La vieja máquina de escribir, de teclas desvencijadas, ya no se oye por los aledaños de la plazoleta. Ni desde el salón de losetas grises y levantadas se la oye. Ni siquiera, cuando uno se acerca sigiloso al cuartillo de los sueños –del patio por donde deambulan a sus anchas las tortugas- es capaz de percibir su sonido cojo. Que la vieja máquina de escribir, poeta Juan de Mata, ya no es de este mundo sino del otro.
Que pertenece a la Zarza, a Sotiel Coronada, a la calle del Pozo, a los cercaos, a las fuentes y a los huertos de Calañas. Que está irremediablemente atada a los surcos de la canoa cuando se pasea por esta ría nuestra tan vejada. Que ya es de las marismas, del Tinto, del Odiel, de la Rábida… y de la Isla Chica del alma. Sobre todo, de la Isla Chica.
Preguntabas en un periódico por su existencia, Juan de Mata Rodrigo Moro, reclamando a los cuatro vientos el reconocimiento para Jesús Conde Delgado, articulista. Y yo te respondo, desde este puerto desolado y amarillo en que me encuentro, que la vieja máquina de escribir permanece viva en el corazón de los que, como tú, todavía la recuerdan.