La noche. Guy de Maupassant. Nordica Libros. 2011. (Edición BilingÁ¼e).
Ilustraciones de Toño Benavides y Traducción Áñigo Jáuregui.
«El día me aburre y me fatiga. Es brutal y ruidoso. Me levanto con dificultad, me visto con desidia, salgo con desazón, y cada paso, cada movimiento, cada gesto, cada palabra, cada pensamiento me pesa como si levantara una abrumadora carga».
Página 9.
«Las noches resplandecientes son más alegres que los grandes días de sol».
Página 14.
«Me detuve bajo el Arco del Triunfo para contemplar la avenida, la larga y admirable avenida estrellada que iba hacia París entre dos líneas de fuego, y los astros. Los astros del cielo, los astros desconocidos, arrojados al azar en la inmensidad, donde dibujan esas extrañas figuras que tanto hacen pensar, que tanto hacen soñar».
Página 18.
Un libro delicioso en el que cada palabra cuenta. Un relato muy breve donde la fuerza de la noche que le da título se vuelve terrible, dominante, incontestable. Un poema en prosa. Una joya de arte cuyos detalles están cuidados uno por uno, haciendo de la capital francesa a una coprotagonista que observa el deambular de un personaje en busca no sabemos de qué, salvo de la noche en sí misma, y después en busca de alguna compañía, un alma, pues parece que toda vida hubiese sido tragada por la oscuridad y el frío.
Ese mismo personaje que, en su caminar sin rumbo claro (por mucho que uno pueda seguir en el mapa sus movimientos), y sin descanso, parece sufrir de la misma ansiedad que los protagonista de El mal del ímpetu del ruso Goncharov, que reseñábamos en estas páginas semanas atrás. Les Halles, la Bastilla, el Arco del Triunfo, el Sena… numerosos rincones totalmente reconocibles hoy, que observan en silencio la caminata de este amante de la noche que siente que le va a suceder algo extraordinario y continúa y continúa recorriendo calles. Cierto que al final, ante el silencio sepulcral que le rodea lo que busca es encontrarse con alguien, cualquiera, pero, ¿y antes? ¿Qué buscaba? ¿Perderse en la noche parisina? ¿La aventura? ¿El viaje interior? ¿Lo desconocido? Quizá simplemente disfrutar del misterio que envuelve los objetos más conocidos y cotidianos la falta de luz; descubrir el «otro» París. Quizá envolverse en ese manto que le hace sentirse mejor, más alegre que durante el día más feliz. La luz, incluso en París, puede ser grosera, parece querer decirnos el personaje.
Lo más llamativo, no obstante, es que el misterio se mantiene. El secreto es inviolable. Nadie podrá saberlo nunca. Quizá ni siquiera su autor lo sabía. A diferencia de Poe, a quien se lo compara, no tiene necesidad de explicarse, de dar una respuesta razonada a los sucesos aparentemente increíbles, irrealizables, «insucedibles». Maupassant los lleva de su mano por la noche y deja que se nos cale en los huesos, con toda la ansiedad que una ciudad desierta y helada va lanzando directamente a la caja torácica desde donde la frialdad se extiende al resto del cuerpo con cada bombeo del corazón. ¿A quién le interesa en ese momento la resolución de un caso policíaco? Podemos sentir en nuestras venas ese misterio, ese miedo, ese momento nocturno…
Al relato lo acompañan unas ilustraciones en blanco y negro de fuerza, a medio caballo entre la viñeta periodística y el expresionismo. Oscuras, de gran profundidad a veces. Con referencias a algunos de los lugares citados en el texto. Enriquecedoras con esa visión propia del artista que complementa a otro artista. El objeto en sí, el libro, constituye por todo ello, y por ser una edición bilingÁ¼e, una pieza de joyero, un elemento de coleccionista en su pequeño formato, tan atractivo.
En definitiva, un clásico listo para ser degustado con el paladar limpio, lenta, dulce, golosamente… pero teniendo que frenar la gula de verse frente a un exquisito manjar. Este tipo de «delicias» duran poco y hay que saberlas digerir.