Ayer fue, hoy es, mañana será, perogrullada como otra cualquiera para comenzar un artículo de quita y pon, de esos que se leen y se tiran a la basura, digital, se entiende, que es la que se lleva hoy en día, y si te he visto no me acuerdo, hasta que algún estrambótico personaje de la rutina diaria lo rescate de su letargo o el propio escritor, o sea yo mismo, el que escribe, lo utilice para cubrir el hueco en una fase de negación creativa.
El temor a la página en blanco se ha disipado entre las nuevas tecnologías, basta con abrir una nueva pestaña y miles de ideas, propias y ajenas, se abren ante la mente abierta del autor, que ya no aguarda a que lleguen las musas sino que va tras ellas por los buscadores de Internet.
Pero las musas, cansadas del exceso de demanda han perdido fuelle y otorgan innovaciones literarias con cuentagotas, a pesar de que la mayoría no lo sepamos ver y nos empeñemos en publicar mediocres trozos de nuestro talento, inexistente o por descubrir, según los casos.
Un día escribí que la mediocridad era una virtud, no un defecto, y me quedé tan ancho, alguna musa me lo debió dictar al oído y yo solícito lo publiqué para no ofenderla, porque todos sabemos que una musa ofendida es más perniciosa que una novia despechada.
Y como lo escribí lo hago mío para presentarte este trozo mediocre de mi talento, el trozo, el talento, o los dos.