Son las 14:30 de la tarde en España, acabo de comer y me siento en el sofá a ver ¡un partido de bádminton! Pablo Abián juega para meterse en treintaidosavos de final. Hace apenas unas horas Samuel Sánchez ha ganado la primera medalla de España en estos Juegos, en ciclismo en ruta. A primera hora, mientras desayunaba, he visto perder a las chicas de baloncesto contra la selección anfitriona. Y todavía quedan por delante unas cuantas sesiones de emocionantes y variopintas disciplinas deportivas. Los Juegos Olímpicos han empezado.
Para los amantes de los deportes como yo los juegos olímpicos son el máximo exponente, el espectáculo deportivo multidisciplinar más importante del planeta. Es pronto para saber cuál será el momento histórico de estos juegos, cuántos récords mundiales van a caer, quiénes serán los protagonistas de estos días, pero no cabe duda de que habrá algún momento para recordar. Es la magia de los juegos, el deporte en su versión más romántica. Sí, hay grandes marcas detrás de cada deportista, y mucha polémica, y mucha política en estos juegos, pero grandes deportistas desconocidos, que llevan preparándose en la sombra durante años para llegar aquí, tienen la oportunidad de hacer historia, de escribir sus nombres con letras de oro, plata o bronce. Es la magia de los Juegos Olímpicos: participar es ya un premio.
Así que mientras muchos españoles alivian el calor en nuestras costas y terrazas, y otros muchos disfrutan de la siesta, yo me tumbo en el sofá para zapear por la televisión a la caza del próximo evento deportivo. Quizás hay quien piense que hay demasiados problemas en el mundo para perder el tiempo viendo a deportistas en pantalón corto luchando por ser el primero. Pero quizás encontraría algunas cosas que aprender y aplicar en sus vidas y nuestro maltrecho mundo: el afán de superación, la fe en el último esfuerzo, la recompensa por el trabajo bien hecho, el compañerismo , la convivencia pacífica… En fin, la magia de los Juegos Olímpicos.