Era una noche cerrada, fiel a la oscuridad del universo, e iluminada débilmente por la tenue luz de las estrellas que parpadeaban ingenuas desde el infinito, por la gigantesca luna anaranjada que se levantaba solitaria al fondo de la calle y por las altas farolas de hierro alineadas alrededor de la plaza.
El «Museo de los Cuentos» acababa de cerrar sus puertas. Una vez al año las princesas despertaban de su sueño eterno y dialogaban sobre los sucesos del presente. Pero aquella noche cerrada Blancanieves no era la princesita alegre de las hermosas historias de los hermanos Grimm, ni la Cenicienta era la cándida princesa de la bella fábula de Perrault. Tampoco la Bella Durmiente era la princesita feliz de los cuentos populares. En aquella ocasión, las tres amapolas del reino, se habían convertido en las princesas tristes del jardín de Darío. ¿Qué tendrían las princesas? Los suspiros se escapaban de sus bocas de fresa, que habían perdido la risa, que habían perdido el color. Las princesas estaban pálidas en sus sillas de oro, estaban mudos los teclados de sus claves sonoros y en un vaso, olvidada, se desmayaba una flor,* Estoy muy disgustada, dijo Blancanieves entre bambalinas de lágrimas, con un gesto de tristeza que oscurecía la blancura de su radiante rostro, Es hora de que unamos nuestras fuerzas, sugirió apasionadamente la Cenicienta, en un impulso de coraje que dejaba al descubierto su ánimo impetuoso, Estoy de acuerdo, manifestó, por último, la Bella Durmiente, en un remanso de calma propio tan sólo de las personas que han dormido sin descanso durante cien años seguidos, Las jóvenes de hoy no creen en el príncipe azul, continuaba una, Han sido años de mentiras crueles, respondía otra, Suplicaremos a las hadas del bosque, añadía la tercera. Y así lo hicieron. Despertaron a las miles de princesas de todos los cuentos conocidos y soñaron con la fuerza de un terrible huracán:
El sueño de Estefanía, que al llegar a la empresa, le comunicaron que había ascendido a Directora General.
El sueño de Carmen, que descubrió una nueva sonrisa en el rostro de su enamorado.
El sueño de Raquel, que llegó a casa y tuvo tiempo para soñar.
El sueño de Patricia, que fue Presidenta de la Nación y creyó en la democracia paritaria.
El sueño de todas, que abrieron un día el periódico y leyeron el titular «VIOLENCIA CERO».
Y ese fue a partir de aquella noche el sueño de las princesas. No sabían cuándo, pero sabían que sus hadas madrinas traerían la «Era de los buenos tratos». Algún día, los jóvenes príncipes del reino esperarían a sus princesas azules para ser rescatados con un ardiente beso en los labios, y juntos, por los senderos solitarios del bosque o por las cálidas estancias del palacio, emprenderían para siempre el camino del paraíso.
*Adaptación de los versos de la Sonatina de Rubén Darío.