Un poeta nunca logra lo que anhela. Un poema es siempre un intento por sincerarse con uno mismo. Un esfuerzo en vano. Aun así, Ana Isabel Alvea Sánchez (Sevilla, 1969) escribe para mantenerse alerta. Los poemas de Hallarme yo en el mundo (Ediciones en Huida, Poesía, 2013) son la prueba de que la poesía no basta. Porque las palabras no son suficientes, nunca dicen lo que quieren decir.
Atentos al poema “Lenguaje” (p. 33). ¿Es posible la palabra justa? ¿El sustantivo “dolor” es capaz de transmitir dolor? ¿Qué nombre se atreve a nombrar lo desconocido? El lenguaje se conforma en y con este mundo y sólo sirve para expresar las cosas que lo pueblan: “Tu boca nombra/ y el mundo nace ante ti”. Todo intento de conocimiento mediante el lenguaje no deja de ser un intento fracasado de antemano: “con la palabra construyes/ tu casa de paja”. Las palabras no pueden evadirse del dolor de quien las emplea: “levanta fronteras entre la vida/y la muerte//pero ten cuidado si te mientes”.
En Hallarme… Alvea Sánchez huye de ellas, ilustra sus poemas con las acuarelas de Diego Jesús Romero Jaime, se apoya en los silencios entre poema y poema. Como Alejandra Pizarnik, sabe que un nombre no salva ni condena, es “Ensordecedor ruido que taladra” (p. 45) y por eso dedica un poema a la escritora argentina. Sin acción, la palabra es nada, como bien sabe la filosofía. No en vano, la poeta sevillana ha escogido una cita de Ortega y Gasset para titular su poemario. No en vano, escribe “Añoramos la liquidez del agua/ en la tarea” (p. 69) en el poema que titula, no en vano, “Aristotélica”.
Ana Isabel Alvea Sánchez escoge palabras de vida y muerte y, en consecuencia, vive y muere por ellas. De ir hacia alguna parte, no parece querer ir sino hasta el fondo: “Donde yace un pequeño ataúd” (169). Sabe que el sufrimiento es una palabra bien distinta del sufrimiento, que al Otro lo podemos intuir, nunca definir: “Como huérfanos/ nos acercamos/ nos acercamos/y nunca es suficiente” (p. 37). La literatura es una condena a no decir: “Le dedicaba con mimo mis horas/ pero ella crecía a cada instante … un agujero blanco/ por donde se escapa mi vida.” (p. 119).
En el último poema (p. 171), Ana Alvea se dirige al destino y le pide ayuda para terminar lo que ha empezado: “Puede suceder … que llegue un día sin nada que decirnos”. La poeta sevillana no parece preocuparse por el sentido de su poesía: “Para qué perdernos hoy en temores/ si nuestros días cambian según el clima”. Lo que escribe es una suerte de locus amoenus en el que ella descansa: “si aún relucen las macetas/ en nuestro patio”. Parece decirnos que no existe mejor manera de escribir poesía que escribir poesía. A ello se aferra: “Puede que la oscura bestia nos desafíe/ y sepamos combatirla”.