las criaturas, que afirman ser abiertos de mente y que afirman ser algo más que aquellos a los que acusan, pero que en el fondo son tan fanáticos como los otros.
Cada uno es libre de elegir su propio código ético, pero este debe tener unos mínimos y entre ellos está la consistencia interna de los principios. Cuando se carece de ella, todo se transforma en lucha interesada, lucha egoísta y en muchos casos simplemente en estupidez.