«Tenía Génova entonces algo de oriental, berberisco, mármoles polícromos en arcos ojivales, blanco carrara y verde ciprés, como una pintura de Giotto; rosa contra celeste, amarillo y rojo pompeyano, azul ultramarino y oro bizantino. En lo alto loggias de jardines colgantes; en cada esquina un tabernáculo».
Páginas 15-16.
«Veo templos fantásticos consagrados a deidades desconocidas que los hombres veneran con frutas en vez de sangre, templos que están en la selva porque son parte de la naturaleza y no albergan libros, ni ideas abstractas, ni tratados escolásticos, sino piedras sagradas y flores mágicas».
Página 43.
«Aspirando al éxtasis el hombre se equilibra en el presente: el equilibrio depende del éxtasis. La eternidad no es un tiempo muy largo, sino salir del tiempo».
Página 59.
«Las palabras, querido Pico, sirven para transmitir ideas; una vez captado el significado, conviene olvidar las palabras, pues de lo contrario seríamos como el tonto que pregunta dónde está la luna y se queda mirando el dedo con que se la señalamos».
Página 104.
Leer a Luis Racionero siempre es un placer que estimula la inteligencia y las ganas de pensar.
Profundizar sobre el Renacimiento italiano es una pasión que genera adicción y que explica muchas de las realidades de la Europa contemporánea.
Tener un buen libro entre las manos, donde un erudito sabe dirigirse al público enseñándole pequeñas dosis del mundo que puede descubrir si se acerca a las fuentes de donde él bebió, es una rareza que se da pocas veces, pues suele mancharse con toneladas de petulancia y soberbia que le son desconocidas al escritor que nos ocupa. Pero claro, quien sabe de verdad, no necesita demostrarlo.
Encontrar reunidas en una sola obra un placer, una pasión, y una rareza es como darse de cara con las Tres Gracias, con la ventaja de que uno no tiene por qué entregarle la manzana a ninguna, pues puede quedarse con las tres y disfrutarlas a voluntad.
Dicho esto, hablar de La muerte de Venus sólo tiene un inconveniente para mí: la limitación de lo razonable. Uno podría estar horas devanando el hilo de la madeja de esta novela en la que se dan cita hechos reales -como la conspiración contra los Medici o la hoguera de las vanidades de Savonarola- con una mente creativa que es capaz de la más fina de las ficciones, a veces segunda epidermis de la realidad de la que resulta imposible desligarla sin hacer estragos.
Sin querer destapar demasiado de la trama de la novela (sobre todo `por aquellos que desconozcan los hechos básicos de la Florencia de 1470 a 1500) diremos que la obra trata de la pasión que una joven genovesa despierta en el famoso pintor Sandro Boticelli, y también en Giuliano Medicis, hermano del famosísimo Lorenzo el Magnífico, que supo mantener el equilibrio de la península itálica más allá de lo imaginable. Estas dos pasiones del pintor y el miembro de la familia que gobernaba de facto la ciudad, se enmarcan en unos hechos históricos notorios por la acumulación de belleza y de personalidades de gran peso en la Ciudad-Estado: Maquiavelo, Leonardo, Verrocchio…
La capacidad de Luis Racionero para reproducir esta época de Italia es prodigiosa y ya mítica. Basta leer La sonrisa de la Gioconda o, sobre todo, el premio Azorín La cárcel del Amor para saberlo. Pero para aquellos que no hayan tenido la suerte de darse con estos libros en su camino lector, La muerte de Venus será una sorpresa fascinante, llena de aire fresco, porque la inteligencia siempre lo es. Pasajes hay que demuestran, por sí solos, el profundo conocimiento de la época y la fina síntesis con que es capaz de transmitir esas ideas:
«-Mira Lorenzo, el equivalente político al movimiento de los planetas en el espacio, que se mantienen en equilibrio en sus órbitas, es la balanza de poder entre las ciudades-estado; Venecia, Milán, Florencia, Roma y Nápoles son los grandes planetas que sustentan la armonía de las esferas italianas, con sus numerosos satélites: Pisa, Bolonia, Siena, Génova, Urbino, Mantua y las demás. Según la teoría de los pitágóricos, las esferas celestes, que transportan los planetas, al moverse, generan una música celestial debida a la armonía entre ellas: su traducción a lo político es el equilibro de poder entre las ciudades para mantener la armonía, que es la paz entre ellas».
Páginas 62-63.
Los personajes, construidos sobre una profusa documentación que se deja sentir en la libertad con que están tratados, son históricos. Especialmente protagonistas son Giuliano de Medicis, Sandro Boticelli, Leonardo da Vinci (aunque no tanto la pasión del autor por el hombre del Renacimiento por excelencia se hace patente)… y a partir de la segunda mitad de la obra Luca Pacioli el matemático que analizó el sistema contable de doble partida, por ejemplo. También tienen su aparición y protagonismo Lorenzo el Magnífico, Savonarola… Describir este universo de mentes preclaras sería una pesadilla laberíntica para cualquier escritor. Sin embargo Racionero lo resuelve con una soltura tal que demuestra o sólo su cintura con la pluma, sino un pensamiento muy avanzado.
No faltará, quizá, el erudito de turno que critique la obra por falta de consistencia en determinados momentos, por no responder a la «verdad histórica». Y sin embargo, ¿quién sería capaz de negar la ficción descrita? ¿Quién no se imagina a Leonardo inquieto, investigando el mundo, el Cáucaso y el infinito, y tomando sin pudor la compañía de un guapo mozo en Constantinopla? No seré yo quien le niegue el placer.
Pasión, Historia, historia, odio, efervescencia y fanatismo religiosos, equilibrio entre realidad y ficción, suspense y clases maestras sobre la Florencia renacentista y su mundo de cultura y arte bajo la égida de Lorenzo el Magnífico; todo eso y además una magnífica prosa son La muerte de Venus. Lo que, además pueda aportar a cada lector podría ser infinito de nombrar. Como última muestra una cita, una cita que hace al propio Racionero inmortal:
«-Las ideas son inmortales, indestructibles: destruyeron la comunidad pitagórica, incluso quizá mataron al maestro, quién sabe, pero la relación entre intervalos musicales y distancias es indestructible, porque está an la naturaleza de la música y del espacio».
Página 173.
Como está en la naturaleza de Racionero transmitir esas ideas yescribir como los ángeles (si es que los ángeles escriben).