Cultura

La otra vida de Don Quijote

Consonancias, 28

Yo soy Don QuijoteUna nueva versión –o visión– del Quijote, tanto en el escenario como en la pantalla, es siempre bienvenida. Por el Teatro Principal de Zaragoza ha pasado la compañía Metrópolis Teatro y ha puesto en escena ‘Yo soy Don Quijote de la Mancha’, de José Ramón Fernández, autor que recibió el Premio Nacional de Literatura Dramática en 2011 por su obra ‘La colmena científica o el café de Negrín’.

El trabajo que nos ocupa se estrenó en el Festival de Almagro en junio del pasado año y desde entonces ha estado girando por España y cosechando continuos éxitos. Las críticas han valorado el acierto del texto y la adecuada puesta en escena, con una representación simbólica de La Mancha que ya aparece aludida en las imágenes que aguardan al espectador dentro del escenario antes de comenzar la función. Y que se actualiza con esquemáticas réplicas de las pasarelas sobre las Tablas de Daimiel, que sirven para dinamizar el discurso de la obra.

Como primer elemento de valoración, al margen de la procedencia del tema, figura la interpretación de José Sacristán en el papel de don Quijote, un Alonso Quijano que muestra sus derrotas pero que no renuncia a desfacer entuertos ni a socorrer viudas, doncellas y gentes de buen sufrir desasistidas por la fortuna. La faceta humana del caballero andante desborda su locura, sobre todo teniendo en cuenta que la acción fundamental transcurre en los últimos días del protagonista, cuando se acerca su muerte.

Ahí es donde, a mi entender, el autor del texto podría haber hecho mayor hincapié en la proyección humana del personaje. Recuperada la cordura, el hidalgo que rememora sus avatares hubiera podido mostrar con cierta coherencia esa filosofía altruista y benefactora que tan bien cuadra en estos tiempos confusos invadidos por un ambiente general de desolación. El hecho de fragmentar el mensaje en varios episodios de la vida de Alonso Quijano, le resta fuerza.

Aunque la obra fue concebida inicialmente como un monólogo, es oportuna la inclusión de dos personajes muy significativos: Sancho Panza y su hija Sanchica, que hacen el contrapunto realista al fantasioso soñador. Está bien tratado el cambio de actitud de la joven que, al final de la obra, decide tomar el relevo de idealista caballero al que le queda poco tiempo de vida.

En las críticas que ha tenido la obra hay un aplauso generalizado a la música interpretada en directo por José Luis López, al violonchelo. Mi opinión no es coincidente, ni siquiera teniendo en cuenta la opción metateatral del autor del texto. La partitura compuesta por Ramiro Obedman encaja bien en los brevísimos episodios modernos, pero no en la recreación de los avatares del caballero de la triste figura. La obra, en conjunto, es relevante, de las que hay que ver. Sus hasta ahora ocho meses de gira, con una permanencia en el Teatro Español de Madrid de varias semanas, avalan su categoría.

Los diferentes partícipes en la producción opinan sobre ella en un blog. José Ramón Fernández dice que “en este nuevo siglo cambalache que vivimos, seguimos necesitando a don Quijote”. Luis Bermejo, el director, añade que “hay que llamar a nuestro héroe para que nos devuelva la honra y nos ayude a desenmascarar a los mercaderes de sueños que nos oprimen con sus deseos de codicia”. Fernando Soto, que interpreta el papel de Sancho Panza, está seguro de que el caballero andante arremetería hoy “contra las fachadas de los grandes bancos y las grandes multinacionales, contra la policía que reparte palos, y contra todas las injusticias que cada día vemos en los informativos”. Por último, José Sacristán, que no cree en la pedagogía del teatro, porque de ser cierta no estaría la sociedad en este punto, sí espera que este montaje “nos haga reflexionar, aunque sólo sea un rato”.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.